Por Ángel Gómez Escorial
1.- Uno de los argumentos muy habituales en las homilías del Bautismo del Señor era decir eso de que hace unas horas le habíamos dejado Niño y ahora ya es un Hombre hecho y derecho. Pero para este año de 2008 no sirve porque el calendario nos ha dado la máxima distancia que puede haber entre la Epifanía del Señor y su Bautismo: una semana, de domingo a domingo. Y aunque es una fiesta –la última—del Tiempo de Navidad este año también lo navideño nos queda un poco lejos. Tal vez, vamos demasiado deprisa porque un poco de la Navidad, del espíritu de la Navidad siempre debe viajar dentro de nuestros corazones, siempre.
Aunque pensándolo bien pues no viene mal que derivemos esos argumentos de situación al verdadero significado, para nosotros, del Bautismo del Señor. Es obvio que significó el inicio de su vida pública, tras treinta años de vida corriente en Nazaret y es obvio, asimismo, que la liturgia nos muestra que mañana lunes ya iniciamos el Tiempo Ordinario –en su primera parte--, que es la contemplación escalonada de la “vida corriente” de Jesús.
2.- La escena del Bautismo que hoy nos ha narrado San Mateo incluye dos argumentos. El primero es el reconocimiento por parte de Juan el Bautista de quien le pide bautismo de penitencia y que no lo necesita. Se niega, en principio, a bautizar a Jesús porque sabe que no tiene pecado. Pero conviene que los hechos sigan fluyendo. Y de ahí nos viene el contenido más importante: tras recibir las aguas bautismales del Jordán, el cielo se abre, el Espíritu se hace presente y la voz de Dios manifiesta “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Es obvio –creemos—que si Jesús no se hubiera bautizado la formidable teofanía que se hizo presente no se hubiera producido, entonces. Juan atraía a millares de personas en un tiempo de espera en que Israel vivía presionado y acuciado por muchos acontecimientos. Uno, desde luego, era la ocupación romana y la falta de independencia nacional. Pero otro, de enorme importancia, era que la religión oficial no satisfacía al pueblo porque, de hecho daba la espalda, y despreciaba, a los más pobres y a los más débiles. Todos estos acontecimientos hacían pensar en que se iba a cumplir la promesa mesiánica.
Y si bien es cierto que la figura del Mesías se veía como la de un triunfador glorioso, un capitán que iba a derrotar a los invasores, el pueblo también sabía que purificaría el Templo y que tendría que terminar con los excesos de poder de saduceos, fariseos, escribas y doctores que habían creado una aristocracia muy exclusivista y muy entregada al dinero y al poder. Los más radicales –por ejemplo los zelotes—les acusaban de entreguismo al Imperio Romano.
3.- Aquella escena del cielo abierto la tuvo que ver mucha gente. Y si bien es cierto que un mismo acontecimiento visto por muchas personas puede tener una descripción variada y multiforme, la realidad es que se producía una circunstancia extraordinaria en torno al recién llegado artesano de Nazaret y eso no era otra cosa que el encargo e inicio de su misión. Y ahí es donde el Bautismo del Señor se funde con nosotros, pues con el Espíritu en las aguas bautismales recibimos fuerza y conocimiento para nuestra misión de expandir del Reino de Dios. Y esto que puede parecer muy fantástico o, cuanto menos exagerado, es así. No vamos a entrar en la polémica de si el bautismo infantil es la práctica más adecuada, porque el sacramento imprime carácter y estará ya dentro de nosotros hasta que nos muramos. Pero si los catecúmenos mayores pueden recibirlo con emoción apreciable, la realidad es que nosotros, un día y todos, hemos experimentado que esa gracia está dentro de nosotros y que la misión esta trazada e iniciada. Tampoco esto es exageración, pero somos muy pudorosos a la hora de demostrar nuestras vivencias religiosas. Jesús nos dio ejemplo, con un bautismo menor “solo de agua, no de Espíritu y fuego”, que sirvió para que se “publicara” desde el cielo quien era y lo que venía a hacer.
4.- La Carta de Pedro que hemos escuchado hoy da una impresionante descripción –y verdadera—del perfil de Jesús de Nazaret. Dice: “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él”. Pero muchos siglos antes el profeta Isaías había definido a Jesús así: “Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones: No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho”. Siempre, cuando llega el domingo del Bautismo del Señor, me estremecen y emocionan estos textos porque son la mejor definición que podemos esperar de nuestro Amigo y Maestro. No tienen mucho comentario, porque hablan por si solos. Pero, para mi resultan impresionantes, y merece meditarlos juntos. Y sacar cada uno consecuencias.
Voy a terminar. En este día debemos pensar sobre nuestra misión de cristianos. Acercarnos al Jesús que se deja bautizar entre pecadores, porque entre pecadores iba a estar siempre, para sacarlos –para sacarnos—del habitual imperio del mal. No podemos olvidar ni obviar nuestra misión de discípulos de Jesús: hemos de hacer el bien sin estridencias –no sería bien—y no romper la caña tronchada, ni apagar las leves llamitas de esperanza y fe que existen todavía en el interior de mucha gente, en muchos amigos y conocidos. Pensemos en todo eso y releamos en casa esos textos de Pedro e Isaías. E intentemos seguir al Maestro, sin desmayo y con alegría. Él está con nosotros.
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