Por José María Martín OSA
1.- Jesús se solidariza con nosotros. Más de una vez nos ha tocado “hacer cola”: en la taquilla del tren, en el hospital, en el cine…. Cuando la espera es muy larga se acaba nuestra paciencia, sobre todo si alguien se quiere colar. Entre la multitud penitente que, “hace cola” ante Juan el Bautista para recibir el bautismo, está también Jesús. La promesa está a punto de cumplirse y se abre una nueva era para toda la humanidad. Este hombre, que aparentemente no es diferente de todos los demás, en realidad es Dios. Espera como uno más su turno. Y la cola en la que espera Jesús es la cola de los pecadores, que aguardan a que Juan los bautice, para iniciar una vida nueva aligerados del peso de su culpa. Así se mostró Jesús al mundo por primera vez, en “un bautismo general” de Juan. Llegado Jesús al Jordán, se mezcla entre tantos hombres que piden el bautismo mientras expresan el dolor por sus pecados. Jesús no conoce el pecado y no necesita ningún bautismo de penitencia, pero quiere participar de la suerte de sus hermanos pecadores. Precisamente para arrancar de ellos la culpa que los mancha, se solidariza con todos, y se pone a disposición del Padre, que le va a exigir el sacrificio de su vida.
2.- Vino a este mundo a hacer la voluntad del Padre. El evangelista San Mateo nos dice a propósito de esta escena que Juan trató de impedir que Jesús fuese bautizado. Nosotros muchas veces también nos resistimos a un Dios así. Y esto es un profundo misterio. Puede entenderse que nos resistamos a hacer un gran esfuerzo o a privarnos de algo apetitoso. Pero ¿por qué resistirnos a ser amados? No tiene ningún sentido, y sin embargo, nos sucede. Abrimos la puerta del Reino cuando acogemos sencillamente el amor que viene de Dios. “Permítelo por ahora”, dice Jesús y convence a Juan. En otro lugar le dirá a Pedro, que no quería que le lavara los pies: “Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después” (Jn 13,7). Basta un “permitir por ahora”, un consentimiento provisional, un sí por frágil que sea. Jesús aclara a Juan la razón de su presencia en el Jordán: “está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Es decir, nos anticipa lo que va a ser la justificación de toda su misión: hacer la voluntad del Padre. En el momento decisivo del Huerto de los Olivos y de la Cruz también aceptó la voluntad del Padre. Jesús es también uno de los nuestros, el Hijo del Hombre. Cristo hace posible que todo ser humano sin excepción pueda también ocupar su mismo lugar en esta escena del Bautismo.
3.- Manifestación de la misión de Jesús. El cielo se abre, como signo de la posibilidad de comunicación entre lo humano y la divinidad; el Espíritu desciende como una paloma, y se escucha la voz del Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido”. Jesús sale de dudas sobre su persona y su misión cuando deja las aguas del río A partir de ahora, empieza el cumplimiento de la misión de Jesús, con el anuncio del Reino de Dios que se instala en el mundo. Jesús cumple las palabras del profeta Isaías: está preparado para abrir los ojos al ciego, sacar a los cautivos de la misión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Su destino será ser luz de las naciones. Y recordamos esto el día en que abandonamos ese tiempo lleno de lucecitas, que es la Navidad, y nos adentramos en ese otro con menos encanto –Tiempo Ordinario, lo llama la liturgia--, de la cuesta de enero, las rebajas y las rutinas del trabajo.
4- Recordemos constantemente el compromiso de nuestro Bautismo. Nosotros ahora, aprendida la lección de Juan, queremos practicar todo eso para que el nuestro Bautismo sea algo vivo, y no un recuerdo muerto. En él se nos dio el Espíritu Santo, y Dios Padre nos ve tan bellos que sigue gritando sobre cada uno de nosotros, igual que cuando salimos de la pila bautismal: ¡Este hijo mío, esta hija mía que me encantan!.. Porque el prodigio que se obró sobre Jesús al salir del agua, se renueva continuamente en la Iglesia con cada candidato que nos bautizamos. ¿Qué espera Dios después? Ha dicho de nosotros, como de Jesús, que le encantamos, que somos su delicia. ¿Qué nos pide a cambio? Únicamente que nos mantengamos en esa vida divina que Él nos infundió, ¡que vivamos nuestro Bautismo!... Y lo vivimos con la fe, la oración, la esperanza, el amor hacia todo el que nos necesita y la justicia en nuestro actuar y en nuestro compromiso en la construcción de un mundo mejor. Sobre cada uno de nosotros ha bajado el Espíritu Santo y gozamos de la vida que el Padre da a los creyentes por medio de Jesús, el Redentor del hombre. Esta riqueza tan grande de dones nos exige una única tarea, que el apóstol Pedro no se cansa de indicar a los primeros cristianos, recordando que Jesús “pasó haciendo el bien”: construir la civilización del amor.
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