Enjuga, niño Jesús, las lágrimas de los niños. Acaricia al enfermo y al anciano. Impulsa a los hombres a no depender de las armas y a fundirse en un abrazo universal de paz.
Invita a los pueblos, misericordioso Jesús, a derribar los muros creados por la miseria y el desempleo, por la ignorancia y la indiferencia, por la discriminación y la intolerancia.
Tú eres, divino Niño de Belén, quien nos salvas, líbranos del pecado. Tú eres el verdadero y único Salvador que la Humanidad busca, a menudo a tientas.
Dios de la paz, don de paz para toda la Humanidad, ven a vivir en el corazón de todo hombre y de toda familia. Sé tu nuestra paz y nuestra alegría. Amén.
(San Juan Pablo II)
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