Por Pedrojosé Ynaraja
1.- La noche mejor para el cristiano es la de Pascua, no hay que olvidarlo. Cuesta aceptarla, es un misterio espectacular, solemne, trascendentalísimo. La de Navidad es diferente. Un resucitado asombra e impone reverencia. Un niño, no.
Nació un Niño. Decimos hoy que nos ha nacido un Niño. Nos, para nosotros. Un elefante puede valer mucho, pero no sabríamos donde colocarlo. Un niño cabe en un rincón cualquiera. Un hombre adulto puede fruncirnos el ceño, puede enfadarse con nosotros. Un niño no. Puede molestarnos con sus lloros, pero nunca enojarnos. A poco que le miremos nos sonríe. Un niño lo acepta todo el mundo. Aunque pueda ensuciarse o babee. Hoy nosotros celebramos, aceptamos y acogemos a un Niño. Este Niño es el misterio más misterioso que pueda entregarnos Dios. Pero como es un niño, no nos cuesta aceptarlo. Como es un niño, por muy divino que afirmemos es, podemos hablar de Él, enseñar sus imágenes, invitar a celebrar su nacimiento. Es la gran ventaja de la Navidad. Una fiesta muy nuestra a la que podemos convidar a los que, aparentemente, no son de los nuestros.
2.- En la primera lectura aparecen imágenes literarias de objetos que para mí, que soy viejo, sin llegar ni mucho menos a centenario, me son muy conocidas. Desde Isaías hasta hace poco tiempo, esos instrumentos de labranza se utilizaban entre nosotros. No os los explicaré, mis queridos jóvenes lectores, si queréis saber como eran, consultad alguna enciclopedia.
En Roma hay un gran monumento llamado Ara Pacis. Lo hizo el Senado en honor de la paz que había proporcionado el emperador. Los orientales, que fundamentan tanto su saber en la simultaneidad, seguramente disfrutarán contemplándolo y, al hacerlo, se sentirán trasportados a Belén.
El camino desde Nazaret a Belén seguramente lo hizo el Santo Matrimonio acompañados de un borriquillo, por el camino paralelo al Jordán, en su mismo valle. Era lo habitual. El más recto, cruzando Samaría no era frecuente, resultaba antipático y hasta peligroso. Fueron, pues, muchos kilómetros los del viaje, algo así como 130.
3.- Ahora hay que leer pausadamente el segundo texto de la misa. Como quien al entrar en un restaurante lee la carta. De lo que pida dependerá la satisfacción que sienta al consumir los manjares. Una mala elección puede arruinar una comida. Hoy en día se escribe, y supongo se habla, del enojo que para muchos supone la Navidad. Seguramente que no se acercan a ella leyendo antes el "menú del día", que nos ofrece el texto de San Pablo.
4.- Llegó el momento. Lo vivieron en la intimidad. Según explican antiguas tradiciones, y que todos los iconos cuentan, cuando María notó que los síntomas del parto le anunciaban que estaba próximo a llegar, José inexperto para estos menesteres marcho presuroso a buscar una comadrona que la atendiera, pero cuando llegó con dos de ellas, el Niño ya había nacido. Se le había acabado el Adviento al esposo. La Madre, fatigada, debía reposar. Los iconos nos pintan a las matronas lavando a la Criatura. Después María lo dejó reposar en un pesebre. No por ser la madre de Dios dejaba de sentir la fatiga propia de las labores del parto. Descansar entre pajas era un buen colchón en aquellos tiempos. En el Belén actual la gente busca en la cripta de la basílica cristiana, la más antigua que se conserva, la famosa estrella, no está mal hacerlo. Pero lo que merece más credibilidad arqueológica, es la pared donde estuvo el pesebre, situada a tres o cuatro metros. Cuando uno está allí hay que meditar lo que aconteció. Hay que respirar profundamente, para cargar los pulmones espirituales de esperanza.
Belén actual está separado por un gran muro, el de la vergüenza le llaman acertadamente. Algún día caerá, como derrumbaron el de Berlín. El Belén místico, pero real, actual es cualquier sagrario. El Belén místico actual, el pesebre místico, es cualquier alma que comulga con devoción. La contemplación, el rezo, la emoción, son la paja acogedora.
5.- El Niño de Belén iba vestido, nos lo dice el Evangelio. María era mujer previsora y lo envolvió en los pañales que había preparado (seguramente que tampoco sabéis lo que estos son, según me cuentan, yo mismo los llevé. Preguntad a vuestros mayores. A pocos kilómetros, cuatro o cinco, pasando por los campos de Rut, se llega al Bet-Sahur, allí donde la tradición sitúa a los pastores que durmiendo al raso, fueron despertados por los ángeles y escucharon el primer villancico que en el planeta tierra se cantó. Nosotros en la misa repetiremos el texto. Cantad el Gloria de tal manera que ellos, en su realidad celestial, os acompañen, o que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, lo cantéis pretendiendo sea el acompañamiento de lo que entonaron, aquella noche ellos.
Os lo digo por experiencia, la Navidad en soledad buscada y escogida, es la experiencia más maravillosa que uno pueda experimentar.
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