ESTÁ CERCA EL REINO DE DIOS
Por Antonio Díaz Tortajada
1.- La clave de las tres lecturas de la Eucaristía de este domingo no está en el “convertíos”, sino en el “está cerca el Reino de Dios”. Pero si el reino de Dios viene a nosotros, tenemos que cambiar radicalmente. Nunca estamos preparados para recibir a Dios. Juan era un signo vivo de conversión y preparación: Su ejemplo, su palabra, sus gestos; el hombre que venia del desierto entrañaba un estilo de vida nuevo. Era un hombre quemado por la fuerza del Espíritu de dios; era el hombre que se alimentaba del Espíritu de Dios; era el hombre de la verdad y de la justicia en definitiva era el hombre que creía profundamente en el poder de Dios.
La primera lectura de la celebración dominical, sacada del libro del profeta Isaías es un poema mesiánico impresionante. Este texto nos pinta, con toda la imaginación de un hebreo de su época, lo que será, según él, la maravilla del momento en el que Dios sea quién reine efectivamente entre su pueblo: El rey, dice Isaías, defenderá a quien no tiene sino a Dios para que le haga justicia. La paz y la justicia serán efectivas. Habitarán juntos los violentos y los pacíficos y nadie agredirá a nadie. Hará posible una restauración cósmica, como una vuelta al paraíso. Lo que supone el triunfo del derecho y la justicia; la predilección por los pobres y la reconciliación universal. El Mesías, el ungido, el colmado, el enriquecido de Espíritu de Dios, hará todo esto y será un descendiente de David.
Lucas hace ir a José y a María a Belén para que el niño Jesús sea el descendiente de David, nacido en esa ciudad, tal como lo habían anunciado los profetas. María desenvuelve ante nosotros, en el Magníficat, todas sus ideas acerca de cómo Dios iba a venir y hacer reinar la justicia, y a cambiar la situación de tal manera que se dé una verdadera “vuelta a la tortilla” social, política y económica. Esas ideas fueron las que pasaron de María a Jesús e inspiraron las acciones y palabras de Jesús toda su vida.
2.- En la misma línea de mantener viva en nosotros la esperanza de ver a este mundo convertirse en el Reino de Dios, en un mundo como Dios lo quiere, está la carta de san Pablo a los cristianos de Roma, que tenemos en la segunda lectura. Es como si san Pablo hubiera preguntado: ¿Cómo hemos de prepararnos a esa segunda "venida" de Cristo, a esa llegada de la plenitud de Reino de Dios? Y respondiera: amándonos los unos a los otros como Cristo nos amó. Lo que importa es “acogerse mutuamente”, aunque para ello se necesite un derecho de paciencia y de ayuda divina. Un par de versículos antes dice san Pablo: “Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación”. Superar las disensiones y unirse en la “alabanza” y en el “servicio”. Superar las cerrazones y abrirse a todos. Que nuestra vida sea una verdadera imitación de la de Jesús.
Si es Dios quien "viene", no puede ni quiere venir sino a salvar. Nada debemos temer de quien viene a reinar sobre nosotros y es nuestro mejor amigo. Como todo lo que Dios toma, el universo no puede se poseído por Cristo sino para ser plenificado en todas sus posibilidades, transformado en mejor, convertido en un mundo como Dios lo quiere, en un mundo en el que reine el amor y, con él, la justicia y la paz. ¿Le creemos a la Sagrada Escritura que nos dice que Dios viene a salvar?, ¿o preferimos creer a los charlatanes que hablan de castigos y catástrofes?
3.- El pueblo de Israel llevaba cuatrocientos años sin profetas de Dios, por lo menos sin reconocer a nadie como profeta de Dios. Juan Bautista es el primero, desde la muerte de Zacarías, a quien el pueblo ve como persona autorizada por Dios para hablarle en su nombre.
El evangelista opone la figura de Juan Bautista a la de Jesús. Juan se limita a anunciar el Reino, Jesús lo declara ya presente. Juan limpia el terreno, diríamos, Jesús es quien levanta el edificio. Juan dice que él bautiza con agua y que detrás de él viene Jesús bañando con fuego y Espíritu.
El relato evangélico tiene la finalidad de engrandecer a Jesús, de decirnos quién es el que "viene". Juan Bautista, dice el evangelista, por muy profeta que fuera, por muy importante que fuera, es, únicamente, un servidor de Jesús. ¿Cómo será de importante Jesús, dice el evangelista, que Juan Bautista es solamente un servidor humilde de Jesús? Es Jesús, dice Juan Bautista, quien comunicará la salvación de Dios, anunciada por Isaías.
4.- Fijémonos en el detalle evangélico: Ninguna prerrogativa nos vale. Ni el haber sido bautizados, ni el pertenecer a la Iglesia, ni el formar parte de un grupo determinado, ni llevar un escapulario, ni el haber comulgado tantos viernes de nuestra vida. Dios, dice el Evangelio, puede hacer de las piedras "hijos de Abrahán", no está pues la cuestión en ser "hijos de Abrahán". Es solamente la gracia de Dios, su amor a nosotros, manifestado en Jesucristo, lo que nos salva. Se trata de sentirnos agradecidos por haber sido perdonados sin mérito alguno de nuestra parte, sino gracias a Jesús el Cristo. ¿De verdad sentimos que Cristo ha significado algo decisivo e importante en nuestra vida?
Preguntémonos: ¿Esperamos activamente el Reino de Dios? ¿Sabemos de qué hemos de convertirnos? ¿Nos creemos "hijos de Abrahán", es decir, algo, por formar parte de un grupo o institución? ¿Deseamos, siquiera, la llegada del Reino de Dios? ¿Hacemos algo para que ya vaya reinando la justicia, la paz y el amor?
Y algo importante: Sobre cualquier viejo tronco puede seguir soplando el Espíritu y sacar de él multitud de renuevos. Después de un duro invierno, siempre hay una primavera.
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