Por Ángel Gómez Escorial
1.- Hay un dicho popular que dice, tras producirse un momento de gran silencio en una conversación ruidosa y muy animada entre varias personas, “que ha pasado un ángel”. No sé si en el origen de esa frase está el momento, único y cósmico, de silencio que experimentó la Tierra y toda la creación –aquí en este planeta y en todos los mundos-- momentos antes del Nacimiento de Jesús en Belén. La propia liturgia de la Navidad recoge ese hecho. Y creo que, cuando el Dios creador de todo, iba a incorporarse a la existencia histórica de sus criaturas, la naturaleza tuvo que asumir tal cambio con, casi, un silencio de estupor.
Pienso, asimismo, que también tuvo que acontecer un gran silencio, o una quietud de personas, animales y elementos, en aquellos segundos que mediaron entre el ofrecimiento a María del arcángel Gabriel y su sí, libre, de aceptación. Y es que en todas las transiciones de los elementos naturales, que, sin duda, tienen mucho de cósmico, de afirmación de todo el universo, hay una quietud que es preludio del cambio. No sé si habréis notado, en la orilla, cuando el mar se queda quieto, casi inmóvil, con olas mínimas, en los instantes anteriores a un gran levante u otro tipo de tempestad.
Los evangelios y escritos apócrifos, que florecieron en el cristianismo de los primerísimos años, hay muchas narraciones maravillosas sobre aquellos momentos, tanto en el Nacimiento del Salvador, como en su Anunciación: las florecillas crecían abundantemente de manera inmediata y el Niño Dios, todavía un bebé, ya jugaba a construir crucecitas en el taller de su padre. La verdad es que –nos lo dice el Antiguo Testamento—Dios se nos acerca en medio de un leve susurro de viento y el Ungido aparecerá tan suavemente que ni siquiera tronchará la caña ya casi rota. Por eso las manifestaciones de Dios serán así: grandiosas por su sencillez. Y es que, nosotros mismo en nuestro tiempo, acostumbrados al ruido permanente, a la música de alto volumen, aplicada a la intimidad de nuestros oídos, por unos inmisericordes auriculares, si llegáramos a notar un silencio total y armónico, escoltado por el brillo de los astros más lejanos, también nos quedaríamos perplejos, aunque no nos asustaríamos, nos extrañaríamos…
2.- No seré yo quien os pida silencio en esta noche de alegría, pero pienso que todos, hoy también, habremos apreciado el silencio grande preludio de las grandes cosas. Ha sido --¿a qué si?—un momento antes del inicio de esta Misa del Gallo. Ya la mayoría estábamos colocados esperando el comienzo. Todo ha quedado en silencio durante unos instantes. Y yo he recordado el silencio cósmico de Belén… Os decía que no os iba a pedir silencio en esta Noche que celebramos el Nacimiento del Dios hecho Hombre para nuestra salvación. Y, sin embargo, si os querría decir que deberíamos buscar, con más frecuencia, ese silencio que nos acerca, que nos funde con Dios. Y que siempre llega como preludio de una comunicación importante con el Creador. Y es que –yo creo—si guardamos silencio y nos tranquilizamos totalmente desde dentro hacia fuera, Dios aparece. Podemos escucharle. Por que, ya os decía, Dios llega en el silencio, en el susurro del viento, en la serenidad de un corazón bien abierto a la paz y la concordia.
3.- Junto con la especial belleza del templo, hoy, aquí y ahora, con los adornos, los manteles, los ornamentos de gran fiesta, han brillado como nunca las lecturas que acabamos de escuchar. Isaías nos ha dicho que “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”… Y esa luz, el Dios vivo que ha bajado a la tierra, ilumina todo lo oscuro que puebla nuestro mundo, el de ahora y el de antes. La carta de Pablo a su discípulo querido, Tito, anuncia que la Gracia de Dios ha aparecido para toda la humanidad. Y esa Gracia está presente desde esta noche entre todos nosotros. San Lucas describe el viaje a Belén y el Nacimiento del Salvador fuera de la posada. Es un relato que nos emociona porque está presente en nosotros desde nuestra niñez. Y las imágenes didácticas de los nacimientos están basadas, fundamentalmente, en ese relato de Lucas. Luego, cuando termine nuestra celebración, si nos acercamos al Belén que la parroquia ha montado y le miramos con atención veremos que es una representación en figuras de lo que Lucas nos viene contando desde hace siglos y siglos. Yo, además, he apreciado un especial silencio mientras escuchábamos absortos y el silencio se podía tocar con las manos en las pausas que hacían lectores y ministros…
4.- Revindiquemos el silencio profundo y positivo con el que Dios se manifiesta. No es el silencio de los amordazados y el silencio de los mudos de miedo. Es el silencio de la espera tranquila pero mejor escuchar a Dios. Qué desde hoy, ya que nos ha nacido un Salvador, sepamos interpretar los silencios de Dios. Son anticipo de algo grande. Estad seguros. Y ahora recibir mi más fuerte abrazo de hermano que se siente feliz… ¡Feliz Noche Santa! ¡Feliz Navidad.
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