Por José María Martín OSA
1- Para muchos no es la Navidad, sino las "Navidades". Su celebración va unida a las cenas de empresa, la lotería, la cesta, Papá Noel -la esencia de la Navidad según un spot publicitario-, el abeto, las bolas y el espumillón, el aguinaldo, las panderetas y zambombas, el pavo, el champán, el turrón, los mazapanes… El gasto inútil y el desenfreno alcanzan cotas inimaginables. ¿Es esto la Navidad? Olvidamos con frecuencia el origen de lo que estamos celebrando. Sólo cuando nuestra mirada se desvía hacia el Belén y vemos al niño sonriendo en su cuna de paja nos damos cuenta de la razón de todo esto.
2- Nos dice el Evangelio del día de Navidad que la Palabra “vino a los suyos y no la recibieron”. ¿Seremos nosotros capaces de recibirla? La Encarnación es el misterio del Amor de Dios al hombre. Dicen que los cuentos son pequeñas historias que sirven para entretener y para dormir a los niños. Hace unos días leí este cuento escrito por un buen amigo, un cristiano comprometido, que quiere permanecer en el anonimato. Pero este cuento no quiere adormecer sino despertar nuestro corazón, despertar nuestro compromiso con la utopía de Jesús de Nazaret, tal vez un poco aletargado. Jesús tuvo un sueño: El Reinado de Dios.
“Aconteció que una familia obrera formada por José y María esperaba una criatura. José tenía en es momento un trabajo de peón de seis meses de duración, nunca había tenido un empleo estable. Su vida laboral era de trabajo en trabajo con contratos de corta duración. María estaba en la economía sumergida, poniendo asas a bolsos. Tenía que echar muchas horas para ganar algo. La suma de los dos sueldos no daba para mucho y menos para pagar el préstamo de su piso de 70 metros cuadrados. Con el tiempo se le juntaron demasiados recibos sin pagar. El banco ejecutó el desahucio. Ni siquiera sirvió la petición desesperada de María y José de esperar unos pocos meses después de dar a luz. La ley no defiende a los pobres ni a los débiles, es la ley de los fuertes contra los indefensos.
Fue el día 24 de diciembre cuando la orden judicial se aplicó con rigor. José y María se quedaron en la calle. Un vecino tuvo la amabilidad de permitirles dejar sus pocos enseres en un almacén. Fueron buscando alguna pensión, pero o estaban cerradas o no querían darles habitación por la pinta que tenían. Les decían lo mismo una y otra vez: "Aquí no hay sitio para ustedes”. La tristeza, la angustia, la desolación hicieron mella en María. Aunque según sus cuentas faltaban veinte días para dar a luz, se puso de parto. Las circunstancias de la vida hicieron que en ese mismo instante estuvieran pasando por un descampado de la periferia; José miró y buscó con ansiedad a alguien que les ayudara, pero no vio a nadie, sólo vio una fábrica cerrada, vieja, cochambrosa. José cogió de la mano a María, le dio un beso en la frente y le ayudó a llegar a la fábrica.
Allí se encontraron con un grupo de hombres y mujeres inmigrantes alrededor de una lumbre, cenando algunas latas y pan. José y María se asustaron, pero estos inmigrantes les sonrieron y prepararon con sus viejos enseres una cama. Las mujeres ayudaron a dar a luz a María. Nació un niño de poco peso, porque, como dijimos antes, sus sueldos no daban para mucho y los precios de los alimentos estaban por las nubes. La alegría fue enorme. Una fábrica cerrada por una de tantas reconversiones, que buscaban el máximo beneficio económico por encima de las personas, había servido de cuna para alumbrar una vida.
María y José miraban a este niño con un inmenso cariño: a veces la vida se abre entre tantas injusticias. José dirigió su mirada hacia los inmigrantes, una mirada de agradecimiento y de perdón, porque él había pensado en infinidad de ocasiones que no eran buena gente y que quitaban el trabajo a los del lugar. Se sintió hermano con ellos. Pero, esa mágica noche no acabó así. Sin saber muy bien por qué apareció Antonio, María, Isabel, Pedro, Luis, Juan, Carlos, Pepe, Juana... gente obrera, sencilla, cansada de echar muchas horas de trabajo en turnos, con un jornal pequeño y siempre con el miedo al despido o a no renovar el contrato.
José y María quedaron desconcertados, no entendían nada, absolutamente nada. Uno de ellos se acercó y les dijo: Hace tiempo esperábamos a un Salvador, alguien que nos liberara de la opresión y la resignación. María, José, ese Salvador es vuestro hijo, dijeron. Tuvieron que pasar muchos años para que María y José entendieran lo que les acaba de suceder.
Este acontecimiento abrió el horizonte de una nueva esperanza, porque Dios está con-nosotros, no contra-nosotros. El nacimiento de Jesús de Nazaret fue una Buena Noticia, siendo los primeros que la recibieron los más humildes y olvidados de la sociedad”.
3- Demos gracias a Dios en este día de Navidad por el Niño-Dios hecho hombre por nosotros, porque “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Salmo 97). En Navidad descubrimos la solidaridad de Dios con los hombres. Somos hijos de Dios y hemos recibido gracia tras gracia. ¿No es éste un motivo para alegrarse?
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