“¡VIVA CRISTO REY”!
Por José María Maruri, SJ
1.- Es un amanecer desapacible. El sol no se atreve a aparecer entre las nubes. En el patio de la cárcel un hombre con los ojos vendados y los brazos en cruz, después de haber perdonado a sus perseguidores grita un “¡Viva, Cristo Rey!” que se confunde con los disparos del pelotón. No ha sido un grito de combate. Tras unos momentos de silencio se oye un nuevo disparo. El tiro de gracia. Era el 23 de noviembre de 1927. El hombre que ofrendaba su vida a Cristo era el Padre Pro. El sitio, la ciudad de México. Años después, unos nueve o Dios, en España, y en muchos lugares, otros hombres morían ante los pelotones de fusilamiento gritando: “¡Viva, Cristo Rey”! Y perdonaban a los que les mataban. Muchos años después, unos setenta, esos hombres eran convertidos en beatos como ejemplo pacífico para las generaciones futuras.
2.- La realeza de Cristo, lo mismo en su persona que en sus seguidores se patentiza, recibe, el marchamo de autenticidad en momentos de Pasión y Muerte
--Cristo no quiso que la multitud saciada por la multiplicación del pan y de los peces, le nombraran Rey, y por eso se escondió
--Cristo recrimina a sus discípulos que se disputen los primeros puestos diciéndoles que ellos no pueden ser como los Reyes de la tierra, que el quiera ser mayor sea siervo de todos.
--Pero Cristo maniatado, coronado de espinas, cubierto con una vieja capa de algún soldado romano, acepta él título de Rey ante Pilato: “Tu eres Rey”. “Sí, tú lo dices, yo soy Rey.
3.- Tan verdadera es su realeza como Hijo de Dios Eterno, como punto Omega a donde toda la creación converge y tiende y en la que se diviniza, como Primogénito de todos los hombres, como Cabeza de la Iglesia, del Pueblo de Dios, que no necesita de coronas, de cetros, de banderas, de ejércitos, de himnos…
El Señor será siempre el Señor, aún en medio de las tinieblas del Viernes Santo, colgado del patíbulo. Más aún es ahí precisamente donde su señorío en sufrir y aceptar la voluntad de Dios hace que un centurión romano le reconozca por Hijo de Dios y un ladrón le pida suplicante que le admita en su Reino. Cuando las cosas son verdaderas quedan patentes, se autentican en los momentos más paradójicas de la vida.
4.- El Reino de Cristo no es de este mundo, está dentro de nosotros. Y en esa interioridad de los corazones es donde se muestra auténtica la fuerza, el señorío de esa realeza de Cristo.
Tal vez hayáis tenido ocasión de asistir a un acto de perdón: un corazón profundamente herido lucha entre el odio y el perdón, entre el resquemor y el olvidar por entero, y que al fin perdona de corazón y da un abrazo al que él ha considerado objeto de repulsión. Ahí vence Cristo perdonador, que ha dicho. “Amar a vuestros enemigos”. Ahí reina y domina Cristo un corazón que luchó por ser Rey.
--Una persona que lucha por aceptar la pérdida de un ser muy querido, o una enfermedad dolorosa e irreversible, y que al fin puede decir: “Hágase tu voluntad”. O como me dijo aquella enferma de cáncer: “Padre, el mejor regalo que Dios me ha hecho en mi vida ha sido esta enfermedad...” Ahí reina Cristo por entero.
--Una confesión sincera, hecha después de muchos años de separación de Dios, que acaba con apretón de manos al confesor porque no encuentra allí la mano de Cristo que hubiera querido apretar en la alegría del perdón…Ahí reina Cristo.
--En una vida familiar entregada a cuidar a los propios hijos, a los padres ancianos, a hermanos o hermanas mayores, todo hecho con amor y alegría, cediendo su propia felicidad a la atención de todo el que la necesita. Ahí reina Cristo.
--Ahí muestra Cristo su señorío y hace participar a esas personas en su mismo señorío.
No hay trompetas ni tambores, ni banderas ni estandartes. Nadie es testigo del Señorío de Cristo, pero ahí reina Él en plenitud.
Pidamos en esta Eucaristía que también reine Cristo en nosotros, en esa sencillez y silencio de su Reino.
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