Motivos para la esperanza, Dios no falla
Vivimos una seria crisis de credibilidad de las instituciones clásicas que por siglos dieron fundamento a los valores humanos, culturales y religiosos: Familia, Escuela, Iglesia. Parecería que no hay ya más razones para la esperanza. Es una sensación real, pero necesita el esfuerzo de situar correctamente nuestro desencanto. La causa de la decepción son las personas y las instituciones, sus comportamientos, sus actuaciones, sus promesas incumplidas, sus debilidades y errores. Basados en los valores y en los proyectos más nobles podemos hacer grandes obras, pero también somos mezquinos y capaces de inhumanidades terribles.
El tiempo litúrgico del Adviento nos ofrece motivos de esperanza. El profeta Isaías nos lo manifiesta en la visión del Señor que reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Habla de la esperanza de tiempos nuevos y mejores, entreviéndola en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. Dios no falla, es fiel en su amor y hace posible la vida humana en medio de todas las dificultades.
Reforzar la esperanza y la vigilancia
Solo podremos apreciar el amor de Dios con dos actitudes que el Adviento nos recuerda: la esperanza y la vigilancia.
Tener esperanza no es lo mismo que esperar. Esperamos cuando lo que llega se debe al esfuerzo humano. Tenemos esperanza cuando lo que adviene nos sobrepasa humanamente. Esperar nos sitúa en estado de receptividad. Esperar con esperanza es estar convencidos de que llegará algo que supera nuestras fuerzas, en nuestro caso el Reino de Dios en su plenitud.
Espera y esperanza no se contraponen, más bien la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. Podemos esperar muchas cosas, pero tener muy poca esperanza y podemos tener una gran esperanza con pocas esperas humanas. Hay esperas pasivas, de los no comprometidos; hay esperas interesadas, del tipo ‘doy para que me den’; y hay esperas activas y creadoras, de los que aportan cada día su esfuerzo para tener un poco más cerca lo que esperan.
Esperar –con esperanza– es “desear provocando”, desear algo tan apasionadamente que uno se entrega a la realización de lo que espera. Dios nos ha prometido el Reino como una tarea, una misión, un quehacer apasionante. Adviento es tiempo para alimentar la virtud de la esperanza. Jesucristo esperó siempre activamente la venida del Reino, su plenitud, a pesar de los fracasos momentáneos. Y cuando todo parecía hundirse, él seguía fiel.
A la esperanza la complementa otra actitud imprescindible a la que nos invita el Adviento: Vigilancia.
Nos dice San Pablo: «Es hora de espabilarse porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer». Y Jesús: «Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Vigilar es velar solícitamente durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Vigilar ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en disposición de servicio, atentos ante el futuro sin descuidar el presente, abiertos a reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y a actuar en consecuencia.
Nuestro Adviento personal: Dios viene a mí
Ante la llamada a espabilarnos podríamos pensar que solo se trata de poner nosotros algo más de empeño, de atención, de buena voluntad en nuestra vida cristiana. Está bien ponerlo, es necesario, pero no es ni suficiente ni lo más importante. No se trata de lo que nosotros debemos hacer sino de lo que Dios hace en nosotros. La iniciativa la tiene él. El amor es suyo. Nuestra intervención es siempre segunda, en respuesta a la suya. Él es además el origen de nuestra respuesta, quien nos conoce y ama, quien comienza la relación viniendo a nuestro encuentro.
Cuando en Adviento repetimos la invocación: ¡Ven, Señor!, –como en el padrenuestro pedimos ¡venga a nosotros tu Reino!–, en realidad, no pedimos tanto que venga el Señor –ya está en nosotros– como que cada uno de nosotros comprenda y viva la presencia y la acción amorosa del Dios que viene a nosotros. Y que de ahí surja la respuesta de corresponder a su amor, a su venida constante.
San Pablo nos invita: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Quiere decir: Rechacemos toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las relaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas.
Al iniciar un nuevo Adviento descubramos a Dios como Padre, origen y causa de todo bien, y pidamos crecer en esperanza y en el amor que reaviva nuestra ilusión de vivir.
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