DOMINGO 34 DEL T. ORDINARIO /C-
EL REY CRUCIFICADO
Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. C
José Román Flecha
“Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. David había reinado durante siete años sobre las tierras de Judá. Pero, recordando las palabras que Samuel le había
dirigido, las gentes del norte llegaron a Hebrón para rogarle que gobernara como rey a todas las tribus de Israel (2 Sam 5,1-3).
Al cantar el salmo 121, nosotros evocamos la alegría de los peregrinos que subían a Jerusalén “a celebrar el nombre del Señor”. La pandemia, la guerra, la corrupción y la violencia difunden por el mundo el desencanto y la tristeza. Solo la confianza en el Señor puede devolvernos la paz que deseaban a Jerusalén los que llegaban hasta su templo.
Los cristianos sabemos y creemos que la paz verdadera nos ha sido ganada por la sangre de Cristo. Así lo escribe san Pablo a los fieles de la ciudad de Colosas: “Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20).
LA REPUGNANCIA A LA CRUZ
No podemos olvidar esa alusión a la cruz de Cristo. El evangelio nos recuerda que Pilato mandó colocar sobre ella un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se presentaba al condenado: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23,38).
Evidentemente, esa realeza del Crucificado había de ser mal interpretada y utilizada en su propio beneficio por muchos testigos de la pasión y muerte del Galileo.
• Las autoridades y el pueblo se burlaban de él porque había salvado a otros, pero no podía salvarse a sí mismo. Por tanto, no podía ser reconocido como el Elegido por Dios.
• Los soldados que lo crucificaron despreciaban a aquel condenado que no tenía ni la aperiencia del rey de aquel pueblo que lo acusaba.
• Y uno de los dos malhechores crucificados junto a él le pedía a gritos que se salvara de una vez y de paso le salvara también a él.
Estos datos evangélicos no han perdido actualidad. También hoy a muchos sectores de la sociedad les repugna tanto la cruz como el Crucificado.
EL NUEVO PARAÍSO
Sin embargo, en medio de las burlas de las autoridades y el desprecio de las gentes, el otro condenado dirige a Jesús una súplica que recibe una profecía de gracia (Lc 23,39-42).
• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Muchas gentes de Israel esperaban un Mesias. Este condenado descubre en Jesús un poder que no reconocen sus acusadores. No
le pide que se desclave y baje de la cruz. Ha descubierto la autoridad de aquel rey de la verdad. Y le ruega que lo recuerde, como lo pedían a José sus compañeros de prisión allá en
Egipto.
• “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús responde con una frase que resume lo que había prometido a sus discípulos: que estarían con él. El hombre extraviado y el Dios de la
misericordia se encuentran de nuevo en el paraíso. Pero el nuevo paraíso ya no puede ser imaginado como un lugar de delicias, sino como una relación de perdón y de acogida.
- Señor Jesucristo, te reconocemos y aclamamos como nuestro Redentor. Tu entrega en la cruz nos ha rescatado del mal y del pecado. Atrae hacia ti nuestras miradas para que podamos vivir en el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz. Tú eres nuestro Rey. Amén.
LA ÚLTIMA ORACIÓN
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”
(Lc 23,42)
Señor Jesús, a veces alguna persona nos pregunta cómo ha de orar. Seguramente ha sido educada para recitar oraciones sabidas de memoria. Oraciones que se consideran aptas para conseguir un favor concreto.
Ante esa pregunta solemos citar alguna de las oraciones que recogen los evangelios. A la vista de una pesca abundante, Pedro te dijo: “Señor, apártate de mí; soy un hombre pecador”. Y un leproso se postró ante ti y te suplicó: “Señor, si quieres puedes limpiarme”.
Uno de tus discípulos te dijo: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñaba a sus discípulos”. El ciego de Jericó tu suplicó: “Hijo de David, ten piedad de mí”. Pero, en lugar de pedir, Zaqueo te prometió compartir la mitad de sus bienes con los pobres.
Son tan solo unos ejemplos. Las gentes que te seguían solían presentarte su situación personal, sus necesidades y sus deseos.
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Entre las oraciones que encontramos en los evangelios es muy significativa la que pronuncia uno de los malhechores
condenados y crucificados junto a ti. No te pide ser liberado del tormento ni de sus dolores. Se limita a rogarte que te acuerdes de él cuando llegues en tu reino.
Su oración se sitúa en el marco de la primera alianza. Nace de la fe de su pueblo, que espera un mesías rey. Él parece ser el único que comprende la verdad que expresa el letrero que Pilato había mandado colocar sobre tu Cruz. Solo él creía de verdad en tu reino. En realidad, era uno de los hijos de la verdad que pertenecen a él.
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Eso le respondiste. Aquel “hoy” iniciaba un tiempo absolutamente nuevo. Y el paraíso era presentado por ti como el gozar de tu compañía.
En ese hoy de la salvación te ruego, Señor, que te acuerdes de mí. Que tengas piedad de mí. Que me admitas junto a ti. Amén.
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