¡LEVANTEMOS UN PILAR!
Por Javier Leoz
1. Hace muchos siglos, la evangelización iniciada por los Apóstoles, se inició con una certeza: Jesús acompañaba en ese afán. El Señor, era la gran convicción que tenían los apóstoles, iba por delante. El Espíritu inspiraba la palabra oportuna. Infundía la fortaleza frente a la adversidad.
Hoy, al celebrar la Virgen del Pilar, de nuevo miramos y profundizamos en los cimientos de nuestra fe: todo nuestro edificio y entramado espiritual está levantado sobre la roca de los apóstoles. Y, María, no vive ajena a esa roca.
El Pilar de Zaragoza, en este día de la Hispanidad, es precisamente un renovado deseo de fortalecer nuestra fe. De echar una ojeada hacia atrás, no por nostalgia, y sí para comprobar la multitud de hermanos nuestros que han vivido con hondura y verdad la fe en Jesucristo. Hoy, como el Apóstol Santiago, también necesitamos ser acariciados por la mano de la Madre.
2.- Nos cuenta la entrañable tradición mariana del Pilar que, María, aparece para consolar al Apóstol. Todos los días, en nuestros desvelos, luchas, fatigas, decaimientos, abatimientos y contrariedades, María pone un pilar debajo de nosotros para que no renunciemos en nuestro empeño de llevar a Jesús hasta los últimos confines del orbe.
Todos los días, al mirar al Pilar de Zaragoza, nuestra fe se consolida. Se hace más fuerte. Más profunda. Más vigorosa. ¿Por qué? Simplemente porque, celebrar a la Virgen del Pilar, es poner la veleta de nuestra existencia en dirección a la Verdad que es Dios.
3.- María, no hay más que adentrarse en multitud de catedrales, iglesias y ermitas humildes dedicadas a su nombre, permanece en medio de nuestro pueblo, al lado de los creyentes como esa columna a la cual nos agarramos para alcanzar seguridad, crecimiento, autenticidad y constancia en la fe. La Virgen, asomándonos a la tradición cristiana de los primeros siglos, acompaña –paso a paso y casi al mismo compás- con Jesucristo a todo aquel que quiera dar razón de la mejor noticia que hasta nosotros llegó desde el Oriente: ¡Jesús ha muerto! ¡Jesús ha Resucitado! ¡Nosotros resucitaremos!
Desde entonces, el Pilar de Zaragoza, se ha convertido en un punto de apoyo para todos los voceros de Dios. Mejor dicho; arrimarse al Pilar de Zaragoza, es escuchar el susurro de las aguas, no tanto las del Ebro, cuanto las del Espíritu, para que no dejemos de avanzar en el conocimiento de Jesús, ni en la expansión de su nombre.
4.- Por y para ello, la fiesta de la Virgen del Pilar, nos sugiere algunos puntos:
-Pongamos el “pilar de la oración” a nuestra vida católica. ¿No os parece que hemos dejado el edificio de nuestra espiritualidad muy débil y con escasa relación con Dios?
-Levantemos el “pilar de la esperanza” a nuestro caminar. ¿No creéis que somos demasiado pesimistas para las cosas de Dios? ¿Acaso los primeros heraldos del evangelio no pasaron lo suyo?
-Construyamos un “pilar fe” en nuestro vivir. El ambiente no acompaña. Por un lado y por otro nos bombardean constantemente en un intento de derribar ese gran santuario que, desde hace 2000 años, cientos y miles de evangelizadores han levantado, y millones y millones de hombres y mujeres han sabido vivir debajo de El: Jesucristo. Que seamos capaces no de guardar (sería poco) sino de reavivar, alimentar y entusiasmarnos con la persona de Jesús. Sólo así podremos decir que, “el Pilar” de nuestra Fe está dónde María supo asentar su ser, confianza y su existir: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
5.- ORACIÓN A LA VIRGEN DEL PILAR
Virgen del Pilar, tan pequeña, aparentemente
y tan grande como el cielo que detrás dejaste
para descender hasta nuestra tierra
y animar a los que, de Jesús, hablaban en su nombre
Virgen del Pilar, morena por fuera
pero blanca y virgen, limpia y hermosa en tus entrañas
¡Por algo, Dios, se fijó en el jardín de tu interior!
Virgen del Pilar, Madre de Dios
y Madre de los que marchamos por la áspera tierra
Eres faro; ilumina los caminos por donde vamos
Eres guía; condúcenos para no equivocarnos
Eres alegría; infúndenos tu aliento en la fe
Eres dulzura; dulcifica la hora de nuestras amarguras
A las orillas del Ebro, como manantial fecundo,
vas derramando aquellas GRACIAS que, desde el cielo,
Dios regala sin medida para los que las piden con fe
A las orillas del Ebro, como un adelanto de la gloria del cielo,
se levanta tu templo, en el que siempre
hay una fuente para calmar la sed
silencio que habla en la prueba
alimento eucarístico que fortalece la vida del creyente
mil Palabras que responden a cada interrogante.
¡Sí, Virgen del Pilar!
Arrimarse hasta tu imagen es comprender:
que la fe, para que sea grande, ha de fijarse en lo pequeño
que la fe, para ser pura, ha de brindarse desde dentro
que la fe, para ser fuerte, ha de tallarse a golpe de cruz
que la fe, para ser alegre, ha de serlo con sonrisa divina
que la fe, para ser auténtica, ha de desplegarse en servicio generoso
¡Sí, Virgen del Pilar!
Hoy, como siempre, nos subimos hasta el Pilar de la fe
a ese pilar donde, Tú como Madre y maestra,
te alzaste como estrella que conduce hacia buen puerto
como barca que cruza toda tempestad
como Madre en el que se abraza todo mundo Hispano.
¡Gracias, Virgen del Pilar!
Besar tu manto, es comprometerse con el Reino de Dios
Besar tu manto, es inclinar la cabeza con humildad
Besar tu manto, es estar al pie de la cruz de Cristo
Besar tu manto, es poner cimientos a nuestra vida cristiana.
Por todo ello, y por mucho más, Virgen del Pilar:
¡Bendita y alabada sea la hora en que viniste a Zaragoza!
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