12 octubre 2022

Reflexión domingo 16 de octubre: CREER ES ESPERAR

 CREER ES ESPERAR

Por Gabriel González del Estal

1. – Creer es esperar y confiar. La simple creencia racional de que Dios existe no tiene fuerza suficiente para hacer saltar la chispa de la esperanza en un Dios que puede salvarnos. El Dios de los filósofos no hace creyentes vivos; Pascal no empezó a vivir su fe hasta que se encontró con el Dios de los patriarcas, con el Dios de la fe. Un Dios con el se podía entrar en diálogo, a quien se le podía descubrir la profundidad de la herida, a quien se le podía confiar el secreto más hondo del corazón. Creer en el Dios cristiano, en el Dios de Jesucristo, es creer en un Dios que me ama, en un Dios que está más dentro de mí que yo mismo, en un Dios católico y universal que se ha acercado hasta nosotros, para salvarnos a todos. Creer en él es esperar que cumpla su palabra, creer que está siempre esperando al hijo pródigo y desagradecido, buscando entre las zarzas espinosas a la oveja perdida, curando al poseso y al paralítico, defendiendo a la mujer pecadora, amando y perdonando a todos hasta el extremo. Sólo a este Dios se le puede rezar, se le puede abrir el corazón, se le puede llamar Padre y se le puede decir: hazme justicia frente a mi adversario. El lema de este domingo del DOMUND es: dichosos los que creen. La pregunta que podemos hacernos nosotros, los burgueses de esta Europa capitalista, es: ¿cómo van a poder creer en el Dios de los cristianos tantos millones de personas a quienes los cristianos, con nuestro monstruoso egoísmo, estamos abandonando a la miseria y a la muerte? ¿Pueden confiar en nuestro Dios y esperar algo de nosotros, los cristianos, aquellos que sólo nos ven como a sus explotadores y comerciantes aprovechados? Si no esperan nada bueno de nosotros, si no confían en nosotros, ¿cómo van a creer en el que decimos que es nuestro Dios?

2. – Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Moisés rezaba por el pueblo, mientras Josué peleaba con la espada contra los enemigos del pueblo. Es cierto que hoy no podemos pedirle a nuestro Dios que derrote a nuestros enemigos, a filo de espada. Nos lo impide nuestra sensibilidad religiosa y nuestro amor a un Dios que es padre de todos y que quiere salvarnos a todos. Pero la insistencia de Moisés en la oración, que sostuvo las manos en alto hasta la puesta del sol, mientras Josué peleaba valientemente, sí nos hablan del valor de la oración comunitaria y del trabajo comunitario como valores cristianos de todos los tiempos. El ora et labora de San Benito, el “reza y trabaja”, sobre todo cuando se hace comunitariamente, a favor del pueblo de Dios, sigue siendo hoy un consejo y una práctica cristiana de gran valor. Unir trabajo y oración, tiempos de actividad y tiempos de ocio, de diálogo, de lectura, de contemplación, es algo necesario para mantener el buen tono físico, psíquico y espiritual de la persona.

3. – Toda Escritura inspirada por Dios es útil para... educar en la virtud. Educar en las virtudes humanas, en las virtudes cardinales y en las virtudes teologales, en el perfeccionamiento progresivo y continuado de nuestro ser humano. La escritura que no sirve para educar en la virtud no puede ser una escritura inspirada por Dios, por muy dicha y escrita que esté en lugares y libros llamados santos. Educar en la virtud era ya el máximo ideal de los filósofos griegos de los siglos cuarto y quinto antes de Cristo, pero que, desgraciadamente, no es el máximo ideal de la mayor parte de los padres de familia y gobernantes de este tiempo en el que nosotros vivimos. Sobre todo, si, como nos dice el autor de la carta a Timoteo, el educar en la virtud supone proclamar la palabra, insistir a tiempo y a destiempo, reprender, reprochar, exhortar, con toda paciencia y deseo de instruir. Educar en la virtud supone mucho en el que educa; supone paciencia, fortaleza, sabiduría y, sobre todo, mucho verdadero amor. Virtudes que, por desgracia, no abundan hoy mucho en los que tenemos la sagrada misión de educar.

4. – Hazme justicia frente a mi adversario. Más de una vez, el mayor adversario de cada uno es uno mismo. Ese yo egoísta, vanidoso y ambicioso, que vive dentro de cada uno de nosotros. Lo llevamos siempre dentro de nosotros mismos, tentándonos y empujándonos hacia el mal camino, hacia la deificación del yo y hacia el desprecio o la indiferencia frente al hermano. También hay adversarios externos, personas, instituciones, cosas, que nos tientan, o nos deslumbran, o nos atontan, o nos apartan del verdadero camino de la justicia, de la paz y del amor. De todos los adversarios quiere librarnos el Señor bondadoso y bueno, el Padre que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos y que conoce nuestras debilidades y nuestras equivocaciones. Vamos a pedirle al buen Dios que nos ayude a librarnos de todos nuestros adversarios. Poniendo de nuestra parte todas nuestras escasas fuerzas y confiando, teniendo fe, en la misericordia de nuestro Dios, de un Dios que, antes que juez, es Padre misericordioso.

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