En la primera lectura, tomada del libro del éxodo, se nos narra una disputa del pueblo de Dios durante la peregrinación en el desierto. Israel en su camino hacia la tierra prometida tuvo que ir haciendo frente a muchas dificultades, defendiéndose de muchos enemigos y purificando su idea de Dios. Los versículos que hemos leído este domingo son especialmente incesantes, pues nos hacen notar que Israel obtiene la victoria sobre los amalecitas no solo porque Moisés busca el auxilio de Dios en la oración, sino también por la determinación y las habilidades guerreras de Josué. En efecto, el hecho de ser persevantes en la oración, no nos dispensa de nuestro compromiso. Es con el esfuerzo y con la responsabilidad humana como Dios nos hace justicia.
Los discípulos de Cristo, al igual que el pueblo Israel en su peregrinar hacia la tierra prometida, en nuestro caminar cristiano también tenemos que enfrentarnos con muchos obstáculos y combatir a muchos “Amalecs” que nos seducen con sus propuestas engañosas y disfrazados de existo y felicidad, desviándonos así del camino que Dios nos invita a seguir.
Para la perseverancia y la victoria en nuestro combate contra los “Amalecs”, Jesús nos dejó un arma poderosa: la oración sin desfallecer. La oración nos conforta y revitaliza en todo momento. Ella despierta nuestra alma y nos impulsa con una fuerza siempre renovada. Eso es lo que necesitamos en cada momento.
Lucas es ciertamente el evangelista de la oración. Son muchos los textos de Lucas que nos hablan de oración. En una serie de ocasiones nos muestra a Jesús orando. Hace oración en los momentos más decisivos de su misión: al empezar la vida pública, al escoger a los Doce, en la Pasión. A la luz de la experiencia orante de Jesús, el cristiano entiende que está invitado a orar siempre, con persistencia ¿Por qué? ¿cuál es la razón de esta persistencia?
La perseverancia en la oración es la actitud que posibilita al creyente mantenerse fiel en medio de las dificultades del día a día. La oración confiada y persistente es la forma de enfrentar toda adversidad. Es evidentemente que la oración que no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos. La oración fortalece nuestra esperanza.
La esperanza cristiana no es una simple espera de algo que podría realizarse, sino la consecuencia de la fe. La esperanza cristiana no es mera quimera o fantasía, su fundamento real reside en Dios mismo, en su amor, en su poder y en su fidelidad. Eso es lo que engendra en nosotros la seguridad de que todo lo que esperamos, lo que deseamos, se verá realizado por eso podemos vivir confiados incluso cuando experimentamos una tribulación, un fracaso en un proyecto… o simplemente cuando lo que vemos, tocamos u olemos es una negación de lo que esperamos. Porque el fundamento de nuestra esperanza no somos nosotros, ni lo que creemos o sentimos. El fundamento de nuestra esperanza es solo Dios. Y solo la perseverancia en la oración a la que nos invita Cristo puede prepararnos y abrirnos a la confianza en este Dios que siempre defiende el derecho del débil frente a los que lo vulneran o trasgreden.
Esta actitud de perseverancia en la oración es la que Jesus nos invita a practicar. Jesús quiere que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso. Jesús nos insta a tener una obstinación semejante a la de la viuda de la parábola. Pues si el sólo hecho de pedir con insistencia ya obliga al inicuo y corrupto juez que ni temía a Dios ni le importaba los hombres a acceder a hacer justicia a la pesada viuda, con mucho más motivo Dios, que es su esencia es amor, se compadecerá y atenderás las suplicas de los que acudimos a él día y noche. Ahora bien, esto no significa que hemos de cruzarnos los brazos y esperar que Dios haga lo que hemos de hacer nosotros. Dios no puede remplazarnos en nuestro compromiso y nuestra responsabilidad. Ya lo dice el dicho popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”.
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