ESTE DOMINGO, LA PALABRA DE DIOS VA DE LEPROSOS
Durante mi vida misionera en Mozambique tuve la oportunidad de encontrarme con varios leprosos y, sobre todo, conocer una aldea para leprosos fundada por una gran misionera mercedaria, aragonesa: la hermana María. ¡Qué gran mujer y qué mujer de fe y de caridad!
Hago referencia a esta aldea de Nkondedzi, para distinguir la gran diferencia entre los leprosos de la época de Jesús hasta bien entrado el siglo XX y los leprosos de la hermana María.
Para los de la época del evangelio y del antiguo testamento (1a lectura): no había peor maldición para el enfermo e, incluso para su familia, que ser leproso. Las consecuencias sociales eran más graves e hirientes que la propia enfermedad, de por sí desagradable y horrorosa: marginación total, pobreza absoluta, aislamiento de la familia, de su lugar histórico de vida, apestados y rechazados por todos y por la Ley judía.
Gracias a los avances médicos (una lepra cogida a tiempo se puede curar en 30 días) y gracias al amor evangélico de la Hermana María y de su comunidad de Mercedarias, los leprosos de esta aldea, fundada expresamente para ellos al iniciar la independencia de Mozambique en 1975, la vida era totalmente distinta: cada uno en su casa, con su huerta, viviendo con su familia. Y aquella aldea pequeña se transformó en un pueblo grande, donde hay hospital, iglesia, trabajo, escuelas, familias sin lepras.
En Nkondenzi la lepra fue vencida poco a poco con la medicina pero, antes, fue vencida con el amor, con una comunidad que acogía, con unas manos que curaban, con unos corazones que transmitían el amor de Dios.
UN SIRIO Y UN SAMARITANO AGRADECIDOS
La primera lectura y el evangelio nos hablan de dos extranjeros curados: un sirio, alto jefe de su reino y un samaritano. Una bofetada para los ‘fieles judíos de la Ley’ que pensaban que sólo ellos eran los amados por Dios.
El sirio Naamán acude al profeta Eliseo, llamado tres veces en el texto ‘el hombre de Dios’. Éste le manda hacer una cosa sencilla: tomar 7 baños en el rio Jordán.
Eliseo ofrece al sirio encontrarse con Dios, con ese número sagrado bíblico de ‘siete baños’, que indica plenitud y en ese río tan bíblico donde Jesús recibió el bautismo, y donde inicia a vencerse la lepra del pecado.
El sirio se siente ofendido porque en su pensamiento creía que las cosas iban a suceder de otra forma más solemne, más litúrgica, más pomposa: “yo me imaginaba...”. Mira que tener que bañarme en un rio de los judios...
Dios es así de original: nos rompe todos los esquemas. Su salvación no llega a través de nuestros proyectos o deseos. Él tiene su propio método, generalmente el de la sencillez, la humildad, la pobreza. Es significativo que quien aconseja a Naamán ir a encontrarse con Eliseo sea una joven esclava judía.En el evangelio, son diez los leprosos que, saliendo de su cueva inhumana, se atreven a saltar las normas sociales y van al encuentro de Jesús. Algo habrían oído de lo que hacía el nazareno. ¿Por qué no intentar la suerte de que nos cure? Quien vive en una situación límite tiene derecho a intentar todo para volver a ‘vivir’ como los otros.
Jesús, rompiendo todas las normas judías de pureza, se atreve a dialogar con los leprosos. Acoge su pedido: “Maestro, ten piedad de nosotros”.
Jesús les responde con una norma de la Ley: para demostrar que estaban curados debían presentarse al sacerdote del templo y así confirmar que ya estaban autorizados a ‘re-vivir’. Es en ese camino cuando los diez son curados.
Pero, maravilla del evangelio: sólo uno vuelve para agradecer. Es extranjero. Sólo uno ha reconocido que detrás de esa cura de su cuerpo y de su integración social, ese Maestro es algo más que un ‘curandero’ y por eso glorifica a Dios, cae de bruces a los pies de Jesús, le da las gracias. Un gesto de adoración y de gratitud. La sentencia de Jesús, tan repetida en el evangelio se deja oír de nuevo: “Tu fe te ha salvado”.
UN CAMINO DESDE EL DESEO DE SALUD AL ENCUENTRO CON EL SALVADOR
Vuelvo a la experiencia del poblado mozambiqueño de leprosos: quien ha vivido en situaciones límites de la vida puede valorizar muchísimo cuando vuelve a vivir una vida humana y espiritual en plenitud.
El sirio Naamán lo reconoció: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Pasó de una situación humana de indignidad a descubrir un Dios salvador comunicador de vida.
Lo mismo hizo el leproso samaritano. En el encuentro con Jesús, pasó de un pedido de salud a experimentar un encuentro personal con la salvación, con el Salvador: Jesús, el Maestro.
Creo que la Palabra de este domingo se completa con la afirmación de Pablo en la segunda lectura: “Si morimos con Él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él”.
Somos invitados a salir de nuestras lepras con coraje: pidamos al Maestro que nos llene de su Vida, de su Verdad, de su Amor. Es sólo dejarse tocar por Él: “Tu fe te ha salvado”.
Por cierto, cuando la hermana María falleció de malaria, una semana antes me pidió un refresco y escribir su última carta a sus sobrinos, el pueblo reconoció el amor de esta religiosa. La aldea, con todas las autoridades presentes, comenzó a llamarse oficialmente: ‘María de Nkondedzi’.
Que ella nos ayude desde el Amor eterno de Dios a vencer todas nuestras lepras y a llevar la salvación de Jesús a tantos ‘leprosos’ modernos.
Rogelio Arenal Llata, sdb
Valladolid
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