09 octubre 2022

LA FE DE SANTA MARÍA

 LA FE DE SANTA MARÍA

Por Antonio García Moreno

1.- “María, dedicada constantemente a su Divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida”. Así decía Juan Pablo II en la Tertio millennio adveniente, n. 43. Unas palabras que en esta fiesta tan española nos sirven de introducción para hablar de la fe de la Virgen.

Entre esas estampas que uno guarda como recordatorio de algo importante, tengo una muy antigua en blanco y negro, en la que un amigo ya fallecido, al regresar de hacer la mili en Zaragoza me escribió: “Que tu fe sea tan firme como el Pilar que la sostiene”. Ese entrañable recuerdo me ha sugerido, en la fiesta del Pilar, tan ligada al Hispanidad, hablar de la fe de Santa María; apoyado además en el texto evangélico del día, donde se narra como una mujer, entusiasmada al oír y ver a Jesús, le alaba bendiciendo a la madre que le llevó en su seno y le amamantó. Entonces el Señor dice que más bien son bienaventurados los que escuchan su palabra y la ponen en práctica.

2.- En varias ocasiones se alaba a la Virgen en los relatos evangélicos. Pero sólo una vez se la proclama como bienaventurada. Fue en las montañas de Judá, cuando María acudió presurosa a visitar a su prima Santa Isabel (cfr. Lc 1, 39-56). Al entrar la Virgen, la anciana esposa de Zacarías nota en sus entrañas el regocijo del niño de seis meses. Percibe que la fuerza de Dios, el Espíritu Santo, ha santificado a su hijo. Entonces exclama alborozada: “¿De dónde a mí que me visite la Madre de mi Señor?” Bienaventurada tú porque has creído lo que se te ha dicho de parte del Señor. Y María, llena de gozo, pronuncia el canto de los pobres, el himno de los humildes: Mi alma glorifica al Señor...

Al ver cuanto estaba pasando, era lógico que la Virgen creyera que Dios estaba presente. Lo mismo que ocurrió tras el anuncio de Gabriel. Ella comprobaba en su cuerpo la llegada de ese niño inesperado y misterioso. Pero no siempre la acción divina era tan evidente para ella. En efecto, hubo momentos en no comprendía nada. ¿Cómo era posible que su niño naciera lejos de su hogar y, por no tener un cuna, tuviera que recostarlo en un pobre pesebre? ¿Dónde estaba el poder del Padre cuando Herodes los persigue a muerte y los obliga a huir por el desierto? ¿Cómo entender que Jesús, con doce años ya, se les escapara y estuviera lejos de ellos durante tres días? Y para colmo, al preguntarle por qué les había hecho aquello, no les pide perdón, sino que responde que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre. María calla, se limita a escuchar y, como dice el evangelista San Lucas, guardaba todo aquello en su corazón. Eso equivale a decir que entonces no entendía pero que aceptaba los planes de Dios, creía en su sabiduría y poder.

3.- Pasaron los años, murió San José dejando un tremendo vacío en el hogar de Nazaret. Y un día, Jesús decide marcharse de casa. Los evangelios no dicen nada cómo fue la despedida. Queremos pensar que le hablaría a su madre para hacerle comprender la razón de su partida. O quizás, como cuando se perdió a los doce años, le diría que tenía que ocuparse de las cosa de su Padre. Y la Virgen actuaría como entonces: callar y guardar en su corazón la pena de quedarse sola. Creer, o lo que es lo mismo, aceptar sin comprender.

Poco tiempo después hubo una boda en Caná y fue invitada María con Jesús y sus discípulos. Es uno de los pocos momento, sólo dos, en los que el evangelista Juan habla de la Madre de Jesús, como él la nombra siempre. De esa forma subraya el verdadero título de honor de Santa María, ser la Madre del Hijo de Dios. Por otro lado, llama la atención que San Juan el Evangelista nos diga tan poco de la Virgen cuando la recibió en su casa, por encargo expreso del Señor al morir en la cruz, y es de suponer que la convivencia provocaría confidencias de la Madre de Jesús con su nuevo hijo, el joven y apasionado Juan. Sin embargo, el Discípulo amado apenas habla de la Virgen. Algún autor explica que También Juan guardaba en su corazón las palabras de María. No obstante, lo poco que dice es fundamental para la Mariología, imprescindible para entender la importancia de su papel en la Redención.

En el transcurso de aquella fiesta nupcial, la Virgen se da cuenta de que el vino se les acaba a los esposos. Y se lo dice a Jesús, para tratar de de ayudarles. Y Jesús le dice: ¿Qué a ti y a mí? Es una frase enigmática, no se entiende bien qué quiere decir. La misma expresión (en el original griego ti emoì kaì soí) la tenemos en Mc 5, 7 cuando un endemoniado le grita a Jesús que nada tiene que ver con él. Como vemos es una frase cortante que equivale a decir “¿qué tengo yo que ver contigo?”. Por eso los demonios le dicen a Jesús que los deje en paz, pues no quieren saber nada con él. Por eso, la misma frase dicha por Jesús a su madre resulta sorprendente e incomprensible. Es cierto que está suavizada al añadir que ese rechazo y separación entre Jesús y María será superado cuando llegue su hora. Sin embargo, la primera parte de la respuesta es dura, mientras que lo que sigue es oscuro pues habla de su hora sin aclarar nada más.

4.- Los autores al interpretar este pasaje, tratan de quitar hierro al asunto. Y así, la interpretación más sencilla es decir que se trata de una frase pronunciada en un tono cariñoso, para que la Virgen comprenda que no era el momento de manifestar su gloria. Incluso la palabra "mujer" apoyaría ese tono de amable reprimenda. El sentido, por tanto, se explicaría por el contexto.

No parece una solución aceptable por la falta de apoyo en el texto mismo. De hecho, las traducciones reflejan la dificultad de la frase. Así la Biblia de Jerusalén dice "¿Qué tengo yo contigo?", traduciendo de la misma forma Mc 5, 7. Por su parte la Sagrada Biblia, preparada por la Facultad de Teología de la Universidad de Gabarra, traduce "¿qué nos va a ti y a mí?". En Mc 5, 7, sin embargo, traduce "¿qué tengo que ver contigo?". La Biblia de la Casa de la Biblia dice en Jn 2,4 "no intervengas en mi vida", mientras que en Mc 5,7 dice "¿qué tengo yo que ver contigo?". Esa disparidad muestra que no es fácil traducir esa frase sin darle al mismo tiempo una interpretación.

Nos parece más correcto y honesto admitir el valor secante de esas palabras, incluso el rechazo que implican. Es, por otra parte, uno de esos momentos en los que Jesús se refiere a su Madre, o habla con ella, de una forma que nos llama la atención por lo que tiene de inesperada e incluso desconcertante. Así ocurre en evangelio de la Misa de hoy, así como cuando dicen al Señor que su madre y sus hermanos están fuera y quieren hablarle. Jesús contesta: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?... Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos" (Mt 12, 47-49). Por otro lado el llamarla "mujer" no dulcifica la frase ya que no era usual en su tiempo que un hijo llamara así a su madre. De ahí que los exégetas vean en ello una cierta intencionalidad del evangelista para relacionar a María con la Mujer del Protoevangelio, sobre todo en el Calvario, donde se repite ese apelativo (cfr. Jn 19, 25-27).

Por tanto, seguimos pensando que las palabras de Jesús citadas tienen un significado que nos sorprende y nos obliga a buscar el sentido que realmente pueden tener. Por supuesto, que no se podría decir que Jesús no amara a su madre. Eso iría contra la Ley de Dios y, por otra parte, si fuera así no la habría escogido por madre, cosa que sólo él entre los hombres ha podido hacer. Nos parece mejor pensar que esas frases se parecen en cuanto a la intención a esa otra que dijo Jesús a la cananea que le pedía la curación de su hija. El Señor, cuando ella le suplica llorando, le dice que no se puede dar el pan de los hijos a los perros. La cananea no reacciona llena de indignación, como cabía esperar. Ella sólo responde que tiene razón, pero que también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos. Aquello fue suficiente para que Jesús le concediera lo que le pedía. En realidad lo único que quería era probar su fe.

5.- Algo parecido ocurre con la Virgen, con la diferencia de que no se trata de probar su fe. En el caso de la Virgen, lo que se pretende es ponerla de relieve, destacar esa virtud básica e imprescindible en la vida cristiana que es la fe. De hecho la reacción de la Virgen es la llamar a los criados para que hagan lo que Jesús les diga. Ella creía que su Hijo no le defraudaría. Después del prodigio dice el texto que los discípulos vieron su gloria y creyeron en él. En cambio la virgen creyó antes del milagro.

Por tanto, las palabras de Jesús conservan toda su fuerza y su misterio, su valor de exaltación de la fe de María. De todas formas, recordemos que Jesús añade que todavía no ha llegado su hora, sugiriendo que cuando llegue esa hora, entonces sí tendrá que ver María con Jesús. Y así ocurrió en el Calvario, inicio de la hora anunciada. Allí estaba la Madre de Jesús nos refiere San Juan. De pié, muy junto a la cruz, creyendo firmemente en el valor salvífico del sacrificio de su divino Hijo. Es cuando Jesús la mira con aquel amor filial y entrañable y le dice que en Juan tiene a su hijo. De nuevo María acepta sin entender del todo. Luego Juan comprenderá que en ese momento María era la corredentora de género humano, la Madre de los creyentes, la Madre de la Iglesia.

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