14 octubre 2022

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (Ciclo C) (16 de octubre de 2022)

 El auxilio me viene del Señor (Salmo 120, 2). Dios hará justicia a sus elegidos (Lc 18, 8)

Las lecturas de este domingo, como hemos podido ver, son una invitación a la oración, una oración que hoy se nos muestra como petición de algo a Quien puede darnos lo que necesitamos, que no es otro que Dios en quien creemos. Digamos ya que esta oración ha de cumplir una serie de condiciones, como son: que sea radicalmente bueno lo que se pide; que quien pide tenga plena confianza y persevere en su petición, junto con un expreso deseo de que se cumpla siempre la voluntad de Dios, siendo conscientes de que Él sabe mucho mejor que nosotros si nos conviene lo que le hemos pedido; en todo caso, tengamos en cuenta que nuestra oración no se ha perdido. El silencio de Dios es más elocuente que nuestras palabras.   

Sabemos, por otra parte, que, al hombre de hoy, a nosotros mismos, no nos resulta espontánea la convicción de que Dios puede responder positivamente a lo que se le pide; y es que, para muchos, incluso creyentes, con los medios técnicos, el ingenio y el trabajo no parece que se necesite de Dios para ir construyendo su pequeño mundo. Pero el Señor en el evangelio nos lo repite más de una vez: sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5); en efecto, el cristiano ha de tener siempre muy en cuenta, como dice San Agustín, que toda obra buena es siempre “obra de dos: de nosotros y de Dios”. De ahí la ruina de tantos proyectos llevados a cabo. Es posible que continuemos pensado que somos nosotros los importantes y que son nuestros medios y nuestro trabajo son suficientes para resolver todos los problemas.

En el salmo responsorial nos hemos preguntado: ¿De dónde me vendrá el auxilio? y acto seguido, hemos encontrado la respuesta: El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra (Sal. 120, 1-2). Hemos hecho nuestra petición al Señor con fe y confianza, pero también le hemos dicho se haga siempre su voluntad; nuestra oración nos ha ayudado a mantener ante Dios una postura de humildad y confiada esperanza, rechazando todo sentimiento de autosuficiencia; y, por supuesto, sin cansarnos, aunque nos asalten pensamientos de que Dios no nos escucha, a los que habrá que responder, reavivando la confianza.

Un valiosísimo ejemplo: Proba, una Señora de la alta sociedad romana, dirigió una petición a San Agustín en la que le solicitaba unas instrucciones sobre la oración. Teniendo en cuenta quién se lo pedía y que podía ser muy útil para tantos cristianos le respondió con una larga carta que es un auténtico tratado sobre la oración. En primer lugar, la oración se define, según el Santo, como “un pedirle a Dios “cosas buenas” y la primera de todas deberá ser “la felicidad eterna”. En cierto momento le hace ella esta pregunta: “¿Y por qué tengo que pedírselo si Dios ya sabe lo que necesito?” Ésta fue su respuesta:

“Esto puede causar extrañeza, si no entendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le mostremos nuestra voluntad, pues no puede desconocerla; lo que pretende es ejercitar con la oración nuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar. Su don es muy grade, y nosotros somos menguados y estrechos para recibirlo… Mayor capacidad tendremos para recibir ese don tan grande, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre, porque es el corazón el que debe subir hasta Dios; tanta mayor capacidad tendremos, cuanto más fielmente lo creamos, más seguramente lo esperemos y más ardientemente lo deseemos” (Carta 130, VIII, 17).    

El ejemplo de la oración de petición viene representado en la primera lectura por Moisés que, dirigiéndose al Señor con sus brazos elevados hacia Él, le está exponiendo la necesidad de su ayuda para vencer en la lucha contra quienes impedían el paso de los israelitas camino de la tierra prometida. Dice el autor sagrado que al bajar los brazos el pueblo también retrocedía, cuando los levantaba eran los israelitas quienes avanzaban, indicado con ello que la oración al Señor era absolutamente necesaria para conseguir la victoria. En el evangelio, por su parte, vemos que es el propio Cristo quien nos dice que, gracias a la insistencia de la viuda, en su petición de justicia a juez, éste terminó atendiéndola. Sencillamente, también Jesús nos dice que hay que insistir y nunca desfallecer en nuestra oración.

Los fieles cristianos saben que su relación con Dios no sólo se hace a través de la oración de petición, sino que existen otras formas de acercarse a Dios, como son: la oración de alabanza, la de acción de gracias o sencillamente la contemplación de algún misterio sagrado. Jesús, muchas noches se retiraba a hacer oración en la soledad. Ignoramos lo que allí le diría al Padre. Lo que sí sabemos es que durante el día Jesús nos sorprendía, a veces, con una especie de breve oración: dando gracias, alabando o manifestando su amor al Padre y su amistad con los apóstoles. Posiblemente en su  pernoctans in oratione Dei (Lc 6, 13) recogería un poco de lo que había vivido cada día con sus apóstoles y discípulos. Y al amanecer, al pedirle ellos que les ensañase a orar, les recitó por primera vez la oración de las oraciones: el Padrenuestro.

Teófilo Viñas, O.S.A.   

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