TRÁFICO DE INFLUENCIAS
Por José María Maruri SJ
1.- “… y el amo felicitó al administrador injusto”. ¡Lo qué nos faltaba! ¡Qué el mismo Señor Jesús alabe la corrupción y el tráfico de influencias! Yo creo que el hilo conductor del pensamiento de Jesús está en aquellas palabras: “dinero injusto”, “lo menudo, o sea sin importancia, el vil dinero, o sea despreciable, lo ajeno, o sea lo que no es tuyo…”
a).- El Señor no habla de la riqueza injusta, sino de dinero injusto y eso le pone a uno tan nervioso que hasta la calderilla que llevamos en el bolsillo se mueve y tintinea.
No es injusto el dinero que ganamos con el sudor de nuestra frente, pero cuando cerramos los ojos y echamos a volar la imaginación por los campos desiertos de Somalia con cientos de miles de niños muertos de hambre, o el hambre endémica en otros países tercermundistas, hasta la calderilla se nos hace injusta, es injusta esa situación tan terrible, nos amarga la cerveza en un día de calor. Es injusta la distribución del dinero aunque sea calderilla.
b).- Otra palabrita del Señor es eso de menudo, insignificante, pequeño, como si el Señor ya conociera las monedas de un céntimo de euro –o de dólar, que se parecen—que se pierden entre los dedos de la mano.
Ese es el valor que da Jesús al dinero, el de un centimito sin apenas valor, sin importancia. Y hay que ver el valor que damos nosotros a un montón de esas monedas, pero junto a un billete de 500 euros –o su equivalencia en monedas—no nos parece nada menudo, sin importancia… ¿Estará Jesús equivocado o nosotros?
c).- Tal vez el equivocado sea Jesús, pero Él insiste en que ese dinero es vil, despreciable, mentiroso, como aquellas cuentas de cristal que se abrían en grandes arcones, ante los ojos de los indios, para cambiarlas por oro de verdad.
Y esto es lo que el Señor nos aconseja, que seamos espabilados, despiertos, para cambiar el despreciable y menudo dinero por oro de verdad, eso que nos quema en los bolsillos por injusto, que lo damos para ganarnos amigos.
d).- Sobre todo, que ese dinero no es nuestro es ajeno, ajeno a mí y por eso un día tendré que dejarlo todo aquí y marcharme como vine al mundo. Ajeno porque el único señor de todo y todos es Dios, y Él nos lo da para que lo administremos
2.- Y lo que el Señor no entiende es que nos duela tanto usar ese dinero que no es nuestro. Si fuera nuestro, y tuviéramos que extender un cheque de nuestra cuenta, yo creo que Dios entendería nuestra tacañería, pero no tenemos chequera, ni cuenta, no es nuestro, no nos lo podemos llevar. ¿Entonces, por qué nos cuesta dar de lo ajeno? Simplemente porque en lugar de servirnos del dinero servimos al dinero, estamos atados al dinero como esclavos de él, lo servimos, lo adoramos, los hacemos nuestro Dios.
Aprendamos la viveza, el talento de aquel administrador que con el dinero ajeno (como el nuestro) supo ganarse amigos. Derrochemos el dinero ajeno en manos que se tienden a nosotros escuálidas, amarillentas, frías ya por la cercanía de la muerte… Para ellos nos presta el Señor su dinero, menudo, vil y despreciable, pero necesario para administrarlo bien a favor de los demás.
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