28 septiembre 2022

Reflexión, 2 de octubre: SOMOS UNOS POBRES SIERVOS

 SOMOS UNOS POBRES SIERVOS

Por Gabriel González del Estal

1.- Sólo el hombre ignorante y necio puede creerse grande ante el universo y ante el Creador del universo. Es verdad que entre nosotros, los humanos, cuando nos comparamos los unos con los otros, alguna persona puede tener derecho a creerse un poco más fuerte, o un poco más sabia, o un poco más buena que el que vive a su lado. Pero sin salirse nunca de la categoría de “siervos”. Lo mismo que una hormiga podría tener derecho a creerse un poco más hábil o un poco más hacendosa que otra, pero siempre desde la categoría de “hormigas”. Seguro que cualquier elefante ha podido matar, sin darse cuenta, con su pata poderosa, miles de hormigas, lo mismo que cualquier potente terremoto ha dejado muertas entre sus ruinas a cientos y miles de personas. El universo nos puede y nos domina y el Señor del universo es, queramos o no, Señor de cada uno de nosotros. Debemos aceptar nuestra condición de pobres siervos y saber vivir como tales. Pero, eso sí, la fe nos dice que somos siervos de un Señor que nos conoce y que nos ama, aunque muchas veces nosotros no sepamos ni podamos entenderle. Jesús de Nazaret es nuestro guía y nuestro modelo, porque se fió y vivió siempre como un auténtico siervo de Yahvé, confiado en el amor de su Padre, Dios.

2.- Señor, auméntanos la fe. Sí, la fe no es un título que adquirimos y que ya es nuestro para siempre. La fe es una criatura viva y quebradiza, que se muere si no se alimenta y se rompe si no se cuida. Por experiencia ajena, y propia, sabemos que hay periodos de fe alta y periodos de fe baja, tiempos y sociedades en los que la mayor parte de las personas vivieron con una gran fe y momentos históricos en los que la fe decae y como que se diluye y acaba borrándose en el horizonte. Muchos científicos e historiadores creen que la fe cristiana, tal como hoy la vivimos, va caminando muy deprisa hacia el poniente y hacia la noche. En estas circunstancias y en estos momentos la petición que los apóstoles hicieron al Señor sigue siendo hoy tan necesaria como entonces: Señor, auméntanos la fe. No sólo en cantidad, sino, sobre todo, en calidad. El don de la fe sigue siendo hoy un don tan necesario y tan actual como en todos los tiempos. El Señor sigue regalándonos cada día el don de su fidelidad hacia nosotros. Somos nosotros los que no debemos dejar que nuestra fe se muera dentro de nuestro corazón, no perdiendo nunca la confianza y el amor al Señor, nuestro Dios. Una fe adulta y mayor de edad, por supuesto, como corresponde al tiempo en el que nos ha tocado vivir. La fe infantil y ñoña es bueno que se muera.

3.- ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? Este sigue siendo hoy uno de los más grandes peligros de fe, como lo era en tiempos del profeta Habacuc. Creer que Dios está siempre ahí, a nuestra disposición, para arreglarnos los problemas de cada día. Los problemas de cada día los tenemos que intentar arreglar nosotros, movidos por la fuerza y la gracia de Dios. Como hizo Jesús de Nazaret, luchando a brazo partido contra el mal y la injusticia, aunque, por eso mismo, le clavaran después los brazos en la cruz. Por poner un ejemplo sencillo y fácil de entender: Dios no va a llevar a la cárcel a los tramposos y corruptos, tenemos que ser nosotros, con los medios de los que dispone nuestra sociedad, los que luchemos contra la mentira y la corrupción. Tampoco va a hacer Dios que desaparezca el hambre en el mundo o el cáncer, de modo milagroso, aunque se lo pidamos con muchos rosarios y novenas. Tenemos que ser nosotros los que pongamos todos los medios posibles para luchar contra la injusticia, contra la enfermedad y la muerte. Somos unos pobres siervos, pero siervos a los que ha encomendado su Señor la nobilísima tarea de hacer de la tierra un reino de Dios donde podamos vivir todos en hermandad. Tenemos que empezar a obedecer a nuestro Señor ya, para poder decirle al Señor con la mirada alta y el corazón tranquilo: hemos hecho lo que teníamos que hacer.

4.- Reaviva el don de Dios... porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. El que seamos pobres siervos no quiere decir, en ningún caso, que seamos siervos cobardes o apocados. San Pablo fue una persona valiente y decidida, precisamente porque sabía que todo lo puedo en aquel que me conforta. En esta carta, Pablo anima a Timoteo a que mantenga y guarde, sin decaer, el depósito de la fe tal como Pablo se lo había entregado, según la fuerza de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo. La fe, nuestra fe, sigue estando hoy, como en tiempos de Pablo, sometida a múltiples pruebas. Pero, ¡ojo!, no escojamos caminos fáciles, pero equivocados, para vencer la dificultad: no intentemos refugiarnos en las trincheras de antaño, confundiendo fe con credulidad, y religión con magia. La Edad Media, afortunadamente, ya ha pasado. Atrevámonos más bien a creer, con la fuerza de Dios y la ayuda del Espíritu santo, con una fe adulta, seria y responsable. Sólo esta fe podrá hacer frente a los múltiples problemas que nuestra sociedad plantea hoy en día a la Iglesia de Cristo.


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