29 septiembre 2022

Reflexión, 2 de octubre: LAS ANESTESIAS DE LA FE

 LAS ANESTESIAS DE LA FE

Por Javier Leoz

1.- Si la fe, fuese conquista, tarea exclusiva del hombre, no existiría problema: la ciencia y la técnica se encargarían, con ingenio y medios, de que fuera algo inmediato, real, decisivo, convincente o que llenase de seguridad al ser humano. Pero, en la realidad, vemos que no es así. La fe es un don. Un regalo que hay que ir cuidadosamente descubriéndolo. Y, por cierto, hay que descubrirlo de una forma atípica: desde dentro hacia fuera. Unas veces resulta fácil y otras no lo es tanto. ¡Son tantas las fuerzas que intentan anestesiar la curiosidad por el mundo de la fe!

La fe, como regalo, no se compra, se oferta ni se vende en la tienda de la esquina. No se anuncia en grandes pantallas ni en las principales plataformas comerciales. Ese, justamente, es el camino contrario para dar con ella.

Para conseguirla hay que aprender a mirar en el horizonte del cielo. Lo contrario, el escaparate del mundo, nos la quita. O, por lo menos, nos dificulta llegar y pensar en esa otra fe que es aventura, amor por lo invisible y confianza por lo que aún no viéndose se palpa y se guarda en el corazón.

2.- Todos tenemos fe en algo o en alguien; el niño en sus padres; el estudiante en sus profesores; el científico en sus experimentos, etc. Pero, la fe de la que nos habla el Evangelio, es una fe que rebasa con creces los límites caducos de esas otras pequeñas confianzas que tenemos en las personas o en las cosas. La fe de los apóstoles es una fe mucho más amplia y rica que la fe en las pequeñas cosas.

¿Pedimos a Dios que nos aumente la fe? ¿Sentimos necesidad de ella? ¿Por qué el hombre vaga sin esperanza, cabizbajo y perdido? Pues, entre otras cosas, porque todo aquello que ha dado por válido, como definitivo para montarse en el tren del bienestar ha resultado ser una “anestesia” de la auténtica fe y hasta de la misma vida. Lo que cuenta y suena, lo que se impone por moda resulta ser, muchas veces, anestesia permanente de la verdadera fe que conduce al encuentro personal con Jesús y a una paz consigo mismo.

Hoy, como los apóstoles, reclamemos al Señor que nos envíe unas buenas vitaminas para que, nuestra fe, sea valiente, convencida, entusiasta. La Eucaristía de cada día o de cada domingo, la escucha o la lectura personal y pausada de la Palabra de Dios, la contemplación o –incluso en este mes de octubre- el rezo y la reflexión del Santo Rosario pueden servirnos, perfectamente, para fortalecer y aumentar nuestros deseos de seguir a Jesús Maestro con más fuerza que ayer.

3.- Cuántos cristianos, incluso delante de una cruz o en su oración, estarán clamando: ¡Señor que me aumenten el sueldo! ¡Que me toque un golpe de suerte! ¡Que sea reconocido y ascendido en mi puesto profesional!

Cuántos cristianos, y no cristianos por supuesto, mirarán al cielo soñando con un aumento de prestigio, bienestar social o económico. ¿Dónde está nuestro centro?

Que el Señor, en este domingo –festividad de la Virgen del Rosario- nos haga desgranar las cuentas de nuestros pensamientos, deseos, obras y sentimientos (auténticos misterios de gozo y de dolor, de gloria y de luz). Y, al finalizarlas, según sean nuestras pretensiones, comprobaremos si Dios ocupa el centro o el lateral de nuestra vida. Si nuestra fe aumenta o disminuye. Si nuestro vivir cristiano es una realidad o quedó en un papel mojado.

Que el Señor nos haga descubrir y proteger –volviendo al principio- ese gran obsequio y don de la fe. Sólo de esa manera podremos vivirla con intensidad, sin rutina y con una convicción: Dios nos acompaña.

4.- AUMÉNTANOS LA FE

Para que disminuya nuestro egoísmo

y crezca nuestra disponibilidad

Para que se agigante nuestra confianza

y se achique nuestra incredulidad

Para que suba el termómetro de nuestra oración

y se debilite nuestro olvido de Ti

 

AUMÉNTANOS LA FE

Para que la esperemos como un regalo

y no como algo viejo y caduco

Para que la vivamos con entusiasmo

y no como lección aprendida

Para que se robustezca nuestro interior

y desaparezca nuestro orgullo

 

AUMÉNTANOS LA FE

Porque queremos ser tus testigos

Porque tememos perderte

Porque a nuestro lado surgen dificultades

Porque no siempre vemos todo claro

Porque seguirte es exigente

Porque amarte es negarnos a nosotros mismos

Porque queremos verte, sin necesidad de verte

Porque queremos que nos ilumines para no perderte

 

AUMÉNTANOS LA FE

Y, si ves que aumentamos en otras cosas,

haz, Señor, que Tú seas más importante

que la suma de todas ellas juntas.

Amén.


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