Un misterio desdoblado
El hecho dogmático y teológico de la Ascensión, indescriptible en sí mismo, no es un acontecimiento diferente de la Resurrección; Jesús, por su resurrección, ya había recibido todo poder y gloria junto al Padre. La doble escenificación que nos ha dejado san Lucas disocia intencionadamente dos aspectos complementarios de una misma realidad: el mismo Jesús resucitado que en el relato evangélico asciende al cielo bendiciendo a los apóstoles, en el relato del Libro de los Hechos se hace presente previamente entre ellos durante cuarenta días hablándoles del Reino de Diosantes de que una nube le oculte a sus ojos.
¿Por qué este desdoblamiento del único misterio pascual? La doble perspectiva le sirve al evangelista para establecer el punto de enlace y conexión entre el Jesús ascendido y la Iglesia, animada por el Espíritu, que asume ahora su misión. Los cuarenta días simbólicos dedicados a la instrucción de los apóstoles es una forma de expresar que la iglesia apostólica quedaba perfectamente equipada y preparada para su tarea evangelizadora: cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra.
Envuelto e impregnado de honda religiosidad
Toda la narración lucana pivota sobre el templo de Dios, centro espiritual de la ciudad santa de Jerusalén. Jesús, concebido por el poder del Espíritu (Lc 1,35), ya había mostrado desde niño una inclinación especial por las cosas de su Padre presentándose en el templo (2,49). Más tarde, ya adulto, tomará conscientemente la decisión de subir (ascensión) a Jerusalén “plantando cara” a la Pasión (9,51), donde morían los verdaderos profetas. Finalmente, consumará allí su propósito tras despedirse de los suyos y mandarles quedarse en la ciudad hasta ser revestidos desde lo alto (24,49). Mientras asciende al templo definitivo de la gloria del Padre, les bendice como Sumo Sacerdote. Ellos, bendecidos, vuelven gozosos a la ciudad, donde permanecerán alabando a Dios en el templo (24,53). Esa es la atmósfera trascendente que sustancia y colorea el cuadro escénico: el que venía de Dios tenía que volver a Dios; el que se había abajado a la humilde condición humana tenía que ascender a lo alto de los cielos para llenarlo todo.
Por su parte, en la 2ª lectura, el apóstol Pablo se sumerge también en ese clima contemplativo de la supremacía del Cristo glorioso elevando su súplica ardiente al Señor para que conceda a sus fieles un espíritu de sabiduría y de revelación, de modo que puedan así conocerlo plenamente y gozar de la esperanza a la que han sido llamados, de la herencia gloriosa que les está reservada.
Bajo la mirada envolvente de Dios
El Señor ascendido devuelve al hombre la mirada benevolente de Dios que se cernía sobre la humanidad al inicio de la creación. Nos recuerda de este modo dónde reside la auténtica ciudadanía de los hijos de Dios. Nos abre a la perspectiva trascendente de la vida. Nos invita a mirar la realidad desde la visión panorámica y omnipresente de Aquel que ve todo desde lo alto. Nos estimula a levantar el vuelo de nuestras aspiraciones personales en pos de objetivos verdaderamente nobles y plenamente satisfactorios.
Siguiendo el modelo expositivo de Lucas, la liturgia cristiana ha secuenciado también de forma pedagógica toda una serie de textos bíblicos intercalados entre las dos festividades de la Resurrección y de la Ascensión (pedagogía que ha quedado a su vez plasmada en la devoción popular de los misterios gloriosos del Rosario). Pone así a disposición de los fieles, durante todo ese tiempo pascual, un proceso de reflexión y maduración personal en torno al misterio central de la fe cristiana.
Esta es la fiesta que ensancha el corazón creyente para que, colmado de esperanza y alegría, lo abra generosamente al horizonte misional de la próxima fiesta de Pentecostés. Los ángeles despertaron a los discípulos galileos de su sueño, absortos en lo que contemplaban sus ojos, para instarles a testificar lo contemplado, para impulsarlos en la exigente tarea de la misión eclesial desde la mirada de Dios. Aquí vino y se fue… Vino… Nos dejó nuestra tarea y se fue… Nos dejó unas herramientas y se fue. ¡Se fue! (León Felipe).
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