Seguimos celebrando la Pascua, la resurrección del Señor. Hoy el Evangelio nos presenta uno de los encuentros del Resucitado con sus discípulos. El relato de la pesca, con Pedro y los demás discípulos que le acompañan, el reconocimiento del Señor por parte del discípulo amado y el diálogo de Jesús con Pedro, nos muestran cómo debe ser la Iglesia y cómo ha de vivir un cristiano la alegría de la resurrección.
1. La alegría en el sacrificio. En la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos cómo ya los primeros cristianos, con Pedro, eran perseguidos por seguir a Cristo. Los discípulos del Señor no pueden estar callados, necesitan comunicar a todo el mundo el Evangelio. Por ello, son perseguidos por las autoridades de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de la prohibición de evangelizar, los discípulos siguen anunciando a todos la alegría de la Pascua. Los discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo que recibieron en Pentecostés, son testigos de Cristo. Las autoridades mandan azotar a los cristianos por predicar en Evangelio, y termina la primera lectura diciendo que los discípulos salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Un discípulo no puede guardarse para sí la alegría de la Pascua. Aquello que hemos celebrado en la Semana Santa, y que seguimos celebrando cada Eucaristía, la muerte y la resurrección del Señor, hemos de contarlo a todos. La Iglesia existe precisamente para esto, para evangelizar. Sabemos que esto nos traerá persecución. Pero hemos de vivir contentos en medio de las dificultades, cuando las dificultades vienen por el nombre de Cristo. Este mismo mensaje lo encontramos en la segunda lectura, del libro del Apocalipsis. El Cordero degollado es Cristo, que ha dado su vida por nosotros. En el Cielo, la Iglesia triunfante adora a Cristo y canta himnos en su honor. Vivamos ya en la tierra esta alegría, contentos de tener con nosotros lo más grande: a Cristo, que ha resucitado después de dar su vida por nosotros, y que está para siempre vivo en medio de nosotros. Él nos auxilia en medio de nuestros sufrimientos.
2. La Eucaristía, comida pascual con Cristo resucitado. Cada celebración de la Eucaristía, especialmente los domingos, día de la resurrección, es celebrar la alegría de Cristo resucitado. En el Evangelio hemos escuchado cómo Jesús, después de resucitar, se reúne con sus discípulos y come con ellos. la pesca milagrosa es signo de los frutos que Dios nos da cuando vamos con Él. Antes de aparecerse Jesús, nos dice el Evangelio que no consiguieron nada. Pero cuando Jesús aparece, los discípulos con Pedro, signo de la Iglesia, consiguen recoger una cantidad enorme de peces. En número ciento cincuenta y tres es un número simbólico que recuerda a todas las gentes de todas las razas, pueblos y naciones. Después de la pesca, Jesús se reúne con sus discípulos y almuerza con ellos. Es símbolo del banquete eucarístico. Comer con el resucitado es un símbolo de que Cristo está vivió en medio de nosotros. Cada día, cuando celebramos la Eucaristía, celebramos este mismo banquete. Es el Señor resucitado que se nos da como alimento.
3. Llamados al amor. Después del banquete de los discípulos con Cristo, Jesús dialoga con Pedro. Es estremecedor este pasaje: si por tres veces había negado Pedro al Señor, por tres veces le pregunta el Señor a Pedro si le ama. Pedro no puede decir con toda verdad que le ama, pues es cierto que le ha negado por tres veces. Por eso, Pedro se entristece cuando la tercera vez no le pregunta si le ama, sino si le quiere. El verbo “querer” es un amor más imperfecto que el verbo “amar”. Pero a pesar de estas faltas de amor de Pedro, que por tres veces negó al Maestro, Jesús confía en él y le encomienda su rebaño. Finalmente le dice “sígueme”. Dios sólo espera de nosotros esto, que amemos. Que le amemos a Él y que amemos de verdad al prójimo. El mismo amor que Dios ha tenido por nosotros, hasta el punto de dar la vida en la cruz, es el que espera ahora de nosotros.
Que esta Pascua que estamos celebrando sea para nosotros una fiesta de alegría por la resurrección de Cristo. El Señor resucitado desea encontrarse con nosotros. Él ha preparado para su pueblo un banquete en el Cielo. Hasta entonces, la Eucaristía que celebramos es una prenda de ese banquete que nos tiene preparado. Vivamos con gozo esta fiesta del Señor resucitado, y que esta celebración no ayude a crecer cada día en el amor. El Señor cuenta con nosotros.
Francisco Javier Colomina Campos
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