12 mayo 2022

DOMINGO 5º DE PASCUA /C LA SEÑAL DEL AMOR

 

Listra era una colonia romana en la región de Licaonia. En ella Pablo y Bernabé encontraron a Timoteo, que sería en adelante un fiel discípulo y compañero en la misión. Además, curaron a un hombre tullido. Asombradas por el milagro, las gentes quisieron adorar a los apóstoles. Cuando ellos gritaron que eran hombres como los demás, el pueblo los apaleó.
Aleccionados por aquella experienca, nos legaron una frase que es un aviso inolvidable para todos los evangelizadores: “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14,22). El discípulo tendrá que seguir la suerte de su Maestro. De hecho, la persecución ha acompañado y acompañará siempre a la misión.
La visión que nos ofrece hoy el Apocalipsis nos invita a mantener la esperanza (Ap 21,1-5). Dios no nos promete riquezas y satisfacciones a corto plazo, sino un mundo nuevo: una nueva creación marcada por la presencia de Dios entre nosotros. La nueva Jerusalén no se distingue por una forma nueva, sino por las nuevas relaciones del hombre con Dios.

PALABRAS INESPERADAS

El evangelio que se proclama en este quinto domingo de Pascua (Jn 13,31-35) se sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos. Una vez que Judas salió del Cenáculo para entregar a su Maestro en manos de los sacerdotes del templo de Jerusalén, Jesús dirigió a los Once una revelación y una profecía.
• “Ahora es glorificado el hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Para Jesús, aquella salida del discípulo traidor marcaba la llegada de su propia glorificación. Jesús había previsto este momento. Es más, lo había anunciado a sus seguidores. Pero ellos no podían imaginar que la glorificación de su Maestro iba a coincidir con la crucifixión.
• “Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus discípulos. Solamente en esta ocasión aparece la palabra “hijitos” en los evangelios. Nos sorprende también la claridad con la que Jesús ha previsto su suerte y su muerte. El tiempo de su misión terrestre toca a su fin. Y él lo sabe.

LA CLAVE DEFINITIVA

Pero hubo algo más. Jesús había aceptado la regla de oro de todas las culturas: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,31). En realidad, ya la recogía la tradición de su pueblo (Lev 19,18). Pero en su despedida Jesús se presentaba como el referente de aquel mandato. El Maestro dejaba a los suyos la clave por la que habían de distinguirse.
• “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Lo habitual era que el mismo sujeto se tomara a sí mismo como el árbitro del amor. Desde ahora, el motivo del amor solo puede ser el amor que ha orientado la vida de Jesús.
• “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Los grupos humanos tratan de distinguirse por sus hábitos o sus himnos, sus banderas o sus comidas. Los discípulos de Jesús habrán de distinguirse por el amor mutuo.
- Señor Jesús, si tú has llamado hijos a tus discípulos, eso significa que ellos son hermanos. Todos somos hermanos, como nos ha recordado el papa Francisco. Por tanto, solo el amor fraternal puede ser la señal para reconocernos y para hacernos reconocer por los demás. Que tu Espíritu nos ayude a comprender el significado de esa entrega personal. Que él nos enseñe a amar a los demás como tú nos has amado. Amén.

EL MANDAMIENTO

“Os doy un mandamiento nuevo:
Que os améis unos a otros como yo os he amado”
(Jn 13,34)

Señor Jesús, con frecuencia lamento la indiferencia que parece reinar en el mundo. A veces pienso que en el pasado las relaciones humanas solo han sido motivadas por el egoísmo y el interés, cuando no por el rencor o la venganza.
Sin embargo, el amor ha existido siempre. En todas las culturas se encuentran testimonios del amor paternal y maternal. Las tradiciones de todos los pueblos presentan buenos ejemplos del amor entre los esposos, los hermanos y los amigos.
El hombre no siempre es un lobo para el hombre. A lo largo de la historia ha habido muchas personas que han sabido entregar lo mejor de sí mismas para escuchar y atender a quienes vivían en necesidad.
Es verdad que las relaciones humanas han sido orientadas por la llamada “Regla de oro”. Cuando la entiendo de forma negativa, yo procuro no hacer a los demás lo que yo no quiero que ellos me hagan a mí.
Si la pienso en positivo, me siento impulsado a hacer por los demás el bien que yo deseo recibir de ellos: sus halagos y sus dones. A fin de cuentas, el referente soy yo mismo. Es mi deseo de bienestar lo que orienta mis acciones y omisiones.
Aquella regla se encontraba en la tradición de tu pueblo. Y tú enseñabas a tus seguidores que habían de recibir lo que ellos hicieran por los otros. Cada uno podía pensar que poseía la clave para determinar a quién amar y cómo demostrar su amor.
Pero a la hora de partir, tú ofreciste un criterio que convierte aquella norma en un desgarro. Tú eres el modelo y el motivo del amor. Solo puedo amar a los demás como tú nos has amado, es decir hasta la entrega de mi vida. No importa la eficacia. Solo vale el seguimiento.
Señor Jesús, tú sabes que mi amor a los demás ha sido demasiado interesado. En realidad he buscado mi bien y mi comodidad. Perdona mi egoísmo. Y enséñame tú a amar a los demás como tú me has amado a mí. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario