12 mayo 2022

DOMINGO 5º DE PASCUA /C J. A. Pagola

 El tiempo de los cristianos, de la Iglesia, del universo entero, es un tiempo intermedio entre la partida de Cristo, glorificado a la derecha del Padre, y la aparición de «un cielo nuevo y una tierra nueva» que su vuelta inaugurará. Entonces desaparecerá todo lo que es hoy campo acotado donde se enfrentan el bien y el mal, la luz y las tinieblas. Ya no existirá el mar, ese abismo temible, imagen de todos los peligros, morada de las potencias malignas, cuya profundidad insondable evoca en la literatura bíblica la del infierno. El universo entero quedará disponible para la «Jerusalén del cielo», «morada de Dios con los hombres», que, para siempre y ya de manera absoluta, será por fin «su pueblo». Esta grandiosa visión no tiene absolutamente nada de espejismo o de sueño fantástico, cuyas bellas imágenes se desvanecen al despertar. Por la fe conocemos «ya» estas realidades que pronto se «manifestarán»; «ya desde ahora» poseemos las arras de lo que «todavía» esperamos.

Paradójicamente, esta espera exige tener en consideración el valor del «primer cielo», bajo cuya bóveda vivimos, y de la «primera tierra», sobre la que se desarrolla nuestra existencia actual. Cualquiera que sea el desorden que el pecado de los hombres ha introducido en este mundo, sigue siendo obra del Creador, manifiesta su sabiduría, su poder y su amor. Aun cuando la locura de los hombres hiciera un día inhabitable nuestro planeta, no por ello cambiaría el designio inicial de Dios. Porque hay un hombre que lo ha rescatado todo y por el cual la creación llegará a su meta ocurra lo que ocurra. Habiendo compartido en todo la condición humana, hasta el fracaso dramático de la muerte, se ha convertido, por su resurrección, en el primogénito de este mundo nuevo, en el que ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, y en el que ya no reinará la muerte. Muriendo por amor, Cristo ha destruido las raíces más hondas y ocultas del odio. Ha derribado los muros que separaban a los hombres y ha abierto a todos ‘.ia puerta de la fe», que da acceso al Reino. Seguramente aún hemos de «pasar mucho». Pero nada podrá impedir que se realice el plan de salvación universal que Dios lleva adelante.
Durante la última cena con sus discípulos, Jesús no dejó más que un mandamiento: «Que os améis unos a otros». El amor fraterno lo hace ya «todo nuevo» y anuncia lo que está por venir.

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