1.- La escena de la zarza que ardía sin consumirse, en el desierto, próxima a donde se encontraba Moisés, es un episodio muy atractivo. Estéticamente, enormemente pintoresco. Enigmático también. Leeréis, mis queridos jóvenes lectores, muchas interpretaciones o explicaciones del fenómeno descrito en el libro del Éxodo, como si se tratase de una combustión cualquiera.
Cuando en una chimenea hogareña contemplamos el fuego que brota por encima de las brasas, no se nos ocurre analizar la composición de los gases que se desprenden o la estructura de las partículas que no llegan a arder del todo y se tornan incandescentes. Os gusta el fuego y os calienta y ya es suficiente. El rato pasado allí os suscitará ideas, sacaréis conclusiones, imaginaréis proyectos. Es fuego, este chiquito, fuego amaestrado que arde en un rincón acogedor de la casa, siempre es sugerente.
2.- El Sinaí es un desierto de montañas. Montañas ariscas y rocosas, de escasísima vegetación, de poquísimos hábitats humanos. Los beduinos, de cuando en cuando, a veces muy lejanos unos de otros, levantan por entre los wadis sus haimas, procurando que estén cercanas a alguna humedad, felices si encuentran que brota algún hilillo de agua por entre las rocas. (os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que palmeras rodeando un humedal he visto bastantes, que emergiera un chorrito tratando de alejarse, en una sola ocasión)
El desierto es soledad, meditación, elevación del espíritu, por eso fue el lugar apropiado para comunicarse Dios con su escogido. Llama la atención de Moisés el fuego, le inicia en el diálogo sobrenatural la advertencia de una voz que le exige se descalce, ya que está pisando tierra santa. Atento el Señor se manifiesta, no con teorías o demostraciones. Le habla de experiencias, de historias de sus ancestros. No arguye con teorías, ni discute opiniones. La Fe no es nunca erudición, por diplomas que pueda merecer.
3.- Pese a la explicación que no exige discusiones, el Señor se mantiene atento y amable. Le pregunta Moisés su nombre, le pide ayuda para cumplir la misión que le ha encargado y Dios le da una explicación que podrá entender un poco, más bien aceptará y es suficiente. El nombre, en la concepción semítica, es la explicación de su ser, la definición de su identidad, cosa imposible de abarcar un ser humano, respecto a la realidad divina. Pero no se lo quita de encima diciendo que Él ordena y manda y a su confidente le toca exclusivamente obedecer. La enigmática explicación que de sí mismo le da, ya es elocuente. Dios es misterio, algo así como lo es el fuego, pero a lo grande.
4.- En la historia humana también interviene el misterio. Un misterio pequeñito en comparación con lo que es el otro. Pero un misterio que acuciantemente molesta muchas veces. Aparece súbitamente un diagnóstico clínico fatal y el hombre reclama explicaciones. Si este muere, se dice a sí mismo, alguna razón debe existir. Tal vez sea consecuencia de su maldad, opina. O de la ineptitud culpable del médico que le atiende. La muerte incomoda, hasta la del suicida. Debemos estar preparados para admitirlo. La muerte no es el final, mis queridos jóvenes lectores, es el inicio de otra existencia para la que debemos prepararnos. Es preciso que como a las plantas, cavemos el terreno donde vayan a crecer, protejamos de las posibles granizadas que destruyan sus brotes, abonemos la tierra, solo así, sin saber del todo cómo, tendremos la esperanza futura de que nos será propicio.
5.- Como bien sabéis que me gusta daros explicaciones de acontecimientos que lo propician, os comentaré algún detalle. Se referiría Jesús a algunos terroristas galileos que el gobernador había condenado a muerte y cuya sangre, brotada de la herida de la espada, la mezcló con la que manó de una víctima animal apuñalada y juntas quedaron en el ara. La gente de aquel tiempo nada sabían de plasma, leucocitos y hematíes. La sangre era vida y la vida de unos humanos la autoridad extranjera la había condenado a mezclarse, a hacerse vida animal. Terrible sentencia. No da el Maestro explicaciones biológicas, que tampoco hubieran entendido, se limita a sentenciar que lo importante es la buena conducta, el bien obrar ciudadano, la fidelidad a la Ley recibida en el Sinaí.
6.- En aquel tiempo como ahora, no se podía evitar del todo la posibilidad del accidente laboral. No hay que buscar explicaciones o culpabilidades a las piedras. Causas habrá sin duda, pero no hay que buscarlas en la bondad o maldad de la persona-víctima. Dios no tiene prisa y si un comportamiento merece castigo, dispone de la eternidad para imponerlo. Hay que ser bueno sin miedo, por pura fidelidad. Se había pensado que el percance del derrumbe de la torre hubiera ocurrido donde hasta hace poco tiempo se situaba la antigua piscina de Siloé. Hoy se sabe y se han descubierto las ruinas de la auténtica, aguas abajo y no muy lejana. Alguien había supuesto que la base de un minarete que hoy vemos pudiera haber sido la torre de la que habla el fragmento del evangelio de hoy, pero no fue así. Las investigaciones arqueológicamente lo demuestran.
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