Reflexión del Evangelio de hoy
Una higuera estéril, una vida poco humana, un cristianismo sin seguimiento, una iglesia sin ocuparse del reino, … ¿para qué?
Sin darnos cuenta hemos cambiado los valores que sustentan nuestra vida, lo que nos hace humanos y crea fraternidad por intereses pequeños que nos hacen sentir bien e ir tirando, pero que desarrollan el individualismo y el tener más. No es lo mismo ser felices que estar cómodos; lo valioso no tiene por qué ser lo útil, ni lo bueno es lo que me gusta. Todo lo contrario, hemos entrado en una insatisfacción profunda: somos espectadores pasivos de la creación cuando debiéramos ser protagonistas con el amor y la generosidad que recrean.
La vida cristiana hace huella en los corazones. No es una práctica religiosa que tranquiliza y da razón a nuestras flojeras, alentando nuestras satisfacciones horizontales. No debe manejar la conversión como concepto abstracto, proponiéndolo para los demás sin creer mucho en ella. Tampoco es su expresión más justa, una cuaresma que tiene como fin más oración, ayunos y limosnas, olvidándose de Jesús y de los demás, pues se queda en un rasgarse las vestiduras pero dejar el corazón ileso.
Una iglesia que solo se dedica a conservar, a adornar el culto y mirar pasivamente y volver a proponer el pasado; que mira solo sobrevivir, resignarse y renunciar a la audacia de la creatividad; que quiere diseñar su futuro sin discernir, con un nerviosismo inútil por atarlo todo, se olvida de que somos iglesia de Jesús y que se trata de permanecer arraigados en Jesús, vivir nuestra adhesión a él, pues él es el causante de la vida de la iglesia, guiada por el Espíritu del Resucitado.
A Jesús le duele nuestro dolor, nuestra vida estéril
En tiempos del faraón de Egipto a nuestro Dios le dolía que le privaran de su pueblo, que el faraón se creyera su amo. El mismo pueblo le presentaba este dolor por no poder estar a su lado, a voces con el corazón herido. Dios se solidarizó por medio de Moisés, su instrumento humano, que después de hacer todo una experiencia espiritual en torno a la zarza ardiendo: se acercó descalzo (sin ningún derecho y dignidad ante Dios), con los ojos tapados (para no morir, pero tener otra vida), visibilizó la liberación con el pueblo.
A nuestro tiempo, Pablo nos recuerda que hemos sido liberados. Que el camino por el desierto es de liberados, bautizados. Comemos y bebemos de la roca espiritual que es Cristo, aunque seguimos sin agradar a Dios, sin reconocernos salvados, que es nuestro mal e incluso acordándonos de Egipto. Siguen faltándonos la confianza en los valores creativos y constructores de felicidad.
He visto la opresión de mi pueblo, ….he oido sus quejas, …..me he fijado en su sufrimiento, …voy a bajar…
Tenemos un Dios que ve, oye, se fija, baja, …. Más humano y sensible, imposible. Cuantos “faraones”, como al pueblo de Israel nos oprimen y, no con trabajos forzados, que terminan por ser los menos importantes, sino quitándonos la libertad para poder dar culto al Dios que nos ha creado. Es la privación y el sufrimiento más grande del hombre: quedarse sin Dios, descentrarse en la creación. No menos cierto es que al lado de los “faraones”, nosotros también hipotecamos y vendemos la libertad, poniéndonos bajo paternalismos por comodidad, facilidad, confiar en seguridades, que terminan por pasarnos factura y anularnos por completo.
Cava, abona, nos da tiempo, contra toda sensatez, ¿Quién sabe si….?
Poco hacemos mandando las responsabilidades a los demás, exculpándonos y criticándonos. Si existe esterilidad, o respondemos con otros cimientos, otro abono, otras formas de partir y de concebir la vida o cundirá cada vez más el abandono y descrédito de nuestra vida. Cuando Jesús nos invita a la conversión para no perecer, nos está hablando de solidaridad, de compartir, de cuidar la vida, de curarla y mimarla. Nos está invitando a ser creyentes que es mucho más que ser religiosos. Nos está diciendo que no hay fe, ni evangelización sin evangelio.
Somos queridos a pesar de nuestra esterilidad. Pero sigue pasando y conoce nuestras opresiones e hipotecas, nuestros sufrimientos y situaciones complicadas, dándolas sentido para aceptarlas y soportarlas. Dios nos ha llamado a fructificar, aunque no sabemos cuando. Con una mirada limpia para ver la realidad sin prejuicios, poniéndonos del lado de las víctimas, siendo compasivos y manteniendo con tesón alternativas evangélicas a una sociedad y a una vivencia cristiana satisfecha, ya estamos dando fruto.
Jesús, nos cava y abona con su Palabra. Volvamos al evangelio, a su fuerza sanadora para fundarnos y arraigarnos en Cristo, para que nuestra vida no sea estéril.
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