25 marzo 2022

Homilía 2: 4º Domingo Cuaresma C

 Ernest Hemingway escribió una conmovedora historia titulada “La Capital del Mundo”.

 

Cuenta la historia de un padre que quería reconciliarse con su hijo que se había escapado de casa y se había ido a Madrid. Para localizarlo puso un anuncio en el periódico El Liberal que decía: “Paco, te espero en el hotel Montana a mediodía, el martes. Todo está perdonado. Te quiero. Tu padre”.

Siendo tan popular el nombre de Paco, cuando llegó a la puerta del hotel encontró a 800 muchachos llamados Paco esperando a su padre.

¿Por qué acudieron al hotel? Todo está perdonado, sin condiciones.

La Cuaresma es el tiempo en que Dios anuncia a todos los Pacos del mundo este mensaje auténtico y consolador: Todo está perdonado. Te espero en mi casa.

Este es el gran anuncio que resuena en la Iglesia hoy y siempre. Anuncio que tiene que pasar de los oídos al corazón.

En la Biblia, historia más de los hombres que de Dios, encontramos muchas historias de dos hermanos, uno siempre es malo muy malo y el otro es bueno y malo a la vez. Ismael e Isaac, Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos y hoy Jesús nos describe a dos hermanos, los pecadores, que son los malos malos, con los que Jesús come y hace fiesta y los fariseos, los buenos malos, que no le comprenden ni aceptan su enseñanza y se aferran a una obediencia ciega de la Ley como si fuera la única tabla de salvación.



Jesús que no es un predicador de campanillas ni un teólogo de altos vuelos nos cuenta una historia, la parábola del hijo pródigo. “Un hombre tenía dos hijos”…Historia que hemos oído tantas veces que, tal vez, ha perdido el valor de shock, ya no nos sorprende.

Hoy nos vamos a olvidar de los dos hijos. El menor, el que huye de casa, el que malgasta su fortuna, el que quiere matar al padre, a Dios. Los que estamos aquí congregados seguro que hemos sido hijos pródigos en alguna etapa de nuestra vida. 

El hijo mayor, el que se queda en casa, el que está lleno de orgullo espiritual y critica a su hermano y se enfada ante la conducta extravagante de su padre, ese hijo también lo representamos muchas veces.

Nuestra vida, por más esfuerzos que hacemos se columpia entre estas dos vertientes, entre la gracia que nos justifica y un arrepentimiento sincero pero que siempre se queda corto.

Esta parábola es un tratado sobre Dios, el Dios que corre y sale al encuentro del hijo perdido, el Dios que nunca cierra la puerta de su casa, el Dios que habla al corazón, se alegra y hace una gran fiesta. Los hombres escriben libros sobre Dios, libros sabios, elucubración humana inútil e ininteligible.

El Dios totalmente Otro, al que nadie ha visto, es el Abba, el Padre, el que nos recibe siempre, nos perdona, el final de nuestro viaje. Para Dios nadie es tan malo que no pueda ser perdonado y nadie es tan bueno que merezca recibir su amor. 

¿Por qué predicar tanto sobre los dos hijos, sobre nosotros, hombres rebeldes, duros de corazón e incapaces de matar el yo?

Dios es el personaje principal de la parábola. El es el principio y el fin, el Alfa y la Omega, comienzo y final del viaje de la vida.

No imite al hijo pródigo. Olvídese del hijo obediente.

Fíjese en el padre. Olvídese de que Dios perdona, lo importante es dejarse perdonar, aceptar su perdón sin condiciones.

Deje que el padre le libere de las cadenas esclavizantes del pecado y aprenda a perdonar. Hacerse cristiano es aceptar el papel de ser cada día más como el padre.

El amor grande del padre escandaliza al hijo mayor y el amor del cristiano ofende cuando se practica.

¿Quiere ser como el padre? ¿Quiere entrar a la sala del banquete y celebrar la fiesta del padre?

La Iglesia es la casa de la Alegría. ¿Viene con alegría a la casa del Señor? Tal vez los curas hemos convertido esta casa en la casa del aburrimiento y de la seriedad sublime como si el padre Dios necesitara un protocolo regio y rígido del que no se puede escapar.

En esta parábola sin final, sí hay fiesta, fiesta para todos. Celebrémosla con más bulla y más alegría que de costumbre.

 

HOMILÍA 3

UN HOMBRE TENÍA DOS HIJOS

Un cura después de su muerte se apareció en sueños a uno de sus feligreses y éste le preguntó: "¿Cómo se juzgan los pecados de la juventud en el cielo? "No son juzgados con gran severidad", le contestó el cura, "pero la falsa piedad y la obediencia servil sí son juzgadas con gran severidad".

Un buen chiste provoca siempre una sonrisa o una gran carcajada. A todos nos ha pasado alguna vez que nos han contado un chiste y nos hemos quedado en blanco. Si nos lo tienen que explicar algo ha fallado, ha perdido su gracia y su chispa.

Lo mismo pasa con la historia con la que he comenzado y con las tres historias de Jesús que recoge el evangelista Lucas en el capítulo 15 de su evangelio. La historia del pastor que pierede una oveja, la historia de la mujer que pierde una moneda y la historia del padre que pierde un hijo.

Muchos sermones se han predicado, un cura predicó veinte sermones seguidos sobre la parábola del hijo pródigo, sobre estas historias, resumen de todo el evangelio, que son fantásticas para decir más turbiamente lo que dicen con toda claridad y que todo el mundo entiende.

Perdonen si yo también me sumo al coro de los predicadores en este domingo, aunque sé muy bien que ustedes entienden mejor que yo y mejor que los teólogos el escándalo de la gracia de Dios y de su misericordia. Déjenme que les diga algo que ustedes intuyen: la Iglesia predica la misericordia de Dios y más en este Año de la Misericordia, pero la verdad es que sólo Dios la practica. La Iglesia sigue siendo inmisericorde con muchos hijos pródigos para ella, pero muy queridos para Dios.

La Iglesia juzga con severidad y exclusión los pecados de la juventud y alaba y agradece la falsa piedad y la obediencia servil.

"Un padre tenía dos hijos"... el menor se largó en busca de aventuras, todos lo conocemos como el hijo pródigo, el derrochador y el libertino. Sobre este hijo ha existido y existe una fijación, siempre es más interesante la vida del pecador que la del santurrón. Decía un escritor que con los buenos sentimientos se hace la mala literatura.

Drama, crisis y angustia llenan la casa del padre que ha perdido un hijo. La historia de este hijo la conocemos bien, en ese hijo nos reconocemos todos, es nuestro retrato y nos gusta porque tiene un final feliz, no necesita explicación.

Pero la historia no termina ahí. Comienza la fiesta, el banquete y el baile y comienza también el verdadero drama.

El padre encontró el hijo menor, pero ¿perdió al hijo mayor? El hijo menor entró a la fiesta, el mayor se quedó afuera.

Una vez más el padre, frente a todos los de su casa, es humillado y abochornado por el, aparentemente, hijo bueno que indignado y escandalizado exhibe sus méritos.

"Yo te he servido durante toda mi vida fielmente".
"Yo nunca he desobedecido ninguno de tus mandamientos".
"Yo nunca he recibido ni una cabritillo para celebrar con mis amigos".

Y viene "ese hijo tuyo" que ha malgastado tus bienes, le atribuye un pecado fácil de inventar, con prostitutas y tiras la casa por la ventana.

Asoma el orgullo de los practicantes, de los perfectos, de los que se sienten más esclavos y esclavizados por la ley que por el amor. Estos piensan que sus obras, fruto del temor, son suficientes para agradar al padre y les molesta que la misericordia del padre alcance a los malos.

Dios no soluciona los problemas de familia con un sermón ni con reproches. Dios hace una fiesta. Fiesta, música, baile, bulla, comida...derroche que se le antoja desproporcionado.

¿Se pueden perdonar tantos pecados con una fiesta? Pan y agua, penitencia y arrepentimiento es lo que el pecador se merece.

Las familias son siempre un desbarajuste. El padre bueno no emplea ni el yo ni el tú sino el nosotros. "Nosotros lo hemos encontrado". "Celebremos un banquete". El padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, el padre que acoge a los pecadores y come con ellos, el padre que tiene siempre la puerta abierta...

La historia de Jesús es hermosa porque no nos dice el final, es una historia inacabada.

¿Entró el hijo mayor en la casa? ¿Comió y bailó con los demás? ¿Abrazó a su hermano? Los fariseos de ayer no entraron en la fiesta y los fariseos de hoy siguen echando pestes contra los pecadores de hoy y en lugar de abrazarlos y sentarlos a la mesa los miran por encima del hombro.

Las familias son un desbarajuste y la familia de Jesús vive su peculiar desbarajuste entre los hijos pródigos y los esclavizados por la ley.

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