Merece la pena convertirse al Dios de la salvación
Iª Lectura: Éxodo (3,1-15): Yahvé, el Dios que da su nombre al hombre
I.1. La lectura de Éxodo nos introduce en uno de los momentos más significativos de la historia del pueblo de Israel: la revelación de Dios a Moisés, para que éste comunicara al pueblo su decisión y su proyecto liberador. Es un episodio determinativo de ese pueblo, que ha definido siempre su vida en razón de su fe en el Dios, Yahvé, que lo sacó de la esclavitud de Egipto y le dio una tierra para que pudiera vivir en libertad. También es un episodio que, en el conjunto de las experiencias religiosas de la humanidad, marca un hito decisivo y original. Este capítulo, pues, prepara la gran narración de la liberación de Egipto, que es el momento culminante de las relaciones de Dios, Yahvé, con Moisés y con su pueblo.
I.2. El Dios, Yahvé -nombre misterioso, que puede tener muchos significados-, no se revela para dar a conocer un nombre extraño e impenetrable, sino porque ha escuchado el clamor de un pueblo en esclavitud y quiere comprometerse con los pueblos que viven esa opresión. Egipto, entonces, era una potencia impresionante, y sus dioses, los más magníficos del mundo. Sabemos que en el trasfondo de esta narración, que corresponde a la llamada tradición elohista, se apunta a la magia de conocer el nombre de la divinidad, que en las religiones ancestrales tenía un significado especial; quien conocía el nombre de la divinidad lo atrapaba de alguna manera. Podíamos señalar que en nuestro texto el nombre de Yahvé (el famoso tetagramaton divino, compuesto de cuatro letras yhwh, impronunciable para los judíos) tiene una raíz verbal, es decir, dinámica. No es, pues, una definición. Pero en Dios quien dice su nombre, quien se revela, quien descubre el misterio. No es un Dios egoísta de su nombre o de su esencia, al menos aquí. Es un Dios que se da: es el que hace existir, el que crea, el que desvela el misterio… pero eso no significa que ese Dios pueda ser manipulado por el hombre a su antojo. Ahora lo dice para poder conducir a Moisés desde la zarza ardiendo hasta la esclavitud de Egipto para liberar.
I.3. Por tanto el Dios, Yahvé, es un Dios que se da nombre a sí mismo, no lo ha descubierto el hombre escrito en un templo (y eso que los especialistas piensan que podía ser un dios local de Madián). No es ahora el momento de explicar en sus pormenores el origen del yahvismo como religión. En realidad es el que hace venir a la existencia lo que no existe; es quien da libertad a quien no la tiene; es quien libera de la esclavitud; es un Dios que se compromete en la historia, con los hombres y con los pueblos de la historia. Esta es la fuerza de la lectura de este domingo de Cuaresma. En las narraciones de la liberación de Egipto, y una de ellas es nuestra lectura, Israel nos trasmite una teología bien determinada: la experiencia que su Dios, Yahvé, se manifiesta como un Dios que no solo salva de las amenazas de los enemigos, sino que también viene en ayuda de las cosas más elementales de la vida: libertad, pan, paz y justicia. Por eso Israel aprenderá en esta teología a identificar el “pan de la vida” con el “pan de la salvación”. Todo eso es lo que significa esta revelación de Yahvé a Moisés.
IIª Lectura: Iª Corintios (10,1-12): El pasado se revive, se actualiza
II.1. Pablo, que había comenzado una polémica sobre la carne sacrificada a los ídolos (1Cor 8,1), comienza aquí (1Cor 10,1) un nuevo período de reflexión para llevar a sus últimas consecuencias cómo tienen que comportarse frente a la idolatría. Para ello se ha valido de un proceso exegético, que se llama midrash, una actualización de un texto del AT, en este caso la epopeya del éxodo; en realidad son varios textos los que Pablo comenta y actualiza (Ex 13,20-22; Ex 14,19; Sal 104,39). Entiende que todo aquello fue un “bautismo” para renacer como pueblo en la libertad que Dios le ofrecía. Pero no todos los vivieron así, sino que murmuraron contra Moisés y contra Dios. El desierto era duro, es verdad; pero la libertad siempre debe tener un precio.
II.2. Todo eso era un anticipo, un “tipos” para lo que ahora deben vivir los cristianos. Ahora Pablo intenta sacar las consecuencias parenéticas para la comunidad de Corinto que de nuevo, como el pueblo en desierto, no está lejos de ciertas actitudes idolátricas. La tipología es un ejemplo para que aprendamos, quiere decir Pablo, porque algunos pueden ir a banquetes paganos y comer de algo que se ha consagrado a los ídolos. Esta es una tentación constante en todos los procesos religiosos. Una lectura actual ya no podría referirse a un problema de carnes y participaciones en banquetes sagrados, sino en otros banquetes de poder y de gloria que pueden robar la identidad cristiana.
Evangelio: Lucas (13,1-9): Vivir con sentido siempre
III.1. El evangelio de Lucas viene hoy a hacer una llamada a la fidelidad de ese Dios salvador de la historia, que se ha jugado todo su prestigio y toda su divinidad con el pueblo. Se narran dos episodios de acontecimientos que ocurrieron, muy probablemente en tiempos de Jesús: unos galileos que el Prefecto romano mandó masacrar mientras ofrecían un sacrificio. Algunos apuntan a la sospecha de tipo político que tenían que ver con el terrorismo zelote, pero no es fácilmente aceptable esta tesis. Sí es importante el dato de que ocurrió mientras ofrecían un sacrificio, un acto religioso. No sabemos a qué se refiere, aunque tenemos noticias de que Pilato (por Flavio Josefo especialmente), responsable directo de la crucifixión de Jesús, fue uno de los políticos más perversos y venales de la administración romana. El otro episodio es mucho más normal, un accidente de trabajo, de tantos como ocurren en la vida, en el trabajo y ante los que uno se pregunta por qué.
III.2. ¿Qué pueden significar estos episodios narrados por Lucas? ¿Tiene que ver algo Dios en estos? ¡Desde luego que no! Eso es lo primero que debemos inferir en la lectura del texto ¿Por qué, pues, son narrados? Pues sencillamente para poner de manifiesto que Dios no es venal como Poncio Pilato y no tiene nada que ver con el accidente de la torre de Siloé del muro que rodeaba la ciudad de Jerusalén; esas cosas pasan en la vida. Eso nos descubre que somos lábiles y que no podemos vivir nuestra vida sin sentido. Todo el conjunto del evangelio de hoy va en esa dirección de una llamada a la conversión y a contar con Dios en nuestra vida. Jesús no ve en los samaritanos sacrificados, ni en los obreros de la torre maldad alguna para ser castigados por ello. No es el anuncio del Dios juez el que aquí aparece. Jesús habla de los “signos” de terror de la vida. Es una lectura realista de lo que ocurre y de lo que siempre ocurrirá, unas veces por la maldad humana y otras porque no podemos dominar la naturaleza. Pero ¿acaso esto no nos debe hacer pensar que debemos estar preparados siempre? ¿Para qué? No diríamos que para morir (aunque pueda parecer que ese es el sentido del texto), sino para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y esperanza. Y si llega la muerte, no nos ha de afanar con las manos vacías.
III.3. El tercer momento de la lectura evangélica se centra en una especie de parábola sobre la higuera plantada en una viña que, al cabo de tres años, no da fruto y se la quiere arrancar. La parábola de la higuera estéril es de la tradición (cf Mc 11, 12-14.20-26; Mt 21,18-22). Es curioso y original que Lucas se haya decidido por unirla a esos episodios anteriores. ¿Por qué? Para dar a entender que nuestra vida es como un tiempo que Dios permite (el dueño de la higuera) hasta el momento final de nuestra vida. Los Santos Padres entendieron que Jesús era el agricultor que pide al dueño un tiempo para ver si es posible que la higuera saque higos de sus entrañas. Sabemos que la higuera era símbolo de Israel en el AT, concretamente en los profetas. Por tanto resuena aquí, de alguna manera, la interpelación profética a la conversión. Nuestro evangelista le da mucha importancia en su obra al “hoy” y al “ahora” de la salvación. Por eso ese tiempo concedido a la higuera… es para un hoy y un ahora de salvación y de gracia.
III.4. Las conexiones de estos episodios se establecen en razón de la necesidad de estar siempre en actitud de responsabilidad y preparados para cambiar de vida, para arrepentirse; unas veces porque los hombres perversos aniquilan y otras porque ocurren catástrofes. Jesús, con sus palabras, exculpa a los que han sufrido la maldad de Pilato o la mala suerte del accidente, en el sentido de que no son responsables individualmente de lo que ha sucedido. Esto era importante entonces, donde todo se explicaba en razón de conexiones entre responsabilidad personal y castigo. No, los galileos o los trabajadores de la torre de Siloé no eran peor o más responsables que los que no les sucedió nada. Por el contrario, todos debemos estar siempre en actitud de conversión, porque Dios siempre ofrece oportunidades, como es el caso de la parábola de la higuera estéril. Siempre, con el Dios de la salvación, tenemos oportunidad de convertirnos y de buscar el bien.
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