Que no se me acostumbre, Señor, el corazón,
a ver hombres y mujeres sufriendo
en situación injusta.
Que no me acostumbre a un mundo
como el que hemos montado,
en el que unos tenemos de todo
y a otros les falta todo.
Que no se me acostumbre, Señor,
el corazón a la mirada triste y perdida,
al olor denigrante del alcohol,
a las pocas ganas de vivir
y a cualquier deterioro del hermano,
que son sus gritos desde la cuneta de la vida.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre,
a ver como normal la situación del recién llegado
que cruza el mar para buscar trabajo,
o al que se ha quedado sin familia,
sin trabajo, o sin hogar.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre,
a volver a mi casa y tener la nevera yo bien llena,
los armarios en que no cabe una prenda
y los míos esperándome con cariño para cenar
en una casa confortable
y al teléfono llamándome un montón de gente,
mientras mañana me espera mi trabajo seguro.
Pon ternura, Señor, en mi mirada
y caricia en mi mano que saluda.
Pon misericordia en mi mente que hace juicios.
Pon escucha en mis oídos al recibirlos
y sabiduría en mi hablar.
Que no se me acostumbre el corazón,
Señor, al dolor del hermano.
Que yo sepa oír con claridad
tu voz que me grita dolorida desde él,
y comprenda con ternura su historia y su situación.
Que el encuentro con él sea el encuentro de dos hijos tuyos.
(P. Morales)
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