Paz a vosotros, mis amigos,
que estáis tristes y abatidos
rumiando lo que ha sucedido
tan cerca de todos y tan rápido.
Paz a vuestros corazones de carne,
paz a todas las casas y hogares,
paz a los pueblos y ciudades,
paz en la tierra, los cielos y mares.
Paz en el trabajo y en el descanso,
paz en las protestas y en la fiesta,
paz en la mesa, austera o llena,
paz en el debate y el diálogo sano.
Paz en los sueños y retos sociales,
paz en los surcos abiertos de las labores,
paz en la pasión pequeña o grande,
paz a todos, niños, mujeres y hombres.
Paz en las plazas y caminos,
paz en los asuntos políticos,
paz en vuestras alcobas y ritos,
paz en todos vuestros destinos.
Paz luminosa y siempre florecida,
paz que, al alba, se levante viva
y a la noche, nunca muera,
paz para vivir en fraterna armonía.
Paz que abre puertas y ventanas,
paz que no tiene miedo a las visitas,
paz que acoge, perdona y sana,
paz dichosa y llena de vida.
La paz que canta la creación entera,
que el viento transporta y acuna,
que las flores le ponen perfume y hermosura,
y todos los seres vivos con ella se alegran.
Paz que nace del amor y la entrega
y se desparrama por mis llagas
para llegar a vuestras entrañas
y haceros personas nuevas.
Mi paz más tierna y evangélica,
la que os hace hijos y hermanos,
la que os sostiene, recrea y anima,
es para vosotros, hoy y siempre, mi regalo.
¡Vivid en paz, gozad la paz.
Recibidla y dadla con generosidad.
Sembradla con ternura y lealtad,
y anunciadla en todo tiempo y lugar!
Florentino Ulibarri
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