Reflexión del Evangelio de hoy
Quizás sea el ambiente que nos domina culturalmente, con el materialismo, el consumismo el presentismo, la inmediatez tecnológica y la comodidad, la riqueza y el poder como ideales vitales, pero diera la sensación que las grandes preguntas de la existencia -de dónde venimos, a dónde vamos, por qué existe lo que existe, la muerte, el amor, el sentido de la vida- se orillan y esconden en medio de nuestra cultura.
Seguramente bastante tiene, tanta y tanta gente, para sobrevivir cada día en medio de la vorágine de alquileres, hipotecas, trabajos, familias, gastos y más gastos, que se podrá decir que suficiente tiene cada día y su afán como para preguntarse por lo intangible.
Sin embargo hay una convicción creyente por antropológica básica que nos apunta a que no sólo de pan vive el hombre, es decir, que no somos sin más un armazón de necesidades físicas y biológicas, aunque eso también lo seamos. Es la convicción de que la vida personal de cada uno y la vida social de todos, está llamada a mucho más que simplemente sobrevivir. Que el ser humano está llamado a VIVIR de verdad, a cargar su vida de sentido. A llenar sus años de vida y no sólo su vida de años. Que Dios nos ha creado a cada uno de nosotros personalmente para darnos vida y sentido.
Es ahí donde las preguntas fundamentales de la existencia cobran sentido. Preguntarse por algo más que el trabajo, la comodidad, las apetencias, los deseos o las necesidades, nos abre a la búsqueda de la verdadera identidad: ¿quién soy yo? ¿qué hago aquí? ¿para qué estoy vivo? Es la pregunta por el sentido de la vida.
Las lecturas de este domingo nos vienen a lanzar esa pregunta clarísimamente en clave de Dios. Dios tiene un proyecto y un plan, un sueño, para cada uno de nosotros. Planes, proyectos y sueños que cargan de sentido nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, nuestro proyecto vital y nuestro día a día. Planes que nos hacen sus colaboradores para que su presencia de sentido llegue tanto a los que buscan como a los que se han olvidado de buscar.
La vocación de Isaías y la elección de Simón Pedro como “pescador de hombres” narran la respuesta a la que cada uno de los bautizados en nuestro propio ámbito estamos llamados a responder. Dios pregunta, ¿quién será mi voz en el mundo? Dirigiéndonos directamente a cada uno la cuestión. Esperando nuestra respuesta.
La pregunta es libre, Dios jamás se impone, aunque sepa -creador y Señor- cuál sería lo mejor para cada uno de nosotros, cómo realmente nuestra vida se llenaría de vida y de sentido. Lo sabe incluso conociendo nuestras limitaciones y pecados -tanto Isaías como Simón Pedro se reconocen pecadores, limitados, débiles- y cuenta Dios con ello. Él se encargará que nuestros errores convivan con nuestros aciertos… siempre que echemos las redes en su nombre, es decir, siempre que en el centro de nuestro servicio, de nuestra misión, de nuestra solidaridad o nuestra predicación, le pongamos a Él, no a nosotros mismos.
Eso nos ha de llevara pensar que sus planes no son nuestros planes, que no saldrán las cosas como nosotros pensamos, proyectamos o planeamos, que a nuestros ojos puede aparecer el fracaso, el error, la muerte, y que necesitamos no perder de vista a la hora de ver el transcurrir de las cosas una mirada de fe, de esperanza y de amor. Se trata de confiar que aunque nosotros nos sintamos fracasados, no es a nosotros mismos a quienes hay que poner en el centro, sino a Dios. En tu nombre echaré las redes, pues yo solo fracasaría como antes fracasé…
Pablo se lo recuerda a los Corintios, es la gracia la que actúa en nosotros si ponemos la verdadera enseñanza de Dios y de la Iglesia en el centro de nuestra vocación: que Jesucristo murió por nosotros y resucitó.
Cuando se trata de dar un sentido, una misión, una vocación, un plan, un proyecto, un para qué, un por qué y un cómo a nuestra vida, Dios cuenta con nosotros, con quien somos, con cómo somos, con nuestras capacidades, talentos, habilidades y dones. Por eso cuando da una misión a Pedro y aquellos pescadores, los convierte en pescadores de hombres, como imagen de que siendo quien son, los transforma y recrea para ser quiénes están llamados a ser. Igual sucede con Isaías y el ambiente y la escena sacerdotal en el que se nos narra su visión: el templo y la gloria de Dios, el ambiente del que viene el mismo Isaías.
Todos los bautizados estamos llamados a ser colaboradores de Dios, a ir en su lugar y ser palabras de su Palabra, a echar las redes en su nombre para transformar nuestro mundo con el mensaje del Evangelio, en el fantástico juego de paradojas del Señor, por el que, saliendo de nosotros mismos, siendo más de Dios, poniéndole a Él y su presencia en el centro de nuestra vida, más nosotros mismos seremos, más de sentido se llenará nuestra vida, más de vida se llenará nuestra vida.
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