• Lc 6, 27-30: texto central de este discurso. Aquellos que aparecen como dichosos en las Bienaventuranzas, se encuentran en una nueva relación con Dios (son sus hijos, Lc 6, 36).
• Jesús propone una manera de responder a la situación injusta «de persecución», «de odio», «de exclusión», «de ofensa», de degradación «del nombre»: se trata de responder de forma activa, no pasiva.
• Esta nueva relación engendra un nuevo comportamiento con los demás:
— Hacer y desear (bendecid, rezad) el bien (28);
— Desarmar la violencia con la no violencia (29);
— Generosidad sin límites (30);
— Amor desinteresado y no proceder como los descreídos (32-34);
— No se habla de obedecer a Dios, sino de parecerse a Él, de actuar como Él actúa (hijos del altísimo) (35);
— Misericordiosos, compasivos (36);
— No erigirse en censor de los demás, el perdón obtiene perdón (37), la generosidad, generosidad.
• Son aspectos del amor; al ejercerlos con los otros, la persona abre sus puertas al amor de Dios. Por eso la medida del don divino la señala la misma persona (38).
• No se trata, pues, de encajar una maldición (28), o de encajar cualquier otra ofensa (29-30) y aguantarse. Se trata de responder activamente con «la bendición», con la gratuidad (30. 34), con el amor hecho acción. Sólo así haremos añicos la dinámica de la violencia.
• El Antiguo Testamento nos habla de los enemigos de Israel como enemigos de Dios, y del enemigo personal como rechazado por Dios, ya que el justo y el piadoso están bajo la protección de Dios. Sin embargo a veces se pide al israelita que no se alegre con la caída de su enemigo (Prov 24, 17) o se le pide que dé de comer al enemigo hambriento (Prov 25, 21). Normalmente el amor y el perdón del enemigo aparecen limitados a los adversarios israelitas (1Sam 24, 26), a los que son del mismo pueblo y tienen la misma religión. El odio al enemigo aparecen en el Antiguo Testamento como algo natural (Sal 35).
• Para Jesús, sin embargo, todo cambia radicalmente al unir estrechamente el precepto del amor a los enemigos con el del amor al prójimo. Se trata de adoptar el comportamiento misericordioso de Dios (Lc 6, 35-36) para recrear una humanidad nueva. Ningún cálculo humano debe guiar la práctica del amor auténtico. El creyente espera la recompensa sólo de Dios. Su amor a los enemigos es la respuesta agradecida al Dios de la misericordia.
• Pero ese amor del discípulo de Jesús, que siempre es entendido en el Nuevo Testamento no como un sentimiento sino como una acción y una tarea, debe alcanzar incluso a aquellos que aparentemente no lo merecen: los enemigos, los que te odian, los que te golpean y los que te roban.
• La afirmación de Lc 6, 31 suele llamarse «la regla de oro» de la caridad cristiana (tratad como queréis que os traten). Nos indica que el amor no se limita a excluir el mal, sino que implica un compromiso operativo para hacer el bien al prójimo. ¡Cuidado! Lo que se busca siempre es el bien del otro y no la estricta reciprocidad, como aparece en los versículos siguientes (Lc 6, 43-34). Esta interpretación transforma radicalmente un principio de de sentido común, del que ya se hablaba en el Antiguo Testamento (Lv 19, 18; Bob 4, 15). La prudencia de Tobías es sustituida por la iniciativa positiva, el no hacer mal por hacer bien, la justicia por el amor. Acompañada de los vv. 36-38 (ser compasivo, no juzgar, perdonar, ser generoso) adquiere una dimensión singular. Se convierte en un principio luminoso de convivencia humana, que supera toda ley, y aspira a una fraternidad universal. Al final de su vida Cristo nos invitará a amarnos como Él nos ha amado. No es fácil amar a un enemigo de verdad, a alguien que ha destrozado algo muy valioso en nuestra vida. Porque no es cuestión de pura benignidad, ésta no basta. Hace falta amar de otra manera. El mal obliga al amor a hacerse sobrenatural, lo mismo que el misterio exige de la inteligencia que florezca en fe, en virtud sobrenatural… Es menester haber mudado el corazón, tener dentro del pecho en lugar de esta máquina de egoísmo, el corazón de Aquél que, según Pablo, murió por los impíos (Rm 5, 6), pero que, según Él mismo, murió por sus amigos (Jn 15, 13).
Nota: Después de las Bienaventuranzas y sus contrarios, Jesús declara que sólo el amor sin medida vence al mal. La conciencia cristiana supera los diez mandamientos (Ex 20, 1-17 y Dt 5, 6-21), código mínimo del judaísmo, excesivamente genérico en la relación del hombre con Dios. Los tres primeros mandamientos, fruto del monoteísmo de Israel, son válidos para cualquier religión. Los otros siete (respeto a los padres, a la vida, a la racionalidad del sexo, a los bienes ajenos, a la verdad y a la honestidad en las intenciones) son exigencias normales para una convivencia humanamente digna.
El amor es para quien puede odiar, maldecir, herir, robar y despojar a la persona de lo que lícitamente es suyo… la motivación de un humanismo tan heroico se puede encontrar en el contagio del ser mismo de Dios. La misericordia capacita com-pasión en su propio corazón; esto es, en lo más íntimo y vital de su ser. Misericordia es la entraña más íntima, casi el útero materno capaz de sentir gozo, dolor, vida, pasión e ilusiones del hijo que ha engendrado. Sólo quien sienta a Dios así puede iniciar el camino del amor a los enemigos.
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