1.- “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os injurian”. San Lucas, Cáp. 6.
Luego del Sermón de la Montaña, había necesidad de explicar a los discípulos cómo emprender la ruta de la utopía cristiana. Por lo cual el Maestro sigue adelante, al ofrecer un valioso manual de relaciones humanas. El contexto social en que vivió el Maestro, invitaba día y noche a la violencia: La ley del Talión, herencia de Egipto y de Babilonia, que exigía “tanta venganza, tanta ofensa” regía el trato ordinario entre los judíos. Los valores de la generosidad y la compasión, presentados por los Libros Sapienciales, no habían sido asimilados por el pueblo.
2.- El imperio romano dominaba toda la Palestina y para financiar su presencia, exigía cuantiosos tributos. Se violaban impunemente las leyes en favor de las viudas y los huérfanos. Las autoridades nacionales, como Herodes, eran figuras decorativas de muy baja moral. El culto del templo no pretendía liberar al pueblo, sino presentar continuamente a un Dios exigente y vengador. Y en Galilea, la provincia del norte no escaseaban los celotes, grupos armados cuyos desmanes eran ahogados en sangre por las tropas invasoras.
Entre las páginas del Nuevo Testamento, tal vez no haya ninguna más en contravía de la realidad social de entonces, como esta colección de sentencias que nos trae san Lucas: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os injurian”.
Y más adelante: “Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También lo hacen los pecadores”. Así de simple: Amar únicamente a los amigos y hacer el bien solamente a los benefactores, nos sitúa, según el lenguaje de Jesús, por debajo de las prostitutas y los publicanos. Eran estos los más pecadores de entonces.
3.- Enseguida el Maestro señala ejemplos prácticos, según las costumbres judías, para desmontar nuestros mecanismos de venganza: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica”. Sin embargo, este programa no apunta únicamente a una estética personal, a un comportamiento social. Está de por medio, nada menos que nuestra condición de hijos de Dios: “Así seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos”. San Mateo lo dice de forma más poética: “El Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos y derrama la lluvia sobre justos e injustos”.
4.- Aquí también el Señor nos promete una recompensa que podríamos llamar temporal: Si perdonamos y somos desprendidos, “os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. Lo sabía el ojo observador de Jesús. En sus tiempos de niño, allá en Nazaret, empinado quizás sobre la punta de los pies, había mirado al vendedor de trigo, o de cebada, que remecía la vasija para medir los granos, intercambiando con el comprador un comentario amistoso.
Así el Señor y mucho más, será generoso con nosotros, cuando pacificamos la violencia. Cuando domesticamos la venganza que a todos nos abrasa el corazón.
Gustavo Vélez mxy
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