El Señor es compasivo y misericordioso (Salmo 103, 8). Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 37).
El texto evangélico que acabamos de leer es continuación del que se leía Domingo pasado y lo es, no sólo en el hilo narrativo, sino también en el contenido y en la forma. Así, si la semana pasada decíamos que el lenguaje del evangelista era duro, fuerte, crítico, incisivo, el de hoy no lo es menos, como lo podremos comprobar; el estilo del Reino que Jesús propone es, sin duda, muy exigente. Hoy san Lucas contrapone lo que haríamos espontáneamente con aquello que debemos hacer según la voluntad de Dios. Nuestra actitud con quien nos ha ofendido no es sólo perdonar y olvidar, sino algo mucho más heroico. Éstas son las palabras que emplea Jesús: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian (Lc 6, 37).
La manera más espontánea, “humana “ o “natural” e incluso “legal” (lo era para los judíos en tiempo de Jesús), de reaccionar ante un mal o una ofensa recibida, consistía en lo que se llamaba la ley del talión (ojo por ojo diente por diente). Pero Cristo nos propone otro modelo de conducta ante los que nos perjudican. Su doctrina ante estos casos viene expresada en este pasaje que completa el precepto del “amor a los enemigos”: Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian (Lc 6, 37). Hay aquí algo superior a la naturaleza pura. Palabras desnudas, llanas, exigentes. Jesús no pide imposibles; si lo manda, es que se puede. El verdadero discípulo de Cristo debe estar con la moral alta, dispuesta al heroísmo. Lo vivió Él primero; lo vivieron también los mártires; lo han vivido muchos otros.
Jesús está proponiendo un modelo de conducta, una manera de reaccionar y de comportarse que no persigue la búsqueda del propio bienestar y satisfacción de los instintos. Es una invitación a ultrapasar lo que es legal, lo que es lógico, por medio de la generosidad y de la gratuidad vividas hasta el extremo. Se nos está diciendo que hay otro modo de reaccionar, que consiste en el perdón y el cariño en lugar del odio y la venganza. El Evangelio propone un mensaje radical, exigente, basado en un amor sin medida; podríamos afirmar que se trata de una moral de máximos. El verdadero discípulo de Cristo debe estar con la moral alta, dispuesta al heroísmo. De lo contrario, ¿en qué se distinguiría de los demás?
Pero hay más, el modelo de este amor sin medida, el ejemplo más claro de este estilo gratuito y generoso lo encontramos en Dios mismo, al decirnos el propio Jesús: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). En el Salmo responsorial de hoy encontramos que el autor tenía una vivísima conciencia de esta misericordia divina cuando afirma gozoso: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas… como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que le temen (Sal 103, 8-13). Ya que Dios nos trata así, amándonos y perdonándonos hasta el extremo, nosotros también hemos de comportarnos de igual manera con los demás.
Es probable que nunca nos veamos en situaciones de tener que llegar esa reacción heroica para ser testigos de verdad de nuestra fe cristiana, pero lo que sí nos vamos a encontrar con más frecuencia será una ofensa no tan grave, aunque sí lo suficiente como para tener que optar por esta doble opción: o bien adoptar una postura de venganza más o menos declarada, o bien perdonar, encajando con humildad lo que objetivamente haya habido de ofensa. La enseñanza de Jesús que murió en la cruz, perdonando a sus enemigos tiene que llevarnos a interpelarnos y servirnos de ejemplo, por más que la ofensa fue infinitamente más grave que la que nos han hecho a nosotros. Dice san Agustín: “Limpia tu corazón. Hazlo una casa para el Señor. Déjale morar en ti, y tú habitarás en Él” (In ps. 30, 38).
A este propósito, bien podemos reflexionar sobre algunas preguntas que pueden estar esperando nuestra respuesta, después de lo que nos ha dicho en Señor en el Evangelio: ¿Somos capaces de perdonar hasta setenta veces siete, como Jesús le dijo a Pedro en cierta ocasión? ¿Somos personas que guardan rencor durante días o años? ¿Somos de buen corazón y procuramos que se enfríe nuestro disgusto rápidamente? ¿Somos capaces de saludar al que no nos saluda y poner buena cara al que sabemos que habla mal de nosotros? Quizás podría hacer de listón en nuestra actuación el que ha puesto el propio Cristo en el pasaje evangélico de hoy: Como vosotros queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos vosotros con ella (Lc 6, 11).
Como resumen de todo ello podemos decir que se nos invita a purificar nuestras actuaciones, nuestra manera de obrar y de relacionarnos con los demás. Llegar a la perfección es imposible, pero hemos de esforzarnos cada día en ir acercando nuestro estilo de vida al proyecto de Jesús y en ir también hallando los medios que nos ayuden a ello. Por lo cual, nos irá bien a todos hacer muy nuestra la petición que hemos hecho al Señor en la oración inicial de la misa: Dios todopoderoso…, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir de palabra y de obra lo que a ti te complace.
Teófilo Viñas, O.S.A
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