Por Javier Castillo, sj
Reflexiones sobre el Evangelio de Lucas 6, 27-38 (7º Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo C – 20 de febrero de 2022)
Como casi todas las tardes, después de una breve siesta, Andrés subió a la montaña desde donde se divisa la ciudad que lo vio nacer, crecer y, ahora, envejecer. Esa tarde su mirada y su semblante se teñían con la marca de la tristeza y en el latir de su corazón se escuchaba un hondo sufrimiento. Sus ojos se llenaban de lágrimas al contemplar cómo el odio, la venganza, el rencor y el desamor se habían adueñado de las calles de su ciudad que, en otros tiempos, fuera un remanso de paz, solidaridad, fraternidad y sueños compartidos. El silencio de la montaña se rompió cuando Andrés, desde lo más hondo de su corazón, gritó: “Señor, ¿qué puedo hacer?, ¿qué podemos hacer para salir de esta larga noche y volver a recorrer senderos de vida, paz y perdón?” “¿Cómo restañar las heridas sangrantes en tantos corazones? ¿Qué podemos hacer para sembrar de nuevo la ilusión y la esperanza entre nosotros?”
El dolor y las inquietudes de Andrés surcaron los aires, cruzaron los mares y llegaron hasta nosotros. ¿Qué podemos hacer para reescribir la historia y para volver a soñar un mañana feliz para todas y todos? La respuesta de Jesús para Andrés y para nosotros no se hizo esperar: amar sin límite, amar a mi manera.
Amad a vuestros enemigos… la respuesta a la afrenta no puede ser la venganza o el rencor. Cuanto más ruido le dejamos hacer a la ofensa en nuestro corazón ésta hunde más sus raíces nefastas en el. Al contrario, un espíritu lleno de la libertad del amor es capaz de lanzar la ofensa y, desde la generosidad del perdón, reiniciar el camino sin las ataduras del rencor. El amor que propone Jesús no se limita a amar a los que nos aman, eso también lo hacen los pecadores, el amor de Jesús rompe las fronteras y quema las libretas de facturas que van haciendo lentos nuestros pasos para dar el abrazo del perdón y torpes nuestras palabras para decir: te perdono, te quiero, volvamos a empezar. Esta propuesta es todo un desafío para vivir personal y comunitariamente. Razón no le faltaba a Mahatma Gandhi cuando afirmaba que “perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa sabe amar.”
Haced el bien a los que os odian… Andrés se quedó mudo ante la primera propuesta de Jesús, pero, al escuchar esta segunda, no pudo mantenerse en silencio y dijo: “Vale, Señor, amar a los enemigos ya es una tarea difícil, pero, no te contentas con eso y nos pides que hagamos el bien a los que nos odian, es decir, tomar la iniciativa para salir en su búsqueda y servirles. ¿No te parece excesivo?” La respuesta de Jesús esta vez tampoco tardó: “Si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?”
El amor que tiene vocación de restañar heridas no lleva cuenta de los delitos y de las ofensas, es un amor tan generoso que se goza con el perdón y con la alegría de la vuelta a la comunión de aquellos que por su cerrazón se fueron. El injusto agresor queda desarmado cuando el dedo acusador de la víctima se vuelve mano tendida que acoge. El perdón es el prometedor inicio de un nuevo amanecer como lo canta bellamente el poeta cubano Silvio Rodríguez: “solo el amor convierte en milagro el barro”.
Bendecid a los que os maldicen y orad por los que os injurian… Un precioso colofón para vivir bajo la égida del amor sin límite. Nuestro perdón, inacabado e insuficiente, se completa y se hace pleno con el perdón del único que puede quitar el pecado del mundo: Jesús. Colocar la vida de las personas que nos han hecho algún daño en las manos de Dios habla de la humildad, la compasión y la ternura que pueden llegar a albergar los corazones de las personas que se dejan tocar por el amor misericordioso y compasivo del Padre.
Muchos procesos de reconciliación no llegan a buen puerto o su camino es demasiado tortuoso porque los confiamos únicamente a nuestra capacidad de dar perdón y sanar heridas. La sociedad no puede desconocer, aún en medio de la lógica del materialismo asfixiante, que el recurso a los valores trascendentes del ser humano, como la intercesión de Dios a través de la oración y la celebración comunitaria de la fe, ayuda a crear un clima propicio para la reconciliación, el perdón y la paz.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten… Con esta última invitación Andrés se entregó por completo a la propuesta de Jesús. Rehacer el tejido social herido, soñar un nuevo amanecer y surcar los aires con libertad solo se puede hacer desde la generosidad que lleva a poner la otra mejilla, dar la túnica y, sobre todo, abrir el corazón a la empatía que nos hace tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. Una regla de oro que debiera estar en todos los manuales de convivencia y en el frontispicio de nuestras instituciones.
El sol se empezó a ocultar y Andrés, con el corazón inundado por el amor que recrea, bajó a su ciudad para, junto con otros, soñar y vivir un nuevo amanecer.
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