¿DESOLACIÓN O ESPERANZA?
Por Javier Leoz
Necesitamos, y de una vez por todas, que el paraíso que se nos oferta o
vende, lo podamos alcanzar sin más engaños ni dilación. Pero, cuando
miramos a nuestro alrededor: cuánto profeta –de cuarta y de quinta- que
nos hacen soñar con un olimpo tan inmenso que, cada día que pasa,
sentimos que está más y más lejos.
1.- Bienvenido sea Juan Bautista. Aquel, en cuyos labios, sonaron con fuerza las
Palabras del Señor: “preparad el camino”. Aquel que, no teniendo nada, poseía lo
más importante para seguir adelante: ilusión, esperanza e ideales. Sabía que,
aquello que anunciaba, estaba a punto de cumplirse. Su persuasión, intuición,
radicalidad, capacidad, sobriedad y penitencia habían merecido la pena. Disfrutaba
avanzando por los caminos del Señor y, además, gozaba siendo guía de los
hombres y mujeres que querían encontrarse con el Salvador. ¿Qué era un tanto
extraño? ¡Qué hombre de Dios no es un poco o un tanto original!
2. - Bienvenido sea Juan Bautista. El que no se andaba con componendas. Aquel
que, sabiendo lo qué predicaba, sabía muy bien que se la jugaba. Dio testimonio de
palabra y de obra. No se conformó con frases más o menos sueltas, más o menos
sonantes. Su vida fue un clamor en medio del desierto. Quería corazones bien
dispuestos para Dios. Pretendía ojos que vieran la salvación del Señor. Y, si alguno
quería verlo y escucharlo, en el desierto es donde se mejor se le encontraba. Juan
huía del ruido de la ciudad. De todo aquel montaje que los hombres se habían
construido. Lo que ofrecía era puerto seguro: ¡Dios era la salvación!
En el Adviento, la voz de Juan, da sonido y sentido a la Palabra. ¡Ya sabemos que él
no era la Palabra! Pero, con Juan, esa Palabra se acoge mejor. Sabemos cómo y
dónde sembrarla. Con él, con Juan, todos estamos llamados a ser testigos de la
misión del Señor. A preparar sendas y cañadas para que, el mundo, pueda abrirse a
Dios.
3. - Ante la Navidad podemos escoger dos caminos. El de la esperanza o el de la
desolación. El de la esperanza es aquel que cultiva a Dios en el fondo de cada
persona. El horizonte que necesitamos para mirar con más luz y hasta para trabajar
con más ilusión. La esperanza, a un cristiano, es lo que el aceite a un motor:
precisamos de ella para que todo nuestro engranaje cristiano, lejos de chirriar, siga
estando vivo y operativo hasta el día en el que el Señor se presente ante nosotros.
Por el contrario, el camino de la desolación, es la sombra solitaria de cada persona.
La Navidad que llama a nuestra puerta, quiere de nosotros asignaturas resueltas o
frutos que son consecuencia de la verdad de nuestra fe. ¡Cuánta desolación fruto
del hombre que se empeña en progresar y pensar al margen de Dios! ¡Cuántas
soledades consecuencias del cerrazón del ser humano a un Dios que viene
humanado!
Que el Señor, en domingo de adviento, nos ayude a rectificar aquellos senderos que
están un tanto retorcidos en nuestra forma de pensar, vivir o existir.
Que el Señor, en este tiempo de adviento, nos ayude a reformar aquellos puntos
que sean necesarios para que, cuando el venga, podamos presentarle un edificio
espiritual irrefutable, limpio, convertido y volcado totalmente a su voluntad.
4.- TÚ TIENES PROMESAS VERDADERAS
¡Ven, Señor, y no tardes demasiado!
Estamos cansados de tantas promesas falsas
A cada momento nos asaltan dudas,
incertidumbres, fracasos, bofetadas,
traiciones, desencuentros, engaños.
¡Ven, Señor, no te demores!
Pensamos haber atinado el futuro,
y estamos inmersos en constantes fracasos.
Creemos ser portadores de humanidad,
y aniquilamos, una y otra vez,
inocentes y víctimas de nuestro vivir opulento.
¡Ven, Señor, no retrases tu llegada!
Porque, entre otras cosas, sentimos que la tiniebla
se impone con más rapidez que la misma luz,
que los engaños se disparan a más velocidad
que la verdad que pide y exige el hombre
¡Ven, Señor, y endereza nuestros caminos!
Haznos buscar un desierto en el que hablarte
Un desierto en el que encontrarte
Un desierto en el que buscarte
Un desierto en el cual poder escucharte
¡Ven, Señor, y allana nuestros senderos!
Rebaja nuestro orgullo, para conquistarte con humildad
Alisa nuestra dispersión, para quererte sólo a Ti
Pule nuestro vivir, para que tengas más cabida en él
¡Ven, Señor, y no aplaces tu vuelta!
Entre otras cosas, porque cada día que pasa,
sentimos que el mundo está más herido de muerte
si Tú le faltas por dentro
si Tú no le envías tu esperanza y tu aliento
¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!
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