Domingo de Gaudete, de alegría. Hasta este momento hemos visto que el mundo se siente amenazado (Dg.1º) Que la causa última de esa amenaza es la nefasta cultura que hemos desarrollado (Dg. 2º) ¿Es posible una cultura que nos permita rectificar el rumbo y llevar a la humanidad por los caminos del verdadero progreso? El Papa Francisco cree que sí, y esta mañana, domingo 3º de Adviento, nos ofrece su pensamiento como tema de reflexión.
Desde un punto de vista estrictamente fenomenológico, el mundo es producto de una larguísima evolución comenzada hace miles de millones de años. Como un fruto más de esa evolución apareció el ser humano sobre la faz de la tierra y con él, la posibilidad de la cultura.
Eso es así, pero ¿es solo eso lo que acontece en las entrañas más profundas de todo cuanto existe? ¿Hay algo más? ¿Hay un Ser Supremo que va dirigiendo ese formidable desarrollo que es la evolución?
Los cristianos creemos que sí y es a esa visión a la que el Papa ha querido despertarnos.
El mundo en su ultimidad es fruto de una acción creadora de Dios con una finalidad claramente expuesta por Él mismo a lo largo de la Revelación.
La primera gran verdad es que Dios ha creado el mundo y lo conserva exclusivamente por amor. Este amor se manifiesta de una manera especialísima con el ser humano al que ha dotado de la capacidad de discernir y elegir con la misión de completar su obra creadora, transformando el mundo en una habitación agradable para toda la humanidad entendida como la gran familia humana.
De esto se desprende con toda claridad, que el hombre no es dueño de la naturaleza ni de sus semejantes. Los humanos estamos en este mundo para que, como miembros de una única familia universal, cuidemos de él, bajo la mirada amorosa de Dios.
Ese es el gran proyecto de Dios, todo lo alejado que queramos del que todos, de una u otra manera hemos elaborado: unos con su enfermiza ansia de poder, otros con su dejadez, otros con su insaciable egoísmo, otros con su adocenado conformismo, pero que es perfectamente rectificable si los hombres y mujeres del siglo XXI alcanzamos aquella cordura con la que Dios pensó que íbamos a actuar.
El Papa nos habla, nos llama, nos grita, nos zarandea para despertarnos de nuestro letargo y nos invita a contemplar las cosas desde la perspectiva de Dios.
Nos ayuda a que descubramos el verdadero puesto del hombre en el cosmos.
Nos hace ver nuestra condición de administradores responsables de las cosas que lo integran.
Nos invita a colaborar con Dios en la obra de la creación.
Nos convoca a que consideremos el planeta como la tierra de todos, como la casa común.
Nos habla del bien común, de ese bien que presupone el respeto a la persona en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral.
Nos hace ver que la masculinidad y la feminidad son necesarias para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente para un mutuo enriquecimiento.
El Papa habla de la familia como la célula básica de la sociedad.
Nos anima a la aceptación del propio cuerpo como don de Dios.
Toda su Encíclica es una llamada a que nos preguntemos ¿para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vivimos? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?
Junto a todo esto nos recuerda que siempre el ser humano es capaz de ser agente responsable de su mejora material, de su progreso moral, de su desarrollo espiritual. Esto es lo que precisamente hace que en medio de todas las tremendas turbulencias en las que nos vemos envueltos hoy, alzando los ojos, podamos considerar que este domingo está en nuestras manos el que sea o no un domingo de laetare, de alegría, de esperanza.
La cuestión es, ¿habrá hombros que quieran cargar con esa misión? ¿Habrá voluntades que quieran empujar en la dirección correcta?
La pregunta que hemos escuchado en el Evangelio ¿qué debemos hacer? es la que todos y cada uno de nosotros debemos formularnos esta mañana, aquí, ahora. ¿Qué debo hacer yo ante el desastre de una cultura pervertida y la oferta de otra nueva llena de futuro?
No creamos que nada o poco podemos hacer. El próximo domingo IV de Adviento, Dios mediante, veremos compromisos concretos para cada uno de nosotros.
No dejemos pasar el tiempo, porque el tiempo perdido ya no vuelve, y con él, tampoco las oportunidades que le estaban aparejadas. Pensemos durante la semana en todo esto y preparémonos para decir a Dios, el próximo domingo, que puede contar con nosotros. Que así sea.
Pedro Sáez
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