Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel (Sof 3, 14). Alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos (Fil 4, 4). La gente le preguntaba: ¿“Entonces qué tenemos que hacer”? (Lc 3,10)
Tercer Domingo de Adviento. “Dios está cerca”; y por eso, la liturgia de este domingo nos invita insistentemente a la alegría y claro que nos podemos preguntar: ¿pero, y hoy es posible la alegría? Considerada como un bienestar basado en la posesión de ciertos bienes materiales sería privilegio de unos pocos; y, si a ello se añade una buena salud, aumentarán otros pocos más. Pero la alegría, la verdadera alegría, en cuanto significa y es posesión de Dios que se hace, además, manifestación de la verdadera felicidad, se constituye en patrimonio de todos. Esta limpia y gozosa alegría es una virtud eminentemente cristiana.
Las insistentes invitaciones a la alegría, que nos hacen hoy el profeta Sofonías el apóstol San Pablo tienen una finalidad: preparar los corazones en medio del esfuerzo que supone la limpieza de los caminos por los que ha de venir el Señor. Ya el Domingo pasado san Juan Bautista nos hacía una llamada a dejar expedita la senda por la que transitará el Señor, trabajo de preparación que hoy se prolonga en medio de la alegría a la que San Pablo nos invita en su Carta a los Filipenses que, por cierto, la escribía desde la cárcel; el motivo de esta alegría es, sencillamente, que “el Señor está cerca”. En un mundo con tantos quebraderos de cabeza y que ha venido a aumentarlos la epidemia, la subida de la luz y tantas otras preocupaciones, viene muy bien que los cristianos escuchemos esta voz que nos llama a la esperanza y la alegría.
Por otra parte, si nos acercamos al pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, nos encontramos con San Juan Bautista, que decía a sus oyentes que el Señor no sólo “estaba cerca”, sino que ya “había llegado” y debían prepararse para ir a su encuentro. Las numerosas personas de toda condición que lo escuchaban con deseo de recibirlo de la mejor manera posible, le hacían esta pregunta: Entonces, ¿qué tenemos que hacer? (Lc 3, 10). Y a cada uno le respondía, teniendo en cuenta su profesión. Ahora somos nosotros los que ya sabemos lo que tenemos que hacer y nos hemos comprometido a llevarlo a cabo y además alegremente, que es una de las maneras de animar a que otros lo hagan también, con lo que nos hemos transformado en apóstoles del bien obrar y de la alegría.
La serie de respuestas concretas que San Juan Bautista iba dando a la pregunta que le hacía cada uno los individuos de las diversas clases ante la inminencia de la llegada del nuevo reino, como “un mundo mejor”, podríamos reducirlas a estas tres virtudes eminentemente sociales, humanas, sin dejar de ser auténticamente cristianas, ya que así las vivió el propio Cristo: “una caridad compartida”, “una verdadera justicia” y “la no violencia”.
En relación con la “caridad compartida”, al dirigirse el Bautista a la gran masa de los que acudían a él, su respuesta tenía una realización muy concreta: “el que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo” (Lc 3, 11). Pero, tanto la “caridad compartida”, como la “verdadera justicia” y la “no violencia” que está en la base de la predicación del Bautista, como podemos ver en el pasaje evangélico de hoy, constituyen un llamamiento a responder con urgencia a la pregunta “¿qué debemos hacer?”. Triple respuesta que, sólo buceando en nuestro interior y a la luz de las citadas claves, podremos formularlas correctamente y empeñarnos en ponerlas en práctica.
Vale la pena, por tanto, repasar el pasaje evangélico de hoy que se encuentra en el capítulo tres, versículos diez al quince de evangelio de san Lucas. Seguro que allí se podrán identificar con la respuesta que más les puede afectar en línea con las tres claves que acabamos de señalar: en primer lugar, la caridad les llevará a compartir alguno de sus bienes, materiales o espirituales; y esto, no necesariamente, pensando en el Tercer Mundo —aunque también, y con mayor motivo—, sino empezando por nuestro circulo vital, la propia familia, el lugar de trabajo, las amistades, la labor social o eclesial en que se desarrolla el trabajo; en segundo lugar, el campo de la justicia, Juan les mandaba “no exijáis a nadie más de lo justo”, no sólo en el campo de los bienes materiales, sino también en los del espíritu, como son la personalidad y la fama; en tercer lugar, en relación con la no violencia no faltarán momentos en que las palabras y las actitudes pueden dar lugar a reacciones que tienen muy poco que ver con la paz.
Bastaría también el pasaje que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a las “Obras de misericordia”, que vienen a recoger precisamente un mucho de lo que cae bajo las tres claves que se han apuntado:
“Mediante ellas ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo al que no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; y es también una práctica de justicia que agrada a Dios” (Nº 2447).
Comenzábamos la homilía, recordando la llamada a la alegría que nos hacían el profeta Sofonías y el apóstol San Pablo y el motivo de esa llamada era que “el Señor está cerca”; a esta realidad que vivimos intensamente en el Adviento se añaden otras circunstancias, tiempos y lugares que habrán de tenerse muy en cuenta; entre ellos podríamos citar éstos: ser hombres y mujeres, vacíos de sí mismos, humildes, receptivos, abiertos a Dios y a los hermanos, sin egoísmos, amigos de compartir y dispuestos a ser enriquecidos con la aportación humana y espiritual de los demás, quien quiera que sean ellos. La alegría y el gozo evangélicos, aun en medio de grandes penurias y contrariedades, es el lote hermoso en la heredad del Señor para quienes se comprometen de verdad con el evangelio.
Teófilo Viñas, O.S.A.
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