¿Jesucristo es Rey? Aunque la imagen de Jesucristo como Rey del Universo nos puede resultar algo extraña, pues tenemos en la cabeza la imagen que de Él nos dan los Evangelios: naciendo pobremente en Belén, predicando por los pueblos de Galilea, siendo capturado y juzgado como si fuese un malhechor, muriendo por todos nosotros en la Cruz, resucitando al tercer día, siendo elevado al Cielo y sentándose a la derecha del Padre, el hecho es que durante más de ocho siglos, desde finales del siglo IV hasta comienzos del siglo XIII, la Iglesia católica ha dado culto a Jesucristo Rey del Universo, según la imagen que nos transmite san Juan en el capítulo 4 del libro del Apocalipsis: sentado en su trono, rodeado de la corte celestial, gobernando la creación y velando por nuestras vidas. Pues, en efecto, eso es lo que ahora mismo está haciendo Jesús, junto al Padre y el Espíritu Santo, como un solo Dios.
Esta espiritualidad fue reemplazada en el siglo XIII por el culto a Cristo crucificado que podemos contemplar en los Evangelios, la cual ha llegado hasta nuestros días, aunque muy matizada tras el Concilio Vaticano II (1962-1965). Esto determina la imagen que actualmente tenemos de Jesús como Rey.
Si bien la Iglesia celebra hoy que Jesús está ahora mismo gobernando el universo y velando por nuestras vidas, no nos lo imaginamos como una especie de señor feudal que gobierna sobre sus súbditos, sino, más bien, lo contemplamos como aparece descrito en el pasaje del Evangelio que hemos escuchado, en el que Él, maltratado y humillado, se proclama Rey ante Poncio Pilato. Aquí Jesús no se muestra como un rey terrenal que vence al enemigo en el campo de batalla, sino como un Rey divino que, respetando la libertad del ser humano, gobierna en el corazón de aquellos que deseamos ponernos humildemente en sus manos. Ese es el reino del que Jesús habla a Pilato. Ese es su universo.
En efecto, el reinado de Jesús en nuestra vida lo mostramos comportándonos con la humildad que tuvo Jesús mientras predicaba su Reino de Amor en este mundo, llegando así a morir en la Cruz. Esa humildad la sigue teniendo ahora que, resucitado, está sentado a la derecha del Padre. En palabras de san Juan, es el reinado del «Cordero degollado» al que el Padre eleva sobre todas las cosas. Y eso es lo que hoy, en este último domingo del año litúrgico, celebra la Iglesia.
Cuanto más nos humillamos y anonadamos ante Cristo, más se hace presente en nuestro corazón y en nuestra vida, como un Rey que nos invita a amar a todos, sacrificándonos por el bien común. Es lo que san Pablo decía a los cristianos de Galacia: «con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,19-20). Así es, el Apóstol dejó humildemente que su «yo» muriera, para que su corazón estuviera gobernado por un solo Rey: Cristo.
Como vemos, la celebración de Jesucristo Rey del Universo nos conduce hacia una experiencia mística, la de unirnos tanto a Jesús que sintamos que Él ocupa todo nuestro interior y, así, pase a ser nuestro Rey en esta vida. Y es una unión que llega a su plenitud en la otra vida, tras nuestra resurrección, cuando podamos disfrutar del Reino Celestial junto a la Virgen, los santos y los ángeles, mostrando nuestro amor a Jesús cantándole alabanzas.
Pero esto no se alcanza sólo con nuestras propias fuerzas, sino sobre todo con la ayuda del propio Jesús, que nos atrae hacia sí cuando nosotros nos ponemos en sus manos. Esto, como ya sabemos, requiere de nosotros una gran humildad. Recordemos de nuevo el inmenso abajamiento que mostró Jesús al morir en la Cruz. En efecto, el camino de la Cruz es el camino que debemos recorrer para lograr, con ayuda de Jesús, que Él sea el Rey de nuestra vida. Es un camino de sencillez y de amor, que nos conduce a la plena y eterna felicidad, de la cual podemos experimentar un pequeño anticipo aquí, en este mundo, si ahora dejamos que Jesús sea el Rey de nuestro corazón.
Así que, efectivamente, Jesús es Rey, no sólo porque ahora gobierna el universo, sino sobre todo porque nosotros, libremente, podemos dejar que Él sea también el Rey de «nuestro universo», es decir, de nuestro corazón y de toda nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario