15 abril 2011
¿Quién se presentaría a una batalla con un burro?
Jesús coincidiría con la costumbre de reyes, gobernadores y jefes al entrar en las ciudades victorioso, pero de una manera un tanto extraña. Se presenta a las puertas de Jerusalén sin otro preparativo o convocación que su vida discutida, incomprendida, aunque sí tenía una meta clara: morir. Esta es la última etapa de su camino, el final, el culmen, donde va a proclamar y coronar su mesianismo salvador de la debilidad y la humildad. Va a consternar realmente a la ciudad, su entrada es triunfante porque es pasión y solidaridad con los necesitados, a los que conduce a la vida. Esta es la victoria de nuestro rey, el modo como Jesús agrada al Padre y la manifestación de acercamiento a la humanidad curvada, herida y engreída para reconducirla a la fidelidad. Hasta entonces todo se conquistaba con el poder, la fuerza, las armas, Jesús propone un camino distinto, desconcertante, que solo entienden los niños y los pobres: el camino de la debilidad, del anonadamiento, del no hacer valor los derechos. ¿Quién es este, que ha cambiado la idea de Dios que trasmitían los judíos, que ha hecho a Dios, amigo crucificado, que su gloria es dar vida? ¿Quién es este que dice, que para que el hombre goce de libertad tiene que despojarse de lo que le destruye y divide? ¿Quién es este, que para que haya paz propone tirar las armas y reconciliarse con el hermano? ¿Quién es este que se anonadó, que nadie tiene mayor amor, que entrega su vida?
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