1. A vosotros los que me escucháis os digo: haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian… Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso… Amad a vuestros enemigos.
Debemos tener en cuenta que el amor cristiano llega mucho más lejos que el amor puramente afectivo y sentimental. Afectiva y sentimentalmente no podemos amar a todas las personas que conocemos y con las que nos relacionamos, porque el amor puramente afectivo y sentimental depende de unas causas psicológicas que nuestra voluntad no siempre puede controlar y dirigir. Pero el amor cristiano, el que Cristo nos pide, es otra cosa: es querer el bien para todos, incluidos los enemigos, y no desear nunca el mal a nadie. En este sentido, sí podemos afirmar con rotundidad que un cristiano sí pude y debe bendecir a los que le maldicen y orar por los que le calumnian. Tampoco debemos confundir nunca el amor cristiano con el olvido de los males que algunas personas nos hayan hecho.
2. Abisay dijo a David: Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir. David respondió: No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?
La escena que nos relata hoy el libro de Samuel entre el rey Saúl y el que sería el rey más famoso de Israel, David, la conocemos bien todos los que hemos leído la Biblia. El rey Saúl consideraba a David su enemigo y quería matarlo porque este era más querido que él por el pueblo. Al futuro rey David se le presenta ahora la oportunidad de matar a su rey legítimo y ser nombrado él mismo rey de Israel. David renuncia a matar a su rey porque lo considera “el ungido de Yahvé”. Aún hoy día la actitud de David, renunciando a matar a su enemigo, el rey, nos parece de una grandeza de ánimo inmensa y nos enseña a valorar en su justa medida a todos los que legal y socialmente están por encima de nosotros. Aprendamos a distinguir entre la bondad y el justo comportamiento de los cargos políticos y sociales por un lado y el respeto que debemos tener siempre a su autoridad legítima, por otro, aunque no aprobemos su comportamiento.
3. Hermanos: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.
Así es nuestra condición humana, como nos dice muy bien san Pablo en esta su primera carta a los Corintios. Como seres humanos, somos descendientes de Adán y de Cristo, pero como cristianos debemos saber comportarnos siempre en nuestra vida diaria como auténticos discípulos de Cristo. Esto no es nada fácil, porque los frutos de la carne se oponen a los frutos del espíritu y el hombre viejo se resiste a dejarse dirigir por el hombre nuevo. Que se lo pregunten al mismo san Pablo, cuando él mismo nos dice que más de una vez hace lo que no quiere y no hace lo que, como hombre nuevo, querría hacer. Esta lucha la vamos a tener dentro de nosotros hasta que nos muramos; no renunciemos nunca a la misma, aunque a veces nos cueste mucho. Como buenos cristianos tratemos de ser siempre buenos discípulos de Cristo.
Gabriel González del Estal
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