El Evangelio de este domingo dice que Jesús se encontraba fuera de las fronteras de Israel. Allí encontró a una persona que sufría porque no podía oír. También nosotros cuando conseguimos salir del circulo de nuestro pequeño mundo de intereses y somos capaces de mirar alrededor nos encontrarnos con personas que sufren.
Escucha
Aquel hombre sufría porque no podía oír. He recordado, al leer este texto, las palabras del papa Francisco invitándonos a la escucha. El papa invita a los matrimonios a que se escuchen, invita a los jóvenes a que sean capaces de escuchar a los demás, invita a los pastores diciendo que antes de hablar tengan la capacidad de escuchar. Una Iglesia que escucha es una Iglesia que será escuchada. Pero tenemos que reconocer que no siempre es fácil escuchar. Muchas veces es más sencillo dar buenos consejos que escuchar con profundidad. Para dar un buen consejo necesitamos tener la mente ordenada, pero para escuchar necesitamos tener mucha humildad. Todos sabemos por experiencia que nos hace mucho bien que alguien nos escuche. Solo eso, que nos escuche. Y para escuchar necesitamos abrirnos: Ábrete.
La fe nace de la escucha
Muchos años antes del relato que acabamos de proclamar, el profeta Isaías había dicho algo hermoso: cuando Dios está en medio de su pueblo, “los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos saltan, los mudos hablan”. San Marcos reconoce que lo que había dicho Isaías era verdad. El evangelista ha visto cómo Jesús trae luz a los ciegos, hace escuchar a los sordos. ¿No es esto lo que hace la fe en nosotros? La fe nace de la escucha. La semilla de la fe cala en nuestro corazón y va dando su fruto. Jesús va trabajando nuestros sentidos, como dice hoy el texto que fue trabajando los sentidos de aquel hombre sordo. Jesús transforma nuestros sentidos. Nos en seña a escuchar y a ver; nos da vigor y fortaleza; nos ayuda a caminar con alegría. Quizás, nosotros podamos decir que el profeta Isaías y el evangelista San Marcos tenían razón.
Todo lo ha hecho bien
La conclusión que pone San Marcos, en la boca de los testigos que había presenciado la curación de aquel hombre que sufría porque estaba sordo, es sencilla y profunda: “todo lo ha hecho bien”. Ojalá que nosotros podamos decir también con asombro que el Señor es bueno y que nos hace bien. Todo lo ha hecho bien. El mundo tiene esperanza porque el Señor no se olvida de nosotros sino que sale en nuestra ayuda, y todo lo hace bien. Vivamos con alegría.
Koldo Gutiérrez, sdb
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