Vuestra sabiduría y vuestra inteligencia
La sabiduría es el arte de vivir bien. Esto requiere un aprendizaje al que la mayoría llegamos tarde, después de muchos errores y de forma muy imperfecta. Sin embargo, Dios no cesa de indicarnos el camino y de facilitarnos las cosas, sin rendirse nunca. Dios es el que menos desespera de nosotros y de nuestras posibilidades.
En el Antiguo Testamento reveló a Moisés, a los profetas y a otros muchos personajes el secreto de este arte. El pasaje del libro del Deuteronomio que leemos hoy nos presenta con toda sencillez el camino de la sabiduría y de la inteligencia. Se trata de vivir obedeciendo a la Palabra de Dios. El sabio es el que vive escuchando siempre a Dios, con la convicción de que Él no cesa de hablarnos comunitaria y personalmente, y de que lo que nos dice siempre es constructivo, aunque a veces nos duela tanto y se parezca a una medicina amarga.
Ante esta Palabra es frecuente la tentación de acomodarla a nuestros gustos y deseos o a nuestro modo de pensar y de entender la realidad; o la tentación de añadirle algo, pues tenemos la osadía de considerarla incompleta. Pero ese modo de acercarse a la Palabra de Dios es justamente lo contrario de lo que nos hace verdaderamente sabios. Es verdad que la Palabra de Dios ha de ser interpretada para que pueda iluminar el momento presente, sin ahorrar ninguna de las herramientas que tenemos a nuestra disposición; hay que practicar un serio discernimiento; hay que llevarla a la oración; hay que contrastarla con los otros; hay que dejarse interpelar por ella; hay que permitirle que nos cambie. Entonces la escucha será verdadera y salvadora; entonces la Palabra de Dios nos dará la vida verdadera; responderá a nuestros anhelos más profundos; entonces experimentaremos la dulzura de vivir en comunión con Dios; entonces seremos sabios y tendremos inteligencia.
Cristo, regalo perfecto que nos viene de arriba
Después de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios, que nos ha acompañado durante varios domingos, hoy comenzamos la lectura de la carta de Santiago, que parece un comentario al Salmo 14 que le precede. Estaba dirigida inicialmente a los neófitos (la palabra neófito significa literalmente «nueva planta»), es decir, a quienes habían recibido recientemente el sacramento del bautismo. Santiago les invita a explorar con él la nueva vida que han recibido; una vida vivida en el don de Dios, en su Palabra y en su luz. Los primeros cristianos entendían el bautismo como una verdadera iluminación.
El pasaje de hoy comienza invitándolos a contemplar el don del Padre de las luces. Para un cristiano, el don por excelencia, el mejor don, el regalo más maravilloso es Jesucristo. Santiago recuerda también que en el Padre no hay alteración ni sombra de mutación. Esto es una forma de hablarnos de la fidelidad de Dios. Sus dones son sin arrepentimiento. No se echa atrás por nuestras infidelidades, sino que persiste en su generosidad.
Santiago nos dice también que la verdadera escucha de la Palabra de Dios consiste en obedecerla, es decir, en ponerla en práctica. Esa Palabra nos proporciona una ley perfecta, una ley de libertad que nos hace dichosos si la ponemos en práctica en nuestra vida.
A continuación, Santiago nos recuerda en qué consiste la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios: en «atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo». Jesús, en el pasaje evangélico de este día nos enseña en qué consiste esa pureza o incontaminación del mundo.
Pegar el corazón a Dios
Los evangelistas no tienen un interés puramente histórico, no se interesan por la arqueología, sino que quieren despertar la fe de sus oyentes o lectores, en este caso, la nuestra. Por tanto, de nada nos serviría ensañarnos con los escribas y fariseos contemporáneos de Jesús si al leer y meditar este pasaje no aumenta nuestra fe en el Señor. Si los evangelistas insisten tanto en la confrontación entre Jesús y, especialmente, los fariseos no es solo porque estos tramaron su muerte, sino también porque sus comportamientos son una tentación constante para los cristianos de todos los tiempos, y son susceptibles de reeditarse constantemente, aunque con nuevas formas, a veces sutiles. Releer y meditar estos pasajes puede ser un antídoto para evitar caer en los mismos defectos. Ciertamente, los fariseos eran como nosotros, de la misma pasta. La palabra «fariseo» significa «separado». El movimiento fariseo, nacido hacia el año 135 a. C., deseaba la conversión; quería apartarse de todo compromiso político; buscaba la pureza de la fe. Pero, si no estamos vigilantes, aun los mejores ideales y propósitos se corrompen.
Los evangelistas recogen varias confrontaciones entre Jesús, por una parte, y los escribas y fariseos, por otra. Escribas y fariseos trataban de demostrar que Jesús no era un buen maestro porque no enseñaba bien a sus discípulos; se pasaba por alto las tradiciones de los mayores. Hay que reconocer que las tradiciones son muy importantes en la vida de un pueblo; son una riqueza legada por los antepasados, que expresa la sabiduría adquirida; en torno a ellas se forma la identidad de las nuevas generaciones. Por tanto, atacar las tradiciones de un pueblo es atacar su identidad. Jesús no pretende anular las tradiciones, sino purificarlas de los elementos excluyentes y nocivos.
En el pasaje de hoy, Jesús califica a los fariseos y escribas de «hipócritas», y les aplica la acusación que en otro tiempo el profeta Isaías dirigía contra todo el pueblo elegido: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».
El culto verdadero es el que establece una concordancia entre los labios y el corazón; el que brota de un corazón apegado a Dios.
Jesús les critica también porque dejan de lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres. Esta forma de banalizar la palabra de Dios es grave, y destruye la verdadera religión, en la que Dios debe tener el primer puesto, y todo lo demás debe pasar a un segundo plano. Este comportamiento es una constante en la historia de las religiones.
Jesús aprovecha la ocasión para instruir a la gente sobre algo muy importarte y liberador al mismo tiempo, y que no ha sido aprendido ni aceptado por algunas religiones: Solo lo que sale del corazón contamina el hombre, no lo que entra por la boca.
Pero nuestro corazón será verdaderamente puro si está apegado a la fuente de la santidad y de la pureza.
¿Busco la sabiduría que viene de Dios?
¿Escucho con respeto la Palabra de Dios y tengo la esperanza de que me transforme?
¿Mi corazón está apegado a Dios, o está más atento a otras realidades o personas?
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