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03 agosto 2024

Homilía para el Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

 

Homilía para el Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

1

La relación entre las tres lecturas dominicales

Las tres lecturas de los domingos no tienen una unidad temática. La primera (con su salmo) sí que se ha elegido de acuerdo con el mensaje central del evangelio del día. Hoy es el tema del pan, el que Dios concedió a Israel en el desierto y el que Cristo multiplicó también en el desierto para la multitud, intentando luego conducirles del pan material al espiritual.

La segunda va por su cuenta, en una lectura semicontinua de una carta de Pablo: en esta temporada, la que escribió a los Efesios, que nos aporta un contenido ciertamente denso y siempre actual.

Para la meditación personal es conveniente abarcar las tres. Para la homilía, a veces es mejor elegir, sobre todo, el evangelio, leído también con su perspectiva del AT.

 

Éxodo, 16, 2-4.12-15. Yo haré llover pan del cielo

Qué pronto han olvidado los israelitas la poderosa intervención de Dios que les liberó de la esclavitud de Egipto. Ahora experimentan la dureza del desierto y la incertidumbre del destino, y se desaniman. Se rebelan contra Moisés y añoran «la olla de carne» de Egipto. El peor obstáculo que tuvo la liberación del pueblo elegido no fue el Faraón o los enemigos que encontraban en el camino: era el mismo pueblo.

pesar de todo, Dios sale en su ayuda. Dos fenómenos naturales, no extraños en aquel desierto, pero ciertamente providenciales y oportunos, le sirven para proveer a Israel de comida. Ante todo, el «maná» (del original «man-hu», ¿qué es esto?), que es una especie de rocío o de resina comestible de algún árbol como el tamarisco. Y la bandada de codornices, atraída en la justa dirección por el viento favorable, que les provee de carne abundante, al caer exhaustas y dejarse coger fácilmente.

El salmo interpreta estos episodios claramente como signos de la cercanía de Dios: «hizo llover sobre ellos maná, les dio trigo celeste». E invita a transmitirlos de generación en generación: «lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación». En el discurso sobre el Pan de la vida, Jesús tomará pie precisamente de un versículo de este salmo: «les dio un pan del cielo».

 

Efesios 4,17.20-24. Vestios de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios

Para Pablo, el Bautismo nos hace tener un estilo de vida diferente del de los paganos.

Los cristianos «abandonan el anterior modo de vivir», renovados como están en su mentalidad. Según la comparación que se repite varias veces en sus cartas, el cristiano ya no vive conforme al «hombre viejo», sino que se «viste de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas».

 

Juan 6, 24-35. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará sed

Entre la multiplicación de los panes, que leíamos el domingo pasado, y el «discurso del Pan de Vida», que empieza hoy, cuenta Juan un episodio un tanto misterioso: ¿cómo ha pasado Jesús a la otra orilla?

Jesús no contesta a la pregunta de la gente. Le interesa sacar pronto las consecuencias de la multiplicación de los panes, conduciéndoles a la comprensión del «pan verdadero». Distingue el «alimento que perece», que es el que va buscando la gente, y «el alimento que perdura para la vida eterna», que es el que quiere darles Jesús. El verdadero pan no fue el maná que les dio Moisés, sino el que les está dando ahora mismo Dios enviando a su Hijo: «yo soy el pan de vida: el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed».

 

2

Les dio a comer pan del cielo

El domingo pasado era el profeta Elíseo quien anticipaba de alguna manera la multiplicación de los panes por Jesús. Esta vez es Moisés quien consigue de Dios el alimento para los suyos en el desierto.

En el momento del cansancio, el desánimo y la rebelión de los israelitas en el desierto, Dios sigue siendo el Dios cercano, el «yo soy», o sea, el «yo estoy», que escucha las voces de su pueblo y acude una vez más en su ayuda.

También el hombre de hoy camina por el desierto, a veces cargado de preocupaciones, con crisis más o menos profundas. Hay muchas clases de hambre, además de la material: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de dar su «pan» a los cansados. Ese pan es su Hijo, Cristo Jesús: «yo soy el pan de vida: el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed». Los verbos «venir» y «creer» son típicos del evangelio de Juan.

Aunque se emplee la metáfora del «pan», se puede decir que el discurso de Jesús, en esta parte, todavía no habla de la Eucaristía, sino de la fe. Creer en Jesús es comer el pan que Dios nos envía para sacar nuestra hambre: «el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida del mundo… Yo soy el pan de vida». Más tarde escucharemos cómo dice Jesús que «el que come de este pan tendrá vida eterna». Pero de momento dice que esa vida eterna la tiene «el que cree en él».

Si el salmista afirmaba, agradecido, que «Dios les dio un trigo del cielo» («panem de coelo praestitisti eis», cantábamos antes en la bendición con el Santísimo), nosotros con mucha más razón podemos estar agradecidos a Dios porque nos ha dado el auténtico «pan del cielo» para nuestra hambre: Cristo Jesús.

 

Algunos se contentan con la «olla de carne» de Egipto

Lo que sucedía a aquel pueblo pasa también a muchos otros: añoran la esclavitud de Egipto. Se conforman con cosas materiales que son en verdad «alimento que perece».

Lo malo no es tener hambre, sino no tener hambre de las cosas que valen la pena, no saber que nos falta el auténtico pan. Lo malo es quedarse satisfecho de la «olla de carne» que ofrece el mundo, con valores que no son los últimos.

Para salvarse, primero hay que tener conciencia de que necesitamos ser salvados. Pero salvarse a veces obliga a romper esquemas y tener que aceptar novedades incómodas en nuestra vida. Muchos prefieren no ser salvados.

Jesús hace claramente la distinción entre el pan material y el espiritual, que él quiere ofrecerles. La gente no pasa fácilmente del uno al otro: se quedan admirados y agradecidos porque han podido comer pan, pero no llegan a la conclusión a la que Jesús les quiere conducir. Como pasa el ciego de la luz de los ojos que recibió a la luz de la fe que le interesaba a Jesús. O la mujer samaritana del agua del pozo al agua de vida eterna que Jesús le ofrecía. Por eso el evangelio de Juan no habla tanto de «milagros», sino de «signos», y por eso también Jesús insiste en lo que llamamos el «secreto mesiánico», porque a él le interesa que la gente no se quede en el milagro, sino que lo sepa interpretar en su significado de fe. El auténtico pan no era el maná, sino lo que el maná prefiguraba: Cristo mismo.

¿Tenemos hambre de Cristo? ¿deseamos ese pan que es Cristo, o nos conformamos con otros panes que no sacian el hambre de nadie?

En la Eucaristía se nos da Cristo Jesús, ante todo, como la Palabra en la que «creemos»: una Palabra que es también el Pan que Dios concede a la humanidad hambrienta. Luego se nos dará como Cuerpo y Sangre, el Pan eucarístico. Ambos «Panes», el de la Palabra y el de la Eucaristía, nos dan «vida eterna».

 

No andéis ya como los paganos

Para Pablo, los que creemos en Cristo Jesús, los que «hemos aprendido» de él y estamos «en su verdad», debemos sacar una consecuencia fundamental: tenemos que cambiar de estilo de vida.

Tenemos que abandonar «el anterior modo de vivir», lo que él llama «el hombre viejo corrompido por deseos seductores» o engañosos, «renovarnos» en nuestra mentalidad y «vestirnos de la nueva condición humana». Esta nueva condición de vida en Cristo es «creada a imagen de Dios» y consiste en la «justicia y la santidad verdaderas».

También ahora estamos nosotros sumergidos en un mundo neo-pagano, que tal vez no nos persigue físicamente, pero que impregna sutilmente todo el ambiente y es una continua tentación para que sigamos sus deseos engañosos o sus ídolos.

El cristiano debe saber remar contra corriente, no vivir según el «hombre viejo» que hay en nosotros, y que crece más que el nuevo, sino según el estilo y la novedad radical de Cristo.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

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