Domingo XVIII de Tiempo Ordinario del Ciclo B
El tiempo pasa, pero la figura de Jesús sigue siendo tan atrayente como el primer día. Es una figura actual y su mensaje con tanta fuerza como en sus días.
La gente tiene hambre y le busca. Le sigue para que les dé de comer gratis, como acababa de hacer. Pero ese pan sacia momentáneamente. Hoy nos ocurre igual. Cuando tenemos hambre, nos saciamos con el alimento diario. En los tiempos que corren, el pan diario es fundamental y mucha gente carece de él.
Seguimos como sus contemporáneos, buscando sus signos. Cuando necesitamos algo o precisamos de algo, a él recurrimos con nuestras oraciones y plegarias. Mientras tanto, nos olvidamos de Jesús y de Dios y los dejamos en segundo término en nuestras vidas.
Pero Jesús no da más signos. Muchos han sido desde los tiempos de Moisés con el maná e incluso antes. Jesús ofrece un pan diferente. Un pan que sacia el alma y no el cuerpo. Un pan que no es alimento físico. Un pan que se convierte en Palabra.
Lo que Jesús me ofrece es un Pan para mi vida. ¿Qué valores mueven mi vida? Como cristiano, debe moverme mi fe en él. Y mis valores deberían de ser los que él siguió y me ofrece. No debe primar el tener mucho dinero, el ganar más, la sana economía…, sino la bondad, la confianza, el respeto, la solidaridad.
En estos tiempos de crisis, en los que los que unos pocos se han enriquecido y siguen haciéndolo a costa del resto, debemos luchar más que nunca por estos valores. Es la única forma de saciar nuestra hambre humana y la de muchos de los que nos rodean.
Sólo en el amor del Padre se sabe ver el dolor del que sufre y escuchar el grito del que es maltratado.
Como Jesús en su tiempo, sigamos nosotros haciendo signos del Padre en estos tiempos tan difíciles. Signos sencillos que sacian nuestra hambre y sed de Dios.
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