Se fue, pero no nos dejó solos
1.- A poco más de media hora de las murallas de Jerusalén, al final de una empinada cuesta, se encuentra un recinto, limitado por una muralla octogonal, sin techo alguno. En el centro del área hay una especie de templete, que quiere ser el último espacio pisado por el Señor, antes de ascender a los cielos. El lugar no está decentemente arreglado y, para colmo, quieren hacernos ver los guardianes del recinto, que allí se ve la postrera huella de Jesús. Siendo propiedad musulmana, falto de limpieza y elegancia, debe uno pagar para poder entrar. No obstante lo desapacible que resulta, el hecho de estar viendo el firmamento, ayuda a meditar en el misterio que allí se conmemora desde antiguo.
2.- Subir al Cielo Jesús no fue huir de la Tierra, escaparse de la comunidad, desentenderse de los hombres. Aquella última aparición tendría dos consecuencias. En primer lugar la que proclama el mismo recinto. El cristiano debe vivir, firmes los pies en el suelo, sus manos a punto de saludar, ayudar o abrazar, su mirada puesta en el Cielo. No debe olvidar ni lo uno, ni lo otro. No somos ángeles. Desde el nacer nos anclamos en un espacio y en un tiempo determinado, del que no podemos prescindir. Tampoco podemos perder de vista nuestro destino eterno. Algo de esto nos dice el texto de la primera lectura.
La segunda consecuencia es que Jesús en el Cielo es asequible a todos. Hace años, unos señores desearon conocer a la Madre Teresa de Calcuta. Solicitaron la ayuda de una buena misionera que les facilitara la entrevista. Hubieron de pagar el desplazamiento de las tres personas y la permanencia en India. Afortunadamente lo consiguieron, pero una tal gesta no está al alcance del bolsillo de cualquier hijo de vecino. Encontrarse con Cristo sí y es mucho más barato y sencillo. Entrar en contacto íntimo con Él es cosa fácil, basta comulgar con debida y adecuada disposición. Pero es que además, si los encuentros con el Señor fueran sensoriales podrían quedarse en lo anecdótico, en lo visible. Y es que Jesús es mucho más que un hombre famoso al que se le puede solicitar un autógrafo o que se deje fotografiar a nuestro lado. Se trata de que el encuentro íntimo transforme nuestro interior y así, a partir de entonces, se iluminen los ojos de nuestro corazón para que aprendamos “cual es la esperanza a la que nos llama, la riqueza de la herencia que nos da y la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros” (2ª lectura)
3.- En una de las apariciones, la que nos recuerda el evangelio de la misa de hoy, el Maestro invitó a los suyos a que se olvidaran de las fronteras geográficas, que su mensaje debía llegar hasta los confines del mundo. Si este deseo supuso viajes, traslados y peligros, que ellos los Apóstoles, aceptaron, pero que tal vez nosotros no nos atreveríamos arrostrar, este encargo ahora, la última voluntad expresada por Cristo, nos resulta más fácil de cumplir. La correspondencia, las publicaciones, la misma red de Internet, nos permiten, tal vez nos exigen, que cumplamos su ilusión.
Pero para que tengamos la osadía, el coraje y la fuerza de voluntad para cumplirlo, necesitamos la infusión de la fuerza de Pentecostés. La fiesta de hoy nos debe dejar con hambre del Espíritu Santo, para en acabar la misa marchar ansiosos esperando ilusionados que llegue el domingo y volvernos a encontrar para vivir íntimamente unidos enriqueciéndonos con sus dones.
Pedrojosé Ynaraja
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