1.- El adviento es el anuncio, es el grito en el desierto de la llegada de algo, o, mejor dicho de alguien que ya está en la puerta y llama, de alguien que está larga y dolorosamente esperando. Adviento es esperar con el corazón latiendo alegre, porque el Señor está cerca; digo, se acerca a nosotros sin ruido, como quien llega de puntillas para sorprendernos y ver en nuestras pupilas el destello de alegría por el reencuentro y las lágrimas de emoción. Y con todo ello sentirnos queridos.
2.- Adviento no es conmemoración de algo pasado, de que Jesús vino al mundo. Ni es la espera bullanguera de una Navidad llena de luces, regalos, turrones y bebidas. Es la espera callada del Señor que está en la puerta y llama. “Y si alguien me abre entraré y cenaré con él…” ¿No le abriremos tampoco este año?
Lope de Vega puso así sus llamadas y nuestras demoras
Alma asómate agora a la ventana
verás con cuanto amor llamar porfía
y cuantas, hermosura soberana,
mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana.
3.- Juan, el Bautista, parecía conocer esos versos, que son la eterna entre el hombre y Dios. Y Juan nos pide “metanoia”, que es cambio de manera de pensar. Cambio de actitud con el Señor, cambio de dirección.
Invertir la escala de valores: que es pasarlo bien, o tener cuanto más mejor, que tenemos en lo alto de la escala. Y que eso baje a los más bajos escalones y que en lo alto aparezca Dios, nuestro fin, y el hombre, nuestro hermano.
4.- Y como la Virgen María fue llamada a ser santa e inmaculada, nos dice hoy San Pedro que nosotros hemos sido llamados a ser santos e irreprochables. Y para que esto fuera posible, a pesar de la viborilla que llevamos dentro y que nos hace hacer lo que no queremos, como dice San Pedro, el Señor en el bautismo nos dio un germen de Dios, un transplante de corazón para que se desarrolle nuestra vida nueva.
Pero para que ese germen se desarrolle hay que decir un SÍ a la vida nueva, un SÍ a eso de querer vivir como irreprochables. ¿Somos irreprochables en alma y cuerpo? ¿Irreprochables en la honradez de nuestras vidas? ¿En la bondad de corazón con los demás? ¿Irreprochables en nuestros amores? ¿Amamos sin esperar nada a cambio o nos amamos a nosotros y nuestro amor es puro egoísmo?
Si vamos siendo irreprochables, si nuestro, si nuestro pequeñito Sí a Dios va haciéndose más sonoro, entonces el transplante del corazón de Dios al nuestro se ve realizado sin rechazo y hay esperanzas de que lleguemos a ser como María, santa, inmaculada, irreprochable.
José Maria Maruri, SJ
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