Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo A) (9 de julio de 2023)

 Zac 9, 9-10; Rom 8, 9. 11-13; Mt 11. 25-30. Tu rey… proclamará la paz a los pueblos (Zac 9,10). Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).

Mira que viene tu rey, justo y triunfador son palabras que hemos escuchado en la primera lectura de este domingo, como si estuviésemos recordando la entrada de Jesús en Jerusalén. Así lo había visto el profeta Zacarías. Se trata de un triunfo, un triunfo modesto de un rey, sin pretensiones. Sus seguidores le aclaman con entusiasmo, sólo que él y ellos, en vez de armas, portan ramos de olivo. Así los describirá también el evangelista, cuando nos hable de su entrada en Jerusalén. Jesús no es violento sino “sencillo y humilde de corazón”.

Efectivamente, hoy las lecturas nos invitan a alegrarnos en Dios, con sencillez de corazón y a confiar en Él, porque es “clemente y misericordioso” y “cariñoso con todas sus creaturas”; pero de modo especial con el hombre.  Jesús ha venido para todos; a todos los quiere cerca de sí. Y es que la llamada particular tiene un objetivo bien definido: en él hace alusión a “la carga y el yugo”, expresión metafórica tomada de los animales que están al servicio del hombre. Jesús, efectivamente, viene a facilitar la observancia de todas las prescripciones en cálidas y suaves leyes de amor.

Por otra parte, llama a intimar con Él a todos los que gimen bajo el peso del dolor, del trabajo o de la opresión: Venid a mí -dice- todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí… y encontraréis descanso (Mt 11, 28-29). Jesús no promete quitar lo que es inherente a la condición humana; lo que promete es aligerarla, infundir ánimo, dar sentido a la vida y al sufrimiento, que constituyen la cruz que amorosamente nos regala cada día el Señor. Ya lo decía san Agustín: “Los caminos son difíciles para el temor, fáciles para el amor” (De nat.  et gr. 69. 83).

Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). ¡Qué bueno es aceptar esta invitación que encontramos en el pasaje evangélico que hemos leído hoy! Solamente con ella podremos captar la presencia de Dios en nuestra vida y ser felices. Si fuéramos sencillos y no amantes de grandezas, si tuviéramos “ojos de niño” y “un corazón más humilde”, tendríamos mayor armonía interior, una paz más serena en nuestras relaciones con los demás, una sabiduría más profunda y una fe más estimulante y activa.

Esta es la razón de que, no pocas veces, encontremos gente sencilla, con pocos estudios o de muy cortos alcances intelectuales, pero con una gran fe, que comprende vivencialmente las cosas de Dios e intuye la voluntad del Señor más certeramente que algunos investigadores, sistemáticos y profundos, de la Biblia y de la Teología. Santa Teresa de Ávila reconocía no tener estudios de Teología y, sin embargo, alcanzó de Dios tal sabiduría espiritual que ha sido proclamada Doctora de las Iglesia. Por supuesto, que, si se unen ambas cosas -fe y ciencia, sabiduría y humildad de espíritu-, podremos tener la respuesta cabal a nuestras preguntas.

Pues bien, para captar estos secretos de Dios que Él revela a los sencillos, necesitamos vivir según el Espíritu en tensión vigilante, pues carne y espíritu son antagónicos y, por tanto, excluyentes uno del otro, como nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy. Necesitamos también una mirada limpia; la de la Bienaventuranza que lleva este enunciado: Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.  

Preguntémonos, pues: ¿Somos sencillos de corazón? ¿Sabemos admirar y agradecer las obras de Dios? o ¿Somos tan retorcidos y llenos de nosotros mismos que no sabemos escuchar a Dios, ni creemos necesitar su salvación? Si fuéramos un poco más sencillos, no amantes de grandezas, si tuviéramos “ojos de niño” y un “corazón más humilde”, tendríamos mayor armonía interior, una paz más serena y una fe más estimulante y activa. Seríamos, también, mucho más felices y encontraríamos paz y descanso en Cristo Jesús.

Teófilo Viñas, O.S.A