LA GENTE SENCILLA
Por Gabriel González del Estal
1- El evangelio de este domingo comienza con una bella oración de Jesús, en la que da gracias a Dios por la gran sabiduría y entendimiento de la gente sencilla. ¿A qué gente sencilla se refería? A los que tenía delante, a los que le seguían habitualmente, a gente materialmente pobre y humilde, pero que tenían el corazón y los ojos limpios, gente que era capaz de ver la bondad y la santidad de una persona buena y santa. En contraposición a la gente muy segura de sí mismos, de su sabiduría, de su dinero, de su poder, a los fariseos, a los letrados, a las ciudades de Coraceín, de Betsaida, de Cafarnaúm, porque ni habían querido creer a Juan el Bautista, ni le creían ahora a él. La gente sencilla no se podía fiar de su dinero, ni de su poder, porque no lo tenían, ni de su ciencia humana, porque no habían tenido tiempo, ni posibilidades de estudiar. Se fiaron antes del Bautista y se fiaban ahora de Jesús, porque veían en él la gracia de Dios, el dedo y el poder de Dios, porque le veían manso y humilde, misericordioso y compasivo, lento a la ira y siempre dispuesto al perdón. En este Maestro, Hijo de Dios, podían ellos descargar sus penas, depositar las tristezas de su corazón, con la certeza de que quedarían aliviados y con el alma en paz. Sí, ahora Jesús le daba gracias a su Padre por esta gente sencilla, gente de corazón puro y de ojos limpios.
2.- En la primera lectura, la del profeta Zacarías, es el Señor mismo el que le dice a su pueblo que se alegre, que cante, porque Él viene hasta ellos, justo y victorioso. No viene hasta ellos montado en caballos de guerra, ni en un carro armado, sino que viene modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Este rey manso y humilde romperá sin violencia los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, los arcos guerreros. Vendrá, en definitiva, como una persona sencilla, humilde, mansa, pero que, con la fuerza de Dios, dictará la paz a las naciones, dominará de mar a mar, del Gran Río hasta el confín de la tierra.
3.- San Pablo, en la segunda lectura, nos da la clave para entender el poder de la gente débil, de la gente sencilla, de la gente mansa y humilde. No es la fuerza del cuerpo, de la carne, sino la fuerza del Espíritu de Dios la que puede hacer fuertes a los débiles y vencedores a los vencidos. Basta con que el Espíritu de Dios habite en nosotros, el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos, porque este Espíritu vivificará nuestros cuerpos mortales, por el mismo espíritu que habita en nosotros. Sí, si vivimos en la carne vamos a la muerte; pero si vivimos con el Espíritu y damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos.
4.- Hoy nos toca pedir a Dios que nos haga gente sencilla, de corazón puro y de ojos limpios. La soberbia, la prepotencia, la arrogancia, la confianza en nuestras propias fuerzas, no nos van a llevar ni hasta Dios, ni a los hermanos. Si, por el contrario, somos gente sencilla, de corazón puro, de intención recta y de manos generosas, seguro que nuestro Maestro podrá dar gracias a Dios, su Padre, porque nuestro corazón sencillo está lleno de Dios y él nos ha revelado la verdad de su evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario