08 junio 2023

Para fijarnos en el Evangelio del 11 de junio-Corpus Christi

 • Este texto juega con el simbolismo del alimento -«comer», «beber»- (51). Se habla de un alimento que fue ineficaz para dar vida: la Ley (Jn 6,49.58). Y se habla de otro alimento que sí que da vida, el pan del cielo (Jn 6,31 -33), «el pan vivo que ha bajado del cielo» (51) que es el mismo Jesús. Este alimento suprime la muerte que quien lo come. Es decir, quien acoge a Jesús tiene vida: «…quien escucha mi palabra y cree… posee la vida eterna» (Jn 5,24).

• Por tanto, la acción de comer-beber hace referencia al don de la vida, y tiene sentido metafórico: creer en quien da la vida, adhesión de fe a Jesús.

• Con la palabra «carne» (51 ss) Jesús habla de sí mismo en tanto partícipe de la condición humana, débil, limitada y mortal. Es la Palabra de Dios entre nosotros (Jn 1,14). Por otro lado, el binomio «carne» y «sangre» en la Biblia indica la persona entera con sus limitaciones (Mt 16,17; Ga 1,16).

• Los judíos no aceptan lo que dice Jesús (52). Entienden muy bien que su entrega (su muerte) dará «la vida al mundo» (51), pero no aceptan depender, para la vida eterna, de un hombre, Jesús. No aceptan que Dios, el único salvador, se pueda hacer hombre. No aceptan la cruz, que para ellos será un escándalo (1 Co 1,23).

• El texto, sin embargo, no habla sólo de Jesús, de quién es, de qué nos da. Habla especialmente del discípulo, de la persona que sigue a Jesús, que cree en Él, la persona de existencia transformada radicalmente por la acogida a este Jesús que se da totalmente. Discípulo es aquel «que come de este pan» (51), es decir, aquel que vive por la fe.

• Por la fe -es decir, acogiendo a Jesús- el discípulo vivirá de la misma vida del Hijo de Dios (53-56).

• Entre Jesús y el discípulo se establece una relación como la existente entre el Padre y el Hijo (57), «habita en mí y yo en él»: se han anulado las distancias que condicionan cualquier relación humana.

• Tanto cuando Jesús habla de su relación con el Padre: «Yo vivo por el Padre» (57), como de su relación con el discípulo: «el que me come vivirá por mí» (57); «habita en mí y yo en él» (56), expresa una comunión perfecta. La comunión del discípulo con el Hijo está basada en la comunión del Hijo con el Padre.

• El gesto humano de dar a otro lo que necesita implica, por más generosidad y gratuidad que haya, una superioridad de quien da sobre quien recibe. Es decir, implica una distancia entre las dos personas. Jesús no da: se da. Así la distancia desaparece: «el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Es la comunión.

• El discípulo, unido a Jesús, no da nada: se da. O, dicho de otro modo, no da sin implicarse, no da sin comprometerse. Así elimina las distancias con cualquiera de las personas que lo rodean. Sobre todo con las personas pobres.

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