Iª Lectura: Isaías (58,7-10): Solidaridad y compromiso
I.1. La primera lectura de la liturgia de hoy la encontramos en el libro de Isaías (TritoIs) que es como el texto de Is 1,10-20, acomodado a una nuevas circunstancias por las que pasa el pueblo de Judá, precisamente en el período postexílico. Todo está casi destruido, y como siempre, los pobres son los que soportan lo peor. Sabemos que es un texto de la escuela de Isaías. Se plantea en la comunidad la necesidad de un día de ayuno, mortificación y humillación para conseguir el favor divino. Entonces el profeta habla, dice, interpreta e interpela. Lo que Dios quiere, como ayuno, como mortificación, es no cerrarse al prójimo, a “tu propia carne”, en el lenguaje antropológico-semítico del AT. Con ello se revelan las causas de la situación: la falta de identificación con el que sufre, el no sentirnos afectados personalmente por el hambre, la desnudez o la pobreza de los otros, considerando esos hechos como datos fríos de noticias o de encuestas sociológicas.
I.2. Pero el profeta dice que cuando alguien pasa hambre eres tú quien la pasas; cuando te desentiendes de tu prójimo, te desentiendes de ti mismo. Si se hace todo eso: partir el pan con el hambriento, hospedar al pobre, vestir al desnudo, habrá justicia; y si hay justicia allí está la gloria de Dios. No hay ayuno mejor que este para ganarse el favor de Dios. Es un texto que Lucas tomó como programa para la lectura de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14ss). Las promesas de luz, son exigencias de justicia; esto la sabe el mundo entero.
IIª Lectura: Iª Corintios (2,1-5): La experiencia de Cristo crucificado en Pablo
II.1.La segunda lectura, continuando con 1 Corintios, es de una fuerza inexorable: la fuerza del poder más pobre del mundo: la cruz, la sabiduría de la cruz, del fracaso. Pablo, predicador, apóstol, se presentó en Corinto consciente de lo poco que podía presumir ante los ojos del mundo, ante la sabiduría de los filósofos griegos, del mensaje que predicaba. Incluso había tenido un fracaso grande en Atenas, la ciudad más sabia del mundo (Hch 17), porque les había anunciado la resurrección del un crucificado. Pero la sabiduría de Dios, está claro, no encaja con la de este mundo. Corinto era una ciudad distinta, donde frente a los potentados económicamente por ser una ciudad comercial, había muchos marginados, pobres, trabajadores de sol a sol. ¿Aceptarán este mensaje del cristianismo? Corinto fue distinta; difícil ciudad y difícil comunidad, heterogénea, pero allí encontró Pablo a los que aceptaron el mensaje de Cristo, y éste, crucificado. Maravilloso pasaje donde Pablo expresa la convicción de que Jesucristo, el crucificado, es el liberador de los oprimidos.
II.2. Se trata, pues, de ponerse como modelo para la comunidad en el mejor sentido de la palabra. En realidad Pablo, el judío, podía haberse presentado como un buen rabino cristiano y un buen retórico, sabio y de cultura helenista, pues lo era según los mejores datos que tenemos. Pero como apóstol de Jesucristo, no entiende que los altos discursos de sabiduría pudiera trasladar el mensaje de “Cristo crucificado”. Eso hubiera sido un infidelidad a quien lo llamó y por ello la comunidad que había sido llamada desde su experiencia de pequeñez no puede renunciar a sus orígenes “crucificados”. Cuando la comunidad, la Iglesia, quiere vivir la “grandeza y la gloria, el poder y la influencia incluso de su teología y de su ética no vive en plenitud el mensaje del Crucificado. Si la Iglesia no entiende que pueda ser perseguida e incluso rechazada… entonces no hay “theologia crucis” en su seno. La Iglesia debe ser discutida… y sentirse por ello muy cerca de su Señor.
Evangelio: Mateo (5,13-16): Sal de la tierra y luz del mundo
III.1. El evangelio de Mateo, hoy, prosigue el sermón de la montaña con dos comparaciones -no llegan a parábolas-, sobre el papel del cristiano en la historia: la sal de la tierra y la luz del mundo. Todos sabemos muy bien para qué es la sal y cómo se degrada si no se usa. De la misma manera, desde las tinieblas, todos conocemos la grandeza de la luz, del día, del sol. Probablemente son de esas expresiones más conocidas del cristianismo y de las más logradas. En los contratos antiguos se usaba la sal como un símbolo de “permanencia”. Ya sabemos que la sal conserva las cosas, los alimentos… y era un signo de la Alianza en el ámbito del judaísmo por ese sentido de la fidelidad de Dios a su pueblo y de lo que Dios pedía al pueblo. Entonces entenderemos muy bien el final de la comparación: “si la sal se vuelve sosa”… hay que tirarla. Pierde su esencia. No olvidemos que esta comparación viene a continuación de las bienaventuranzas y por lo mismo debemos interpretarla a la luz de la fuerza de las mismas. El cristiano que pierde la sal es el que no puede resistir viviendo en la opción de las bienaventuranzas.
III.2. La luz del mundo, y la ciudad en lo alto del monte… tienen también todo su sabor bíblico. Sobre la luz sabemos que hay toda una teología desde la creación… Pero también se usa en sentido religioso y se aplicaba a Jerusalén, la ciudad de la luz, porque era la ciudad del templo, de la presencia de Dios. Por eso “no se puede ocultar una ciudad”… hace referencia, sin duda a estos simbolismos de Jerusalén, de Sión, de la comunidad de la Alianza. El cristiano, pues, que vive de las opciones de las bienaventuranzas no puede vivir esto en una experiencia exclusivamente personal.. Es una interpelación a dar testimonio de esas opciones tan radicales del seguimiento de Jesús, de la fuerza del evangelio.
III.3. Con estos dichos del Señor se quiere rematar adecuadamente el tema de las bienaventuranzas, que fue el evangelio del domingo anterior. Efectivamente, esto que leemos hoy debemos ponerlo en relación directa, no solamente con el estilo literario de las bienaventuranzas, sino más profundamente aún con su teología. El Reino de Dios tiene que ser proclamado y vivido y el Sermón de la Montaña es una llamada global a llevarlo a la práctica. De la misma manera que la Alianza fue sellada en el Sinaí, después el pueblo está llamado a vivirla en fidelidad. La nueva comunidad que tiene su identidad de estas palabras del Sermón tiene que iluminar como una nueva Jerusalén, como una espléndida Sión. Ella misma es el templo vivo de la presencia de Dios, luz de luz. Y la comunidad, y el cristiano personalmente, deben estar en lo alto del monte, de la vida, de la historia, de los conflictos, de las catástrofes, no solamente para mostrar su fidelidad, sino para iluminar a toda la humanidad. Como los profetas soñaban de Sión.
III.4. Los que han hecho las opciones por el mundo de las bienaventuranzas han hecho una elección manifiesta: ser sal de la tierra y luz del mundo. Esto quiere decir sencilla y llanamente que las bienaventuranzas no es para vivirlas en interioridades secretas, sino que hay que comprometerse en una misión: la de anunciar al mundo, a todos los hombres, eso que se ha descubierto en las claves del Reino de Dios. Las bienaventuranzas, son un compromiso, una praxis, que debe testimoniarse. No puede ser de otra manera para quien se ha identificado con los pobres, con la justicia, con la paz. Eso no puede quedar en el secreto del corazón, sino que debe llevarnos a anunciarlo y a luchar por ello. Porque esto de ser sal de la tierra y luz del mundo se ha usado muchos para “santos” especiales; pero no deja de ser un despropósito… es sencilla y llanamente la identificación de la verdadera vocación cristiana. Todo cristiano está llamado a ser la sal de la tierra y la luz del mundo… aunque no llegue a esa santidad desproporcionada.
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